Paul Schrader. Foto: M. Sambucetti

Su leyenda le precede. Su biografía se conjuga en el exceso y la independencia. Guionista de 'Taxi Driver' y 'Toro salvaje', director de 'American Gigolo' y 'Mishima', Paul Schrader formó parte, junto a Scorsese y Spielberg, del Nuevo Hollywood que en los años setenta prendió fuego al viejo sistema de estudios. Llega el día 19 a salas españolas su controvertido y valiente filme 'Adam resucitado', una visión extremadamente original, y nada complaciente, en torno a los traumas del Holocausto judío.

Su voz suena moderadamente enérgica al otro lado del teléfono. Aunque no articula con precisión las palabras, y se detiene en mitad de las frases para tomar aire, su discurso nunca pierda la lógica interna. Paul Schrader (Michigan, 1946) es un superviviente, un creador que forjó su leyenda sumergiéndose en los excesos del alcohol y los antidepresivos, y que casi siempre ha escrito historias de hombres atrapados en la desesperación mientras el mundo se derrumba a su alrededor. Educado en la estricta disciplina calvinista -sus padres no le dejaron ver una película hasta los 18 años-, la historia le seguirá asociando una y otra vez a la generación brat pack -Scorsese, Spielberg, Coppola, De Palma, Lucas, etc.-, a ese guionista crudo y valiente, capaz de adentrarse allí donde nadie había entrado con relatos de autodestrucción tan fundamentales para el cine moderno como Taxi Driver (1976) o Toro salvaje (1980).



Tras la nube de explosión creativa, cuando sus colegas ya habían acabado del todo con el viejo sistema de estudios, Schrader logró conjurar una carrera dentro de Hollywood (o lo que quedaba de él) sin renunciar a su heterodoxia, siempre al borde del abismo. "Cada vez que pienses que los estudios te han jodido de todas las maneras posibles, siempre encuentran una nueva forma de hacerlo", dice.



Autor tan visceral como reflexivo, verdadero conocedor de la sintaxis cinematográfica -su ensayo El cine trascendental es imprescindible en cualquier biblioteca cinéfila-, ha dirigido piezas de culto como American Gigolo (1980), Mishima (1985) o Aflicción (1997). El hecho de que Adam resucitado -otra historia de un hombre atrapado en su desperación- se estrene ahora en nuestro país, con cuatro años de retraso, habla mucho de la personalidad todavía indomable de su última película, adaptación de la novela homónima de Yoram Kaniuk (aquí traducida como El hombre perro; Libros del Asteroide), un relato tan singular como misterioso.



"La novela creó una gran controversia cuando se publicó en Israel en los años sesenta -explica Schrader-, porque adoptaba un punto de vista sardónico hacia lo que se considera un tema sagrado, el holocausto judío. En lugar de tomar el enfoque de ‘oh, pobres de nosotros', retrató a la víctima como un payaso". Es la historia ficticia de Adam Stien (Jeff Goldblum), popular clown en la Alemania de los años treinta, que se libró de la muerte en los campos nazis adoptando el papel de perro del comandante y entreteniendo a los prisioneros que eran dirigidos hacia las cámaras de gas. Stein extirpa su trauma en los años sesenta, retirado en un hospital psiquiátrico para supervivientes del Holocausto. Más lúcido que los médicos y más loco que cualquiera de los pacientes, su batalla será resctar de la locura a un niño que se cree un perro. "Kaniuk es un clásico moderno de las letras hebreas. Todavía vive, debe tener casi noventa años, y es un auténtico provocateur [sic]. Ha dicho cosas como que el Yad Vashem [Centro Mundial de Investigación del Holocausto] es nuestro Disneyland".



-El guión lo firma Noah Stollman. ¿Cambia en algún sentido el modo en que dirige una película si el guión no es suyo?

