Richard Gere, en El fraude, demuestra que es uno de los actores que mejor se mueve en la pantalla.
'El fraude' insiste con solvencia en el género cada vez más frecuente del 'thriller' financiero. El director y guionista Nicholas Jarecki realiza un retrato elegante del vértigo económico con Richard Gere y Susan Sarandon.
El fraude pertenece a este último género que, como Margin Call o Le Capital, por citar ejemplos próximos, está ahí para demostrar al mundo que el dinero es más peligroso que la pólvora y mucho menos evidente que la sangre. Y sin embargo, es tan efectivo como la primera y tan llamativo como la segunda. No está claro, eso sí, que sea tan fotogénico.
En el Nueva York ‘pijo', un financiero, magnate según otros, vive arrojado al esforzado ejercicio de triunfar. En vísperas de su 60 cumpleaños, todo lo que le rodea se antoja la viva imagen del éxito. Pero como sea que las apariencias engañan, cada una de las piezas que soportan su envidiable esqueleto permanece en un equilibrio altamente inestable. Todo su imperio depende de una operación que no acaba de cerrarse; toda su reputación se puede venir al traste si se descubren las circunstancias en las que murió su amante, y toda su credibilidad desaparecerá en cuanto un policía listo acierte con la tecla adecuada. Es decir, todo flota en el líquido amniótico que procura el dinero.
Richard Gere demuestra una vez más que es uno de los actores que mejor pasea por la pantalla. Su caminar enfebrecido y nervioso le sienta como un guante a su personaje, un tiburón que si deja de moverse en el fluido monetario que respira se asfixia. Susan Sarandon, a su lado en el papel de abnegada mujer traicionada, saca a relucir esa voz rota, entre el aguardiente y la indignación, para mostrar a la concurrencia los colmillos de una loba herida. Los dos, huelga insistir, se lucen en un consumado ejercicio de liquidez. Y entre tanto líquido monetario, el director y guionista, el debutante Nicholas Jarecki, simplemente se deja llevar empujado por la corriente. Ayudado por una impecable fotografía de Yorick Le Saux (colaborador del francés Olivier Assayas), un texto ágil y una dirección artística tan precisa como sabia (cada detalle, cada cuadro, cada gesto es cuidado con esmero), acaba por componer un retrato elegante del vértigo. Es lo que da mirar a los demás desde la portada de la revista Forbes. Bien es cierto que la película promete mucho más de lo que finalmente da. Desde el principio, se ofrece como una radiografía de la avaricia. Pero no de cualquiera de ellas, sino de la que hace bien poco nos consumía por los pies. De hecho, la imagen de ‘Bernie' Madoff se encuentra en todo momento muy cerca de la de Gere. Así las cosas, la película no oculta su vocación de hurgar en los fundamentos básicos del desastre que nos asiste. Tan grave como suena.
Y, la verdad, a tanto no llega. Urgido por la necesidad de que la cosa fluya, Jarecki no puede por menos que recurrir a artificios tan recurrentes como el melodrama o tan torpes como el policía rencoroso (Tim Roth) para conseguir que el solvente ejercicio de equilibrismo no se venga abajo. La solvencia no hace buena una película. Simplemente la hace solvente. Cuestión, ya lo hemos dicho, de liquidez. El dinero fluidifica lo que toca, lo deshace. El dinero mancha.