Bane y Batman en una escena de El caballero oscuro: la leyenda renace
II. Cuando el británico recogió el testigo dejado por Burton de la franquicia de Batman era imposible imaginar que ese movimiento no mermaría su libertad, sino que la propulsaría hacia nuevas y mucho más amplias audiencias. El tono grave, la solemnidad de su discurso se ajustó como un guante no solo al héroe proscrito de Gotham, sino a la insoportable densidad de los tiempos. Después de haber mostrado en Batman Begins que otro renacimiento -más humano, más lúgubre- era posible para Bruce Wayne, en la segunda parte, El caballero oscuro, se coló el aroma pútrido de nuestra era, la desquiciante sensación de que en cualquier momento el barco explotará por los aires, que los locos y corruptos llevarán el timón y los héroes estarán condenados al exilio y el anonimato. La fuerza cinemática, además, era incontestable.
III. En el tiempo del relato, han transcurrido ocho años entre aquella entrega y la de ahora, El caballero oscuro: la leyenda renace, y Batman, por supuesto, resurge de su enclaustramiento. Sería inútil tratar de resumir aquí el trenzado de tramas y mutaciones que se producen en los personajes (cada vez más, como obliga la dinámica de franquicias), pero para lo que nos interesa, diremos que el fundamental motivo es el triunfo del caos. En cierto modo, la estrategia de El caballero oscuro: la leyenda renace pasa por combinar la intensidad psicológica de la primera entrega con el comentario político y social de la segunda. Y hay una capa más (en realidad más de una, que pasaremos por alto, aunque es fácil relacionarla con las concesiones de las que, suponemos, Nolan no ha podido escapar), que armoniza extrañamente con las demás: la de un thriller a lo James Bond. El arranque de la película podría pasar por la nueva franquicia del agente 007, mientras que la trama en torno a una cabeza nuclear que hay que desactivar contra el tiempo es tan familiar que sorprende la escasa inventiva de sus guionistas, es decir, Cristopher y su hermano Jonathan.
IV. La espectacular secuencia aérea con la que arranca esta tercera entrega introduce al villano Bane, al que emuló el asesino de Colorado con la máscara de gas. El aparato que Bane lleva incrustado en el rostro es una mezcla entre la parte baja del casco de Darth Vader -también con acento británico y la voz distorsionada- y un bozal mecánico. A partir de esta figura, un líder terrorista de convicciones anárquicas, Nolan construye el ambivalente e incluso contradictorio discurso ideológico del filme. Como las ambiciones de la franquicia Batman, en manos de Nolan, han trascendido el mero blockbuster de superhéroes -sí, ya sé que Batman no es estrictamente un "súperheroe"-, para convertirse en una especie de informe sobre el Estado de la Nación (y del mundo), no podemos sustraernos del fondo político del filme. Ese fondo, en verdad, nunca se define, solo da vueltas sobre sí mismo y se concentra en secuencias y personajes que están empeñados en contradecirse.
V. Mientras Bane promete devolver el poder al pueblo y lidera su particular toma de la Bastilla (en este caso, de la Bolsa), uno puede sentirse más cerca de él que del vigilante Batman. Mezclando iconografía y lemas de la Revolución Francesa y el movimiento 15-M, aflora en el filme la intención de sepultar bajo su propia codicia a los responsables del desastre financiero global, a las clases elitistas (de la que Wayne forma parte) y a los corruptos y ladrones de guante blanco. Pero al mismo tiempo, como ocurría con la confrontación Batman-Joker, lo que en realidad está en juego es la colisión de fuerzas entre el Orden y el Caos, la lucha colectiva o la destrucción para la refundación social. Después de 2.45 horas de película, tendremos la sensación de que Nolan no simpatiza demasiado con los radicalismos del movimiento Occupy Wall Street, pero será imposible saber cuál es su postura política al respecto. Si la tiene. Más bien, parece decidido a transmitir la penosa desorientación de una América post-11S que no sabe cuál es el próximo paso, que vive con miedo y que sólo el poder de la colectividad puede cambiar las cosas, si bien anula cualquier conato de revolución por la vía de la destrucción. Pero uno se pregunta: ¿es que algo cambia realmente al final de la película? ¿No es una celebración del status quo: que todo cambie para que en realidad todo siga igual?
VI. Por un lado, una ladrona; por el otro, una empresaria. Anne Hathaway y Marion Cotillard, dos nuevos personajes en la saga, son las dos mujeres que motivarán el "renacimiento" de Batman, y que encarnan a su modo los dos polos del entramado financiero. Las simpatías del guión caen finalmente del lado de la primera. Hay un esfuerzo evidente de los guionistas por introducir la bipolaridad social en su filme, la separación creciente entre quienes tienen todo y quienes no tienen nada. Los potentados en sus fortalezas y los desclasados (y delincuentes) en el infrasuelo de un Gotham que es una mezcla entre Nueva York y Los Angeles. En medio, los que trabajan para el enriquecimiento del poder bajo la falsa sensación de que también tienen poder. A su modo, la dickensiana Una historia de dos ciudades vendría a ser la principal inspiración del El caballero oscuro: la leyenda renace.