-El guionista y el productor llevaban trabajando en este guión muchos años. Lo que Noah hizo para convertir esta novela deconstructiva en una película fue básicamente simplificar la trama. La sinopsis que utilizábamos en nuestra mente es que estábamos contando la historia de un hombre que había sido un perro que se encuentra con un perro que había sido un niño. Era un guión muy ambicioso y sólido, y cuando entras en el proyecto como director lo conviertes en algo tuyo, pones el ojo tanto en la fuerza de la historia como en su viabilidad económica, pero más allá de eso no creo que tocara mucho el guión.



-¿Cómo se decidió a tratar un asunto tan delicado?

-En principio no tenía interés alguno en hacer una película sobre el Holocausto porque es un asunto agotado en el cine, y no pensé que el mundo necesitara otra película sobre el tema. Lo que de verdad me atrajo fue la irreverencia y el humor negro de la historia. Además era una ficción, cuando la mayoría de las películas en torno a los campos de concentración se basan en casos reales. Cuando Kaniuk fue herido en el Monte Sinaí, en la Guerra de Independencia de Israel, viajó a América y conocío en el barco a muchos supervivientes del holocausto. Escuchó muchas historias, y luego en Boston estuvo en un centro de medicina experimental, donde conoció el caso de un hombre que se creía un perro. Así que puso todo eso en la coctelera de su imaginario. La historia es más un acto de la imaginación que un acto de la historia.



El desafío de no aburrir

-En este sentido, recuerda a su aproximación a otro asunto muy polémico, otro acto de la imaginación: el guión de La última tentación de Cristo (1988), de Martin Scorsese. ¿Cree que tienen algo que ver?

-Desde luego. Parten de la necesidad de saltarse los cánones. Mi gran desafío es no aburrirme ni en la vida ni en el cine. Muchas veces cuando voy a ver una película me pregunto cómo la gente puede seguir viendo cosas que se han hecho tantas veces exactamente igual. De modo que lo que me sigue atrayendo lo que generalmente asusta a otros directores, la necesidad de plantearte la pregunta: ¿cómo se puede hacer? De hecho, otros fueron considerados con anterioridad para dirigir Adam resucitado, pero ninguno se atrevió.



Jeff Goldblum es Adam Stein en Adam resucitado

-¿Cree que el hecho de que usted no sea judío le permitió otorgarle otra perspectiva a la historia?

-Sí, sin duda. Creo que es algo importante. Mire, si teclea la palabra "Holocausto" en imdb.com, le saldrá como resultado alrededor de 400.000 títulos. Prácticamente todas estas películas se han hecho con la misma clase de perspectiva reverencial hacia la cultura judía. Entiendo más la película como una metáfora muy potente de la supervivencia que como una acusación o denuncia de las torturas nazis y el exterminio judío.



En verdad, la película no trata tanto sobre el holocausto como sobre los infiernos y paraísos de la locura. La locura entendida desde dos vertientes. Desde su lectura más aparente, como una metáfora del factor determinante de la Historia del siglo XX, el delirio de la Humanidad que ha permitido (y sigue permitiendo) inefables aberraciones en nombre de creencias, valores y convicciones. Pero desde una visión más introspectiva, apela también a un punto de vista biográfico del que Schrader no puede permanecer ajeno dado su legendario historial: de hecho, para la creación del mítico Travis Bickle, protagonista de Taxi Driver, Schrader confiesa que proyectó su propio estado mental en el guión.



-Magia y locura formar parte de la misma ecuación en la película. ¿De qué modo quiso representar esa suerte de realismo mágico de la novela?

-Lo cierto es que mi enfoque fue bastante realista, porque en la novela era todo mucho más complejo y fantasioso, había tramas muy hipotéticas que podrían haber ocurrido o no, pues todo acontece en el interior de la mente de Adam. Inevitablemente, esa ambigüedad se pierde de algún modo cuando lo poético se traslada a la literalidad de las imágenes cinematográficas, pero también se mantiene cierta esencia del absurdo.



-Adam es un personaje tan extraordinariamente complejo que la magnífica interpretación de Jeff Goldblum resulta crucial...

