Cartel de la película Diamond Flash.



Aquello del postmodernismo quedó atrás. Quienes todavía se preocupan por el futuro de las ficciones, más que en la cita o el juego referencial, parecen preocupados por la promesa de un relato que nunca se concreta. O quizá por enterrar el relato bajo el impacto de escenas deslumbrantes, que quede suspendido entre las costuras de un artilugio narrativo en permanente huida, escurridizo y misterioso, pero a su modo hipnótico. Se trata, en todo caso, de desafiar las expectativas del espectador para conducirlo hacia el desamparado limbo de la narración indisciplinada. Lo vimos en Like Someone In Love, el (incomprendido) filme que presentó Abbas Kiarostami el mes pasado en Cannes, y que con suerte llegará a salas españolas.



Lo podemos comprobar ahora también en Diamond Flash, el sorprendente, casi milagroso debut de Carlos Vermut (Madrid, 1980), cuyo derroche de talento y de visión es casi como un puñetazo en la mesa de la producción cinematográfica española convencional. Realizada con apenas 25.000 euros y tres personas en el equipo técnico, Vermut empleó el dinero que obtuvo por los derechos de explotación de la serie animada Jerry Jamm (RTVE) para producir su ópera prima, que ha sido galardonada con el premio Rizoma. Como hiciera Juan Cavestany, a este feroz y lúcido gesto de incorrección creativa -Diamond Flash es una película tan bella como imperfecta, y por eso extraordinariamente viva- hay que llegar por medios igualmente heterodoxos. Vermut de momento ha estrenado Diamond Flash solo vía on-line, en filmin.es, y hoy miércoles se proyectará en la sala de la Academia de Cine de Madrid (a las 19 horas, entrada libre hasta completar aforo, calle Zurbano, 3). "Es una cuestión práctica. Una película muy independiente en salas se traduce en muy poco público, y pensé que antes de estrenarla en una sala pequeña en Madrid, en Internet tendría un impacto mayor", explica Vermut.





Si la película tiene nombre de superhéroe es porque su gran misterio es un hombre enmascarado (como si fuera una lectura contemporánea del Fantômas de Feulliade) que se cuela intermitentemente entre las numerosas set-pieces que conforman la estructura del filme, y que están tan alejadas de los códigos de las películas de superhéroes como de las maneras convencionales de contar historias en el cine español. En verdad, Vermut, que es ilustrador y ha publicado varios cómics -El banyán rojo y Psico Soda (Ed. Dibbuks), entre otros-, emplea el mito del "vigilante urbano" y toda su parafernalia fantástica como si fuera un red herring, en expresión anglosajona, es decir, como una vía muerta, una pista falsa en la narración. "Mi interés pasaba por coger un género tan familiar como el de los superhéroes para desmontarlo, y preguntarme qué es lo que ocurre en los márgenes de la ficción, como por ejemplo qué reacciones psicológicas se tienen cuando eres salvado por un superhéroe, o qué ocurre en los tiempos muertos".



En su tránsito por los márgenes de la historia, Diamond Flash se alimenta de un deseo irrefrenable por fabular, por contar historias y por la palabra hablada. En su desplazamiento a diversos registros y maneras cinematográficas, sobre los que Vermut exhibe un apabullante dominio, el filme, estructurado en capítulos, va enlazando escenas cuasi-teatrales, diálogos siempre de dos personas, historias de contenido social en torno a la pedofilia, el incesto, el maltrato de género… que desembocan todas ellas en una trama alrededor del misterioso secuestro de una niña. "Yo quiero que los personajes se definan a sí mismos, pero no que expliquen la trama de la película, que debería contarse por sí misma. No soporto las películas que lo dan todo masticado. Prefiero el desconcierto para apelar al interés".



Efectivamente, Diamond Flash pone en escena un verdadero ejercicio de funambulismo en torno a las expectativas y las explicaciones, de manera que la película va creciendo hasta convertirse en un enorme signo de interrogación que quizá deje más preguntas que respuestas en el aire, pero que en ningún momento pierde su fuerza de atracción. "La palabra tiene que ser acción", sostiene Vermut, quien apunta la enorme influencia que la Nouvelle Vague ha tenido en él en este aspecto. Y en ese propósito resulta esencial el memorable trabajo del elenco de actores, todos prácticamente desonocidos -Ángela Boix, Javier Botet, María Cuéllar, Patra del Rey, Alba Guerrero, Miguel Insua, Rocío León, Eva Llorach…-, a quienes Vermut convocó y conoció en un casting por internet. "Buscaba perfiles muy determinados y trabajos de interpretación muy realistas, que no se salieran del guión pero que los actores pudieran hacer suyos los textos, adaptándolos a su propia forma de hablar".



El método hablado de este relato-collage, que se va extendiendo como una tela de araña con diversas puntos de fuga, encuentra su justificación formal desde el momento en que la propia estructura emerge como el contenido de su narración. En el polo opuesto al hombre enmascarado interviene otro personaje-enigma crucial en Diamond Flash, una mujer a la que nunca vemos el rostro, sólo oímos su voz dando ordenes, mientras la cámara muestra un muñeco de barro que supuestamente está pintando. "El cine no es matemático. Los enigmas de la película tienen que ver más con lo emocional que con lo racional. Uno puede intentar montar el rompecabezas de la película cuando termine, pero sospecho que eso no es lo relevante", sostiene Vermut. En este sentido, la sensación del espectador frente a Diamond Flash no se aleja mucho de la que sentimos frente a una película de conspiraciones propia de Jaques Rivette, como por ejemplo Paris nous appartient (1961), en el que el elaborado juego de ficciones internas y de historias entrelazadas conduce finalmente a una dinámica de abstracciones en las que no solo los actores, sino el propio espectador, debe abrirse paso.



Como una gran parte de los espectadores de su generación, Vermut experimentó su seminal revelación cinematográfica con Pulp Fiction, cuando la vio con 15 años. "Después de verla muchas veces, me di cuenta de que Tarantino es un tipo que sabe manejar muy bien las expectativas, coger un género y subvertirlo, y que siempre te mantiene pegado a la historia aunque no sepas muy bien qué te está contando. Eso es lo que quería hacer yo". Otros cineastas como Takashi Miike y Michael Haneke, o series como Lost y Breaking Bad -"que pueden empezar un capítulo con personajes que no hemos visto antes, y aún así no te dan un discurso explicativo, sólo se van definiendo con los detalles"-, han ejercido también una poderosa influencia en Diamond Flash.



"En el guión que estoy escribiendo ahora, que es un thriller de ficción extrema, la influencia de Breaking Bad es más clara, en el sentido de que son personajes normales envueltos en situaciones anormales", sostiene el joven director madrileño. Llevará por título Magical Girl -referencia directa a un género del manga japonés, sobre niñas que se transforman en hadas-, y aunque de momento no tenga una financiación cerrada, ya ha estado llamando a algunas puertas de la producción francesa. "Me gustaría contar con más presupuesto, pero si no tengo más remedio que hacerla otra vez con 25.000 euros, pues ya sé que puede hacerse. No tengo una motivación comercial. Yo hago cine por el puro placer de hacer cine", concluye Vermut.