José Luis Garci durante el rodaje de Holmes & Watson. Madrid Days.
Es el primero en reconocer que su cine pertenece a un tiempo largamente desaparecido, "cuando los espectadores eran otros". José Luis Garci (Madrid, 1944) quedó de infancia atrapado en la "vida de repuesto" que proponía el lienzo plateado, "sobre todo en el final de la posguerra, cuando se estaba tan calentito y confortable en el cine". Pero aquellos rituales, de los que habla sin pausa y con una nostalgia jubilosa, desaparecieron al tiempo que lo hacían las estrellas del Hollywood clásico, "llevándose consigo el cine que hacían Zanuck y Selznick, el de las grandes historias para llenar grandes salas".-Bueno, aún quedan algunos haciendo eso, señor Garci...
-Sí, Christopher Nolan, que es muy bueno. Pero [Dennis] Hopper y su Easy Rider lo cambiaron todo. [John] Cassavettes fue el primer gran independiente, con la cámara en mano y en 16mm. Y luego ha influido tanto como Orson Welles. Esas mutaciones también se trasladaron a los cines... Ahora se ven películas en el móvil. No digo que un cine sea mejor que otro, solo es distinto. Confieso que cada vez voy menos al cine. El otro día fui a ver Moonrise Kingdom y éramos dos en la sala. Lo que creo de verdad, sin alarmismos, es que se ha perdido la costumbre de ir al cine. Antes los domingos se iba a misa y ahora se va los museos. Lo mismo con el cine. Ya nadie va.
-¿Y la subida del IVA? ¿No vaciará más las salas?
-La subida del IVA es una bobada. Antes la entrada costaba 8 euros y ahora 9. Da igual. Eso no va a afectar nada. El cine ya no importa, no tiene relevancia social. Ahora forma parte de los supermercados y los malls, para que te tomes un perrito caliente y te compres unos pantalones.
De la nostalgia florece el pesimismo. Una nostalgia de la que no puede desprenderse. Ni como cineasta ni como persona ni, como diría Rousseau, "un ser social y político". Tampoco la ignora otro nombre que el cine español escribe en mayúsculas, Víctor Erice, a cuya experiencia infantil en un cine de San Sebastián dedicó su última gran obra filmada en 35mm, el mediometraje La morte rouge (2006). Pero uno y otro se colocan en polos casi opuestos en las jerarquizaciones que dividen vanguardia y clasicismo. Quizá la cuestión de fondo radica en cómo articularla. La nostalgia, digo. "El cine no se lee de la misma manera, cada vez entiendo menos qué es exactamente una película -continúa Garci en la sala de reuniones de su productora Nickel Odeon, con paredes pintadas de ocre-. La de Wes Anderson está estructurada como un tebeo. Es preciosa, me ha gustado mucho, pero lo que yo no voy a hacer a estas alturas es cambiar. Sería absurdo".
Y no hay muchos cambios en su nueva aventura cinéfilo-literaria, Holmes & Watson. Madrid Days. No hay muchos cambios respecto a lo que el oscarizado director madrileño -que ha hecho de Madrid su particular Macondo- ha venido entregando en los últimos años: historias ancladas en el pretérito, ensueños cinéfilos surcados de literatura, tan arraigada en filmes como El abuelo (1998), Tiovivo c. 1950 (2004) o Ninette (2005). Alguien escribió que Garci vive en una realidad paralela donde "la tierra es plana, la rueda no se ha inventado y el sistema de estudios de Hollywood permanece intacto". Más allá de su ironía, es justo plantear al propio aludido la reflexión que contiene tal comentario. Primero ríe, luego asiente, después contesta:
-Me lo dicen mucho. Que hago películas antiguas. Y es cierto. Quizá me saturé de Asignatura pendiente (1977), Las verdes praderas (1979), El crack (1981)... porque eran casi documentales, contaban lo que sucedía en nuestra sociedad de forma inmediata. Llegué a la conclusión de que lo que a mí me gusta es hacer películas como Canción de cuna (1994). Me di cuenta, como decía Ortega y Gasset, que cuando ves un cuadro, hay que echar unos pasitos atrás para verlo objetivamente, de un modo neutral. Al estar trabajando en todas las películas que he hecho desde entonces, esas que dicen que son viejas, me di cuenta de que estaba manejando una información muy importante de nuestro pasado.
-Puede que sea una cuestión de formas. Emplea muchos códigos del cine clásico. Por ejemplo, desde que usted también monta sus películas, desde El abuelo, ha desarrollado una tendencia a los encadenados...
-Cierto. Me alegra que lo comente. Billy Bitzer es muy poco conocido y fue un operador que empezó a trabajar con Griffith y descubrió que se pueden hacer cosas como el encadenado y los ojos de gato. Yo no quiero que se pierda esa manera de rodar. Si estoy haciendo una película de época, esta cadencia de un plano a otro le va mejor que el corte seco. Hacer encadenados en Asignatura pendiente no hubiera tenido sentido, pero aquí sí, igual que lo hizo Scorsese en La edad de la inocencia (1993), o hasta Coppola en Apocalypse Now (1979).
-¿Para quién hace sus películas?
