Matt Damon protagoniza y co-escribe el guión de Tierra prometida, de Gus Van Sant

El norteamericano Gus Van Sant vuelve a deconstruir su propia identidad como cineasta en 'Tierra prometida', una trama política sobre las manipulaciones de las multinacionales y un sentido retrato de la clase trabajadora.

Tierra prometida contiene en su interior muchos hipotéticos desengaños, elementos suficientes para desconcertar a muchos públicos. O Gus Van Sant como el gran escapista. A quienes vayan buscando al Van Sant más radical en las formas les incomodará la aparente sencillez del relato, a los que acudan atraídos por la propuesta política se verán expulsados por su ingenuidad, y a quienes acudan buscando a Matt Damon, el omnipresente protagonista, productor y guionista, se encontrarán con el actor en un papel incómodo, mal trazado (ex profeso) y algo resbaladizo. Gus Van Sant como el mejor deconstructor de su propia identidad.



Aunque en realidad, todas las películas de Van Sant son de alguna manera ejercicios a contracorriente, movimientos inesperados que basculan, dicen, entre lo comercial y lo autoral, entre el encargo y el trabajo artístico. Quizás en esa permanente huida de su propio estilo, de aquello que los críticos y espectadores esperan de él, esté el auténtico rasgo de estilo de un cineasta que parece más interesado en el trabajo constante en el tiempo que en la construcción de un sello autoral permanente e inmutable.



Sin embargo, tanto en el trabajo artístico como en el plano político, la película no es lo que aparenta. O no solo: el relato, clásico en su estructura, se deshilacha progresivamente, para dar paso a una sensación de tiempo suspendido, a una no-narración simple que se abre al paisaje y los diálogos aparentemente intrascendentes. Como si la película clásica desmontara su propia construcción. Basándose en un guión del propio Matt Damon y John Krasinski, que interpreta a otro de los personajes centrales, Gus Van Sant cuenta la historia del enviado de una gran empresa de gas natural encargado de alquilar al precio más bajo posible las tierras de una zona indeterminada del interior del país para explotarlas en busca de gas. El dinero que el enviado les ofrece, siempre ridículo en comparación a los beneficios futuros que obtendrá la empresa, no logra ocultar los peligros para la subsistencia del modo de vida tradicional, amenazado de forma directa por los químicos empleados en la exploración.



El alegato político de la película es ingenuo, y probablemente simplista, casi un panfleto contra las prácticas manipuladoras de las multinacionales en busca del máximo rendimiento (y bienvenidos sean los panfletos, dicho sea de paso, en una época dada a las medias tintas y los paños calientes), porque el auténtico interés de Van Sant parece estar en el retrato del paisaje, físico y humano, de esa tierra de trabajadores, entroncando con una larga tradición de retrato, fotográfico y cinematográfico, del patrimonio inmaterial norteamericano. Van Sant puntúa la película con secuencias flotantes de rostros suspendidos en el tiempo, trabajadores agotados al volver del trabajo, trabajadores en sus momentos de ocio y expansión en el único bar del pueblo, trabajadores, obreros, campesinos, reunidos en asambleas populares. En la mejor línea de Walker Evans, o Robert Frank en su libro The Americans, Van Sant suspende el tiempo del relato, convirtiéndolo en algo casi líquido, ligero y en constante bucle, para centrar su cámara en esos rostros surcados por las cicatrices del trabajo. Casi inevitable pensar en las estrofas de John Lennon en su Working Class Hero: "Hay un lugar en la cima / Es lo que te dicen. / Pero primero debes aprender a sonreír mientras matas / Si quieres ser como esa gente que vive en las colinas. / Un héroe de la clase obrera hay que ser".