El director rumano Calin Peter Netzer se lleva el Oso de Oro en la Berlinale por Child´s Pose



La "moda" del cine rumano en los festivales importantes ha dado pie a numerosas bromas y chascarrillos de los cronistas muy parecidas a las de la querencia de los Oscar por los personajes inválidos o deformes. Sin embargo, en esa moda, que es real y que en parte es moda, existe también un elemento crucial: el cine rumano de los últimos años ha sido, y es, proporcionalmente, el mejor del mundo. Child's Pose, de Calin Peter Netzer, se ha alzado con el Oso de oro rubricando la carrera de éxitos imbatibles del cine de ese país utilizando las armas y la fuerza que le son características, la conversión de lo cotidiano en un thriller, la crítica social acerada con dosis de sarcasmo y de humanismo o la atención a las desigualdades sociales. Cuenta la historia de una madre perteneciente a esa legión de nuevos ricos surgidos tras la caída del comunismo que hará cualquier cosa por tapar un crimen de su idiotizado hijo. Como en La muerte del señor Lazarescu, una odisea personal se convierte en el retrato de todo un país en descomposición en el que impera la ley del más fuerte.



La Berlinale siempre ha tenido especial apego por las historias realistas de corte político y lo vuelve a demostrar con el premio del jurado y al mejor actor a Un episodio en la vida de Iron Picker, en la que Danis Tanovic (En tierra de nadie) retrata sin ambages la muy cruda realidad de unos gitanos de los Balcanes a partir de la historia de una mujer que no puede ser operada porque carece de cartilla de la seguridad social. En un corte muy diferente, Prince Avalanche, le ha dado el premio como mejor director al estadounidense David Gordon Green, quien pinta un retrato del aburrimiento y la masculinidad en una insólita comedia sobre dos "pardillos" que pintan líneas de carretera en un paisaje apocalíptico mientras se enfrentan al absurdo del mundo.



La chilena Gloria, de Sebastián Lélio, partía como favorita en muchas quinielas pero se ha tenido que "conformar" con el premio a la mejor actriz para Paulina García en la piel de una mujer sesentona que busca aventuras con hombres por lo bares. Aunque mucha gente que esperaba que con un Jurado presidido por el muy esteta Wang Kar Wai, que presentó él mismo fuera de concurso con más pena que gloria The Grandmaster, se marginara al cine social, lo cierto es que el palmarés al final ha sido más proclive a apostar por las películas con significación política. Se ve claro, por ejemplo, con el premio al mejor guión para Jafar Panahi por Closed Curtain, en la que tiene la audacia de crear una interesante y sorprendente película sin violar el arresto domiciliario al que está sometido por las autoridades de Irán.



Harmony Lessons, del kazajo Emir Bargazin, se proyectó el penúltimo día y en seguida circularon los rumores sobre su condición de destacada aspirante insospechada para el Oso de Oro. Al final ha ganado el premio a la mejor contribución artística lo que es una forma de recompensar su audacia formal y la profundidad con la que aborda un tema tan universal como el acoso escolar a través de los ojos de un adolescente torturado por el matón de la clase. Vic + Flo Ont vu un ours, de Denis Coté, también gustó desde el primer momento y se ha llevado el premio honorífico Alfred Bauer. Cuenta la historia de dos ex convictas con pasado muy turbio que se esconden en el bosque para huir de la mafia y de sí mismas con un tono de irónica tragedia fabuloso.



Se cierra así una Berlinale fiel a sí misma que está recibiendo ataques por todas partes y muy especialmente de la prensa alemana. Tocado, como el resto de festivales menos Cannes, por el éxito de Toronto, el festival ha perdido su condición de plataforma para los estrenos oscarizables de Hollywood, lo que le ha quitado algo de brillo y desequilibrad su buscada armonía entre el cine de autor, con toque político, y el glamour. Ha sido también una edición con muchas mujeres, a sumar las mencionadas, Binoche como Camille Claudel, Catherine Deneuve riéndose de su sombra en Elle s'en va o la espléndida Rooney Mara de Side Effects. A pesar del frío, de una sala de prensa que parece una caja de cerillas, lo insólito de que no haya wi fi por todas partes o unos horarios que te dejaban sin comer (la última película de la mañana terminaba a las dos y media y a las tres y cuarto había que comenzar la cola para la siguiente) Berlín sigue siendo un buen lugar para el cine. Además de una ciudad fascinante, claro.