-Creo que Jeff nació para hacer este papel. Como Taxi Driver o American Gigolo, esta película es lo que yo llamo una "película monocular", porque la ves con un ojo. Si el actor no funciona, la película se cae con estrépito. El actor debe interpretar más de un papel en estas películas, exponer diferentes partes de sí mismo. Creo que en Adam resucitado está todo el repertorio de Jeff Goldblum como actor, y es realmente impresionante.



-¿Cuánto de usted mismo hay en el personaje?

-No lo sé. Siempre está uno en lo que hace, pero no veo mi historia en esta historia. No al menos del modo en que estuve implicado en Taxi Driver, que escribí como una suerte de autoterapia. Travis Bickle, que era una persona horrible, estaba haciéndose con mi vida, pero comprendí que el aislamiento de este chico, encerrado en una caja de metal en Nueva York y flotando por la ciudad mientras cada vez se enfadaba más y más, era una metáfora de lo que yo sentía. En el caso de Adam resucitado, cualquier metáfora la dejo al criterio de los críticos, que son quienes hablan de estas cosas.



-De hecho, una de las frases finales del filme da mucho juego: "La cordura es agradable y tranquila, pero carece de grandeza". Para usted la locura siempre ha sido un tema muy importante.

-Y lo sigue siendo. Pero más que de locura, hablaría de "influencia", como la película de Cassavetes. Para casi todo artista, la tentación de la locura, incluso provocada por el consumo de drogas, es dulce y amarga, a veces necesaria para el proceso creativo. Los antidepresivos te permiten sobrevivir, pero también te zombifican, sus efectos se llevan las montañas y los valles de la vida. Al final de la película, Adam ha sobrevivido, pero echa de menos las montañas.



-¿Qué le preocupa del camino que ha tomado el modo en que se escriben las películas de Hollywood actualmente?

-La escritura seria en cine está alejándose de las grandes pantallas. Estamos pasando por un periodo de grandes cambios en la noción de lo que son las películas. Está desapareciendo el concepto de guión cinematográfico tal y como lo conocíamos, como un arte literario fundamental del siglo XX. Estamos creando un nuevo concepto de lo que será el hecho audiovisual. El formato de dramaturgias de dos horas de paso a un entretenimiento en secuencias fragmentadas, prácticamente sin relación entre sí, en busca de estímulos más inmediatos. O bien se hacen grandes espectáculos con mucho dinero o pequeñas historias con muy poco dinero. Ahora vemos que el relato dramático clásico, de larga duración, está migrando. Los escritores americanos más serios trabajan ahora en la televisión, porque las posibilidades son más interesantes.



Bien en el exilio televisivo -colaboró en la HBO junto a a Martin Scorsese- o en producciones de raíz independiente, los trabajos de Schrader son el reflejo de la deriva de una generación de cineastas -Coppola, Ferrara, Friedkin, etc.- con quienes confiesa Schrader que su relación actual es muy esporádica, cuyas heterodoxias han tenido que buscar dinero en Europa o lejos de Hollywood para seguir haciendo películas. "Hollywood ya es no es Hollywood -sostiene el cineasta americano-. Es otra cosa. No es que esté en declive, es que ha cambiado completamente desde que yo empecé. Ahora, debido a la tecnología y las películas low cost, las películas se hacen como si fueran cuadros, o poemas, o canciones, sin una conexión directa con el mercado capitalista. Desde el momento en que las películas las hacen sus autores, y además son dueños de ellas, todo cambia".



-Tiene un nuevo proyecto en marcha, ¿no es así?

-Sí, está recien terminado. He rodado en Los Angeles un guión de Breat Easton Ellis, el autor de American Psycho, sobre la juventud y las drogas en el mundo contemporáneo. Está protagonizada por Lindsay Lohan y por un actor del cine porno llamado James Deen. Ha sido maravilloso trabajar con ellos. Y el director Gus Van Sant tiene un papel secundario. Estoy muy entusiasmado.



¿Esperaremos otros cuatro años para poder verla?