Manuel Martín Cuenca y Antonio de la Torre en el rodaje de Caníbal

Manuel Martín Cuenca pasa por una etapa dulce. El Festival de Málaga, que arranca mañana, le concede el premio Eloy de la Iglesia como reconocimiento a su filmografía, coincidiendo además con el fin del rodaje de 'Caníbal', su cuarto filme de ficción. El director almeriense ha hablado de todo ello con El Cultural.

Un hombre que se alimenta de carne humana. Solo de mujer, joven y sana. Ese hombre no es Hannibal Lecter, sino Carlos, un sastre de Granada. Lo encarna el ubicuo Antonio de la Torre, protagonista absoluto de Caníbal. Dos días después del fin de rodaje en Granada, Manuel Martín Cuenca (Almería, 1964) define el que será su cuarto largometraje de ficción como "la historia de amor de un demonio". Regresa así al que aparenta ser su natural territorio de fabulación: los amores prohibidos, condenados por los códigos de la moral, como ese perturbador romance entre un adulto y una menor en La flaqueza del bolchevique (2003), como esa obsesión incestuosa que nos reveló, entre salinas y paisajes desérticos, en La mitad de Óscar (2010).



Quizá por ello, porque en apenas una década ha sentado las bases de una envidiable filmografía -que ha transitado tanto por los caminos de la ficción como del documental-, Martín Cuenca recibirá este semana, en el marco del Festival de Málaga, el premio Eloy de la Iglesia como reconocimiento a su carrera. "Todavía soy un director incipiente, en formación, de ahí que reciba el premio con tanta alegría como sorpresa -explica el autor de Últimos testigos. Carrillo comunista (2009)-. Para mí es un orgullo estar en la misma lista de premiados de Isaki Lacuesta o Cesc Gay, a quienes admiro mucho. Pero hasta que alguien no rueda al menos diez películas, no es un cineasta. Todavía me corroen las inseguridades... pero por eso mismo me siento obligado a ponerme a prueba en cada película".



-Ha rodado sus dos últimos filmes en Almería y Granada, los paisajes de su infancia y juventud. ¿Hay una búsqueda consciente en ello?

-Hay sin duda una voluntad de retratar el sur que llevo dentro, porque además la geografía es esencial para explicar los sentimientos que convocan ambas películas. Fue en Almería y Granada donde recibí mi educación sentimental y en esta etapa de mi vida quería de algún modo volver a las raíces. Creo que podría seguir rodando ahí toda mi vida, porque aportan a la película algo que me pertenece.



-Máxime cuando la novela en la que se inspira Caníbal transcurre en La Habana. ¿Ha cambiado mucho respecto al texto de Humberto Arenal?

-La novela es apenas un marco, y nos hemos desentendido por completo de la trama. Nos quedamos con el concepto, que era conjugar el amor con los resortes del mal, para traerlo al corazón de la civilización europea. Nos hemos olvidado que Europa es la cuna del mal. Hemos vivido un sueño después de la II Guerra Mundial, pero ese sueño se está desvaneciendo.



-¿Tiene la intención de inscribir Caníbal en la herencia de ese cine español que ha retratado la España negra?

-Espero que sí. Es una España que siempre ha estado ahí, en nosotros, a la que no pondría adjetivos. Pero sí hay una reivindicación de un cine español que va desde Mur Oti, por ejemplo, pasando por Buñuel y Fernán Gómez, hasta Bardem, Saura, etc. También tenía en mente películas de Chabrol, como El carnicero (1970) y Al anochecer (1971), o La bestia debe morir (1974) de Paul Annett. Ahora que se nos está cayendo la carcasa de la prosperidad, es probable que volvamos a ver nuestra esencia más cruda y arcaica, que quizá es más visible en las ciudades de provincia.



-¿La elección de Antonio de la Torre va también en esa dirección, de retratar cierta tipología del español común?

-Antonio no es un actor amigo de las sofisticaciones, es casi un actor en bruto, primitivo, en el buen sentido. Felipe Vega me dijo que es ese tipo de actores con los que hubiera rodado Buñuel. Un actor más glamouroso nos hubiera llevado a un tipo de cine más americano, pero yo tenía claro que quería huir de eso, que quería un tipo común que transmitiera cierta idea de la españolidad, y cuyos actos nunca se explicaran. Caníbal es un relato casi objetivo de los hechos, sin psicologismos. La tragedia o se explica por sí misma o no se explica, con el menor número de diálogos posibles, con una puesta en escena desnuda. He querido hacer una película cruda que refleje un dilema moral... ¿qué pasa si el demonio se enamora?



-Después de su película más indefensa en términos de producción, ha rodado ahora su trabajo más protegido, que más ayudas ha recibido. Parece como si fuera a contracorriente de la situación actual...

-Como veíamos lo que estaba cayendo aquí, salimos fuera, durante dos años, a buscar socios internacionales. Y hemos tenido la suerte de que el proyecto ha suscitado mucho interés fuera de España, sobre todo desde que pasó por el Atelier de Cannes, y después la entrada del productor Fernando Bovaira (Mod Producciones) ha sido fundamental.



-En el panorama del cine español, ¿dónde se coloca ahora mismo como cineasta?

-Lo que me ha enseñado el tiempo es que este oficio es muy irónico. Cuando más hundido estás, surge un proyecto como éste. No sé si podré volver a rodar después. Trataré de seguir trabajando hasta que no tenga nada más que decir, pero las mismas puertas que se me abren hoy, se pueden cerrar mañana. El cine español, evidentemente, pasa por un situación muy complicada. Es difícil ponerle nombre a este magma confuso en el que estamos inmersos, en todos los ámbitos de la sociedad, que parece la antesala de algo muy gordo. Por eso mi espíritu de cineasta está con aquellos que hacen cine como un acto de resistencia.



-¿Y cree realmente que el cine español está reaccionando a la altura de sus tiempos?

-El cine es muy lento en ese sentido. Hay que darle tiempo. Tenemos un ejemplo muy claro en Grecia, con películas como Canino, que recuerdan al cine metafórico de nuestra dictadura, hablando del presente a través de fábulas. Caníbal tiene esa dimensión. Inevitablemente vamos a tener que hablar de todo lo que está ocurriendo, porque va a caer sobre nuestras cabezas. Es nuestra responsabilidad hacerlo. Quizá es el peor momento para el país pero el mejor para el cine.