Seducción trash de Harmony Korine
Las Spring Brekers de Korine
Verdadero 'enfant terrible' del indie norteamericano, el autor de 'Gummo', Harmony Korine, entrega una verdadera bomba de relojería con 'Spring Breakers'. Posiblemente su mejor filme, acumula diversas capas de lectura en torno a la juventud americana y las formas del pop contemporáneo.
Un caramelo envenenado
Pero confundir la voluntad del cineasta por retratar la transgresión de forma empírica con una simple provocación estética sería no entender en absoluto los intereses (y resultados) de Korine, más pendiente de diluir lo grotesco en un fluido de imágenes cada vez más narcotizadas que en buscar una respuesta que incomode al espectador (para eso ya están las películas de Alejandro González Iñárritu o Lee Daniels).De ahí que su nueva película, Spring Breakers, se descubra desde un buen principio como un caramelo envenenado donde el presunto retrato libertino de la sociedad crecida/educada bajo los cánones de los reality shows y el carpe diem existencial, sea en el fondo un trabajo de múltiples capas donde se ahonda tanto en el significado de la imagen pop contemporánea, el estudio antropológico de la juventud americana y las formas estéticas que a modo de vasos comunicantes conjugan el vídeoarte, el cine underground y el mainstream de rígidas formas morales que ejemplificarían las películas de Hannah Montana o las bandas de rock cristiano. Una jugada compleja y arriesgada que da como resultado todo un ejemplo de cine punk en la mejor tradición firmada por terroristas conceptuales como Lindsay Anderson, John Waters, David Lynch o el primer Almodóvar.De ahí que no deje de ser llamativo que los elementos en los que se basa Korine para construir esta terrorífica cinta sean de lo más simples: Spring Breakers, atendiendo a su línea argumental básica, no es más que un neo-noir que incluye un descenso a los infiernos de cuatro jóvenes alocadas que en su ímpetu de pasar el mejor "spring break" posible -una semana de vacaciones primaverales donde los estudiantes tienden a huir a las playas de California o Florida para dar rienda suelta a sus impulsos más animales: sexo, drogas y pop comercial- acaban viéndose envueltas en una espiral de violencia tan salida de madre como podrían ser los clímax de El precio del poder (1983) o Grupo salvaje (1969).
Lo interesante aquí es cómo Korine es capaz de doblar el significado de la imagen mostrada. Si bien siempre ha sido un esteta de apetito compulsivo, es en Spring Breakers donde acaba desatándose como un auténtico prestidigitador kuleshoviano, capaz de multiplicar los significados del plano a base de transgredir las reglas básicas del montaje del vídeoclip comercial utilizando -y ahí es donde aparece el genio- sus mismas herramientas formales. Pongamos como ejemplo el arranque de la cinta: en ella vemos cómo danzan al ralentí un cúmulo de cuerpos en bikini, algunos desnudos, dejándose empapar tanto por las olas del mar como por los litros de alcohol vertidos sobre sus cuerpos.
Un baile lascivo, etéreo, filmado de forma segmentada, como si todos los cuerpos no fueran más que un mismo ente entregado a la lujuria y al hedonismo desenfrenado, mientras suenan como una ametralladora los samplers y mixtapes de ese hortera del pop que responde al nombre de Skrillex. Sin embargo la impronta estética que queda como resultado es totalmente ajena al erotismo, la sensualidad o la felicidad que dichos cuerpos deberían emanar; es más bien todo lo contrario: la incomodidad que surge de su visionado acerca Spring Breakers hacia algo profundamente más triste y sutilmente más terrorífico. Esa pérfida combinación de música e imágenes en cadencioso movimiento, lejos de reflejar una parodia avantgarde del exitoso reality "Jersey Shore" -"Gandía Shore" en nuestro país- o de ser un reverso maléfico de los cutre-clips que emitía en cascada la finiquitada cadena televisiva MTV Latino, lo que hace es acogerse a la máxima lynchiana cuando entraban las sintonías desbordantes de Angelo Badalamenti, dando como resultado un desasosiego, una desesperación, que seguramente sirve mucho mejor como reflejo del devenir de la juventud actual que tanto show lobotomizado contemporáneo.
Para acabar de cuadrar la fórmula, Korine escoge como tres de sus cuatro protagonistas a impolutos iconos surgidos del Club Disney: Selena Gomes, Vanessa Hudgens y Ashley Benson (Emma Roberts abandonó el rodaje a mitad de película aludiendo "diferencias creativas"). Jóvenes tremendamente populares en el mainstream americano que, entre otras cosas, sirven como un gancho perfecto para atraer a la juventud a las salas pero cuyo valor protagónico es inmenso (además de perfectamente coherente con el discurso de la obra): ellas son el testimonio perfecto de esa juventud inmaculada que desde la sociedad de consumo se intenta imponer como modelo a seguir. Normal que Korine las muestre como unas díscolas descocadas en busca del sexo más desenfrenado, de la borrachera más rápida y de todo tipo de acto delictivo. Aunque probablemente el momento más pérfido de la obra corra a cargo del encuentro íntimo en que el proxeneta Alien (James Franco, "llámame Al, aunque vengo de otro planeta") intenta seducir a una magnífica Selena Gomes: filmado en plano corto y con cámara envolvente, este choque fáustico recuerda mucho al vivido en Taxi Driver (1976) entre Harvey Keitel y Jodie Foster al son de Barry White.