-¡Para cuatro locos del cine clásico como yo! Sé que Madrid Days es una película lenta. Es como una novela de Balzac, que arranca despacio y luego coge velocidad de crucero. Yo no sé hacer escenas de artes marciales. Mi cine apela a la palabra. Creo que esa "lentitud" también impone un ritmo a los actores. Yo tuve la sensación alegre rodando esta película, mi número 18, de que estaba haciendo lo que veía de niño. La luz de los exteriores busca la gama de amarillos de la Metro en los años cuarenta, con ese ocre tan bonito... Me siento muy orgulloso de que un señor de 91 años como Gil Parrondo haya hecho unos interiores tan increíbles. En la buhardilla de Sherlock Holmes, hasta los libros de la estantería son ediciones de la época, que nos prestó Luis Alberto de Cuenca. ¿Que no vale para nada? Quizá. Pero el actor sabía que tenía en las manos una primera edición de Fortunata y Jacinta.
-¿Y por qué precisamente Conan Doyle?
-Ahora se hace mucho Sherlock Holmes porque ya no se pagan derechos. Esa es la principal razón. La película la teníamos pensada hace 14 años, antes incluso de El abuelo. Íbamos andando Eduardo Torres-Dulce y yo por la calle Génova y nos lamentábamos de cómo Doyle no imaginó a sus héroes en España. Pensamos que podía ser bonito, que el mcguffin podía ser Jack el Destripador. Lo bonito sería el choque cultural de los que vienen del imperio victoriano y llegan a la España de las porras, del cocido de Lardy, de Galdós, que hablaba inglés perfectamente y ya había escrito las crónicas del crimen de la calle Bordador.
-Sí, la película no tiene tanto interés en la trama detectivesca como en la evocación de un mundo. ¿Diría que es su película más fabuladora?
-Probablemente lo sea.
-Jack el Destripador es como una metáfora de la corrupción, la antesala de los horrores del siglo XX...
- París decidió tirar las callejuelas medievales por culpa de las barricadas, y construyó amplias avenidas para que entraran la caballería y los cañones. Ese París lo copia Londres, y luego aquí se hace la Gran Vía. Ahí empieza la especulación del suelo. Ya ocurría entonces todo de lo que se está hablando estos días en los periódicos. La política, los jueces, la corrupción... eso no ha cambiado. La corrupción está por encima de gobiernos y de individuos. Es invisible y tiene una fuerza enorme. Por eso dice Holmes que hay que investigar con el estómago y no con el corazón. No se puede extirpar la corrupción, forma parte del sistema.
-Holmes también dice que "España es un misterio", y luego se pone a debatir con Watson sobre tauromaquia y la mitología cretense...
-Sí, creo que España es un misterio. Creo que en este país nunca nos vamos a poner de acuerdo. Ni siquiera en dónde acaba el Ebro. Yo creo que nos queremos poco. Los españoles somos una familia malavenida. Es un amor que no ha fraguado. Y lo tiene muy difícil no solo el Gobierno, sino España entera, porque está absolutamente dividida. Somos como 17 pequeños países. Yo creo que aquí no hay más remedio que empezar con la página 1 de la Constitución y cambiar muchas cosas. Hacer algo unido, fuerte, profundo, y quien no quiera entrar porque tiene su idioma y su bandera, pues no nos vamos a pelear a estas alturas... Este es el momento de hacerlo. Lo que quede será una educación, una policía, una sanidad igual para todos.
-Un país como la selección española...
-Me lo ha puesto a huevo. ¿Cuánto hemos tardado en darnos cuenta de que la selección de fútbol representa lo mejor de nuestra cultura? No bromeo. Artistas como Velázquez y Goya siempre transmitieron serenidad y sosiego, y ese es el juego de la selección. Habrá que buscar una manera de no estar peleándonos todo el día en el Parlamento, en la prensa, buscar una dirección común... Creo que el cambio profundo pasa por ahí, como ha demostrado la selección española.
-¿Y la crisis europea? ¿Qué hacemos con ella?
-Europa está acabada, es el parque temático. ¿Qué hay nuevo en Europa? La gente viene a ver el Partenón y el Coliseo, pero dentro de 200 años igual hay que visitar el Partenón en China. La suerte que tenemos los españoles es que aquí tenemos las mejores raciones de sol, de playa, de comida… y no hay más que usar eso. Y respecto a Europa tenemos el ejemplo del cine europeo. Lo que hay que entender en el siglo XXI es que el cine habla inglés. Las grandes películas del 2000 al 2010 han sido en inglés: Master & Commander, Funny Games [la original, en verdad, es austríaca], Million Dollar Baby, El caballero oscuro...
-Pues ha tenido ahora su oportunidad de hacer una "película en inglés". ¿Por qué ha preferido el español?
-Estuve pensándolo durante mucho tiempo, porque además Gary Piquer [Sherlock Holmes] es medio escocés, y José Luis García Pérez [John Watson] y Victor Clavijo [Josito Alcántara] lo hablan muy bien. Al final decidí que hablaran en español porque ya es una convención, el doblaje es algo aceptado desde hace mucho. El inglés necesita menos palabras y hubiera desaparecido esa capa literaria que tiene la película. Creo que eso a Doyle no le hubiera gustado.