Rendido a las creaciones hiperrealistas de universos virtuales, el cine juvenil propone toda clase de vías de evasión y entretenimiento, priorizando las adaptaciones literarias y los espectáculos de animación. Carlos Reviriego comenta los estrenos más destacados.

De una forma o de otra, no es posible escapar a los mundos de fantasía. Podemos abrazarlos como refugios frente a la tormenta, espacios para la evasión de una cotidianidad que, por lo visto, conviene encerrar entre paréntesis llegadas estas fechas tan señaladas.



Los universos de mitología más consagrada entre espectadores adolescentes, como mandan las costumbres de la explotación comercial, se reservan para estas semanas, y ya tenemos en nuestras pantallas, hambrientos de taquilla, los esperados regresos a Tierra Media (El hobbit, Peter Jackson) y a los romanticismos vampíricos de la saga "Crepúsculo" (Amanecer. Parte 2, de Bill Condon), sendas adaptaciones literarias que ya han recorrido gran parte del trecho necesario para seducir a sus audiencias masivas: no en vano ya se sientan en la butaca completamente rendidas al artificio.



Jackson no se ha permitido defraudar a quien le interese ver un facsímil agigantado de El señor de los anillos: es admirable la coherencia formal con la que expresa su devoción por Tolkien, así como la colosal visión del cine espectáculo que propone (realmente abrumadora), pero resulta decepcionante la escasez de ideas nuevas sobre un mundo al que ha dedicado ya casi doce horas de metraje (¡y quedan seis!). De los destinos entre oscuros y almibarados de Bella y Edward en el desenlace de Amanecer, irónicos al contrastarlos con la relación de sus intérpretes en la vida real, Kristen Stewart y Robert Pattinson (qué astutos, como siempre, son los publicistas de Hollywood), nos quedamos con un tramo final que puede salvarnos de la plomiza vacuidad y la fiesta de hormonas exaltadas.



Las apreciables dosis de misticismo y pasión (por otros motivos), también a partir de una adaptación literaria (la célebre novela de Yann Martel), nos llegan de la mano de ese director tan inteligente, versátil, profesional y nómada como es el chino-americano Ang Lee. La vida de Pi, con toda su deslumbrante propensión al éxtasis de la estética, marca un capítulo más en su incesante itinerario por géneros, cinematografías, culturas y códigos del cine. No apta para incrédulos del exotismo o sofistas de la materia (a pesar de su polisemia interpretativa), su valor será apreciado por quienes encuentren emoción en las parábolas espirituales, en el placer que los grandes estetas aún pueden proporcionar en una sala oscura o en, más acorde con los tiempos, en las formas de fe que nos salvan de naufragios aparentemente imposibles.



Anne Hathaway en Los miserables

Otra suerte de naufragio es el de Tom Hooper (el director de la sobrevalorada El discurso del rey) al frente de una de las grandes producciones del año, la traslación (o el asesinato) a la pantalla del musical de Broadway de Los miserables. El destello de los intérpretes -Hugh Jackman, Anne Hathaway, Sacha Baron Cohen, Russell Crowe- no puede neutralizar la ineptitud de un director para aprovechar la riqueza de sus fuentes, incapaz de articular una adecuada puesta en escena que conjuge la claustrofobia, el pedigrí literario y el esplendor visual y sonoro de un espectáculo musical. Del siglo XIX al Imperio de Roma, pero sin salir de Francia, llegó a nuestras salas tras su enorme éxito en Francia Astérix y Obélix: Al servicio de su majestad, una suerte de fusión de los cómics Astérix en Bretaña y Astérix y los normandos. Esta cuarta entrega en carne y hueso de la serie de historietas ideadas por René y Uderzo, todavía con denominación de origen gala (de Tintín se apropió Hollywood), podrá sorprender por su tendencia al humor adulto conservando su capacidad para divertir a los más pequeños.



Sean galos embrutecidos, orcos furiosos, vampiros enamorados o tigres rugientes, las técnicas de la animación (o la post-producción digital) siguen exhibiendo su perfección largamente buscada (qué hubiera hecho Harryhausen en estos tiempos de monopolio virtual), si bien la animación tradicional (o semi-tradicional), es decir, los dibujos animados, también siguen reclamando su merecida admiración. La que despierta, por ejemplo, ¡Rompe Ralph! (Rich Moore) y sus cuerpos pixelados, procedentes del mundo de las máquinas recreativas y los videojuegos, que como hicieran los juguetes de Toy Story, despiertan a la vida cuando no hay humanos cerca. Como es habitual en Pixar, el entretenimiento mágico, la imaginación desbordante, la excelencia narrativa y el mensaje moral están garantizados.



Del otro gigante de la animación, la factoría DreamWorks -más propensa a los productos de consumo prototípicamente infantiles-, puede verse ya en pantallas españolas El origen de los guardianes (Peter Ramsey), donde los mitos de la inocencia adquieren cualidades de héroes fantásticos con superpoderes: Papa Noel, el Conejo de Pascua, el Hada de los Dientes y el Hombre de Arena se alían para enfrentarse a la pesadilla de los niños (y a día de hoy también de muchos adultos): el supervillano Hombre del Saco. Este filme marca la excepción ante la sorprendente falta de literalidad navideña en las propuestas de un apocalíptico 2012.



Otras alternativas de animación tridimensional son las que proponen las cintas Amigos para siempre (Tony Loeser y Jesper Moller) y El alucinante mundo de Norman (Sam Fell y Chris Butler). En esta última, su niño protagonista habla con los muertos, solo tiene once años pero es un experto en películas de terror (a las que la película glosa y rinde tributo) que tiene la misión de salvar a su pequeño pueblo de una plaga de zombis. Entre el Hombre del Saco y los muertos vivientes liderados por un juez, hasta es posible configurar un paisaje social poéticamente fidedigno de nuestros días. Aún y con todo, puede que ni los mundos de fantasía nos permitan escapar de las monstruosas criaturas que nos acechan ahí fuera.