VII. Con su obsesión por relacionar todo lo que acontezca en la pantalla con la turbulenta actualidad, el guión se vuelve errático, absurdamente torpe en algunos tramos. De un plano al otro, por ejemplo, Bruce Wayne se ha arruinado y ¡le cortan la luz en su mansión de lujo! Junto a algunos chascarrillos de Catwoman -el personaje más guasón de la película-, es todo el humor que encontramos en esta película tremendamente seria. Es tan condenadamente seria, se da tanta importancia a sí misma, que cualquier asomo de comicidad parece inconsciente. Quizá lo sea. Un efecto derivado de esta conciencia de estar haciendo algo "importante" (por Dios, es solo una película de Batman) se refleja en que Christain Bale está más tiempo en pantalla como Bruce Wayne (y sus indecisiones) que como Batman.
VIII. No hay vida, no hay aire, no hay flexibilidad. Quizá solo la elasticidad de las alegorías políticas se salva de un filme estructuralista, casi dictatorial en su modo de anular vías de pensamiento. El cálculo se apodera de todo en el cine de Nolan. La planificación significa orden. En el caso de El caballero oscuro: la leyenda renace, ese orden en todos los órdenes (guión, personajes, puesta en escena, etc.) casi difumina las fronteras entre lo que es paroxismo y lo que es parodia. A fuerza de introducir gravedad, corre el riesgo de generar el efecto contrario. El caballero oscuro: la leyenda renace padece de gigantismo en su concepción del cine ‘bigger than life', que necesita demasiado tiempo para explicar las cosas (sin explicarlas), demasiada épica difícil de digerir -la epopeya no consiste en sobrecargar cada escena con la música de Hans Zimmer- y demasiado ruido para tan poca substancia. De todo esto también pecaba Origen, ocultando con la ampulosidad de medios y la fascinación por el espectáculo visual un artefacto que apenas enunciaba, para desactivarlas, sus coordenadas filosóficas.
IX. Nolan no cree en la revolución, pero tampoco sabemos en qué cree realmente. La retórica del poder para el pueblo es por supuesto un bluf. Sin dar la más mínima oportunidad a un movimiento revolucionario de extrema necesidad, la particular Revolución Francesa de Bane solo es entendible con los métodos Robespierre, el de hacer rodar cabezas y destruir la ciudad. En este sentido, Bane no se diferencia mucho de Joker. Ambos solo quieren regocijarse en su maldad y contemplar la ciudad en llamas, convertir el reino de la corrupción en el reino del caos. ¿Eso es lo que realmente quieren los movimientos sociales que exigen darle la vuelta a los sistemas de poder? ¿Caminan en esa dirección? Creo que no, a pesar de que los gobiernos, extremando los contraataques (silenciando a base de porrazos), quieran hacernos pensar que sí. En El caballero oscuro: la leyenda renace, el pueblo es apenas una horda de habitantes de las alcantarillas, una masa de ciudadanos cegados por las servidumbres adquiridas. Y Batman, de existir, sería un agente antidisturbios contratado por un gobierno temeroso de que la ciudadanía deje de protestar y pase a la acción. Algo que nos suena mucho. La aparente complejidad ideológica (más bien conservadurismo) de la película es pura ambigüedad forzada, el miedo a tomar posición en la guerra sin bombas (aunque claramente declarada) en la que estamos inmersos.
X. Tras la matanza de Colorado, quizá el "gesto revolucionario" más pertinente hubiera pasado por cancelar, o al menos retrasar, el estreno de la película, que no deja de ser la joya de la corona del sistema de distribución global de blockbusters. Aunque las películas en sí nunca tienen la culpa de los aprendizajes que algunas mentes taradas obtienen de ellas, hubiera sido una señal de respeto, cuanto menos una señal de luto. El efecto, como también sabíamos, ha sido el contrario. No desaprovechar la promoción gratis: un episodio más de publicidad no buscada como el de La última tentación de Cristo, La naranja mecánica, La pianista, etc. Warner Bros. (por respeto a las víctimas) ha retrasado unos días el orgulloso anuncio de sus cifras de recaudación, si bien El caballero oscuro: la leyenda renace, con unos ingresos internacionales de alrededor de 160 millones de dólares en el primer fin de semana, está llamada a batir todos los registros posibles. De nuevo nos obligan a valorar una película por la bolsa que hace, y la información cinematográfica (esa que está en grave peligro de extinción) se confunde una vez más con la información financiera.