Quizá es difícil de entender para los no iniciados el grado de fascinación que ejerce la historia de "los 3 de Memphis", explicada prolijamente en los tres documentales Paradise Lost, dirigidos por Joe Berlinger y Bruce Sinofsky, una magistral aproximación a la brutalidad e injusticia de uno de los casos más terribles de la historia judicial de Estados Unidos. Quizá hay quien piensa que con las siete horas de esos trabajos hay suficiente y que un nuevo documental, West of Memphis, nada puede aportar a lo ya dicho. Sin embargo, este trabajo firmado por Amy Berg y producido por Peter Jackson no solo es cinematográficamente relevante, también aporta un elemento clave: la identidad del asesino. La película es mucho más que un "aperitivo" a la que ha dirigido Atom Egoyan con Reese Witherspoon y Colin Firth que veremos en España en otoño.
Para poner en antecedentes, la historia trata sobre el asesinato de tres niños el 5 de mayo de 1993 en un suburbio pobre de Memphis. Mediante una confesión forzosa de un adolescente medio retrasado, la policía incrimina a otros dos chicos en la matanza, que es considerada como un "ritual satánico". La afición al heavy metal y a las novelas de terror de los sospechosos fue suficiente para acusarlos, incriminarlos y meterlos en la cárcel de por vida, y en el caso de uno de ellos, Damien Nichols, el único mayor de edad, sentenciarlo a muerte. Al espanto provocado por la carnicería de niños de cuatro años se suma el espanto por la injusta encarcelación de tres jóvenes inocentes víctimas de la superstición, el revanchismo, la ineficacia y, en último término, la estupidez.
Paradise Lost se centraba en la inverosímil peripecia de esos tres chavales, muy particularmente en el más carismático de todos ellos, el inteligente, exhibicionista y magnético Nichols, protagonista de un show macabro. Esa serie proporciona, además, un impresionante retrato de esa América blanca y pobre que vive en humildes caravanas, va siempre vestida en chándal, donde cunde la obesidad y las dentaduras casi nunca están en su sitio. Acostumbrados también al inglés americano neutro de los actores, sorprende también ese americano de Arkansas en el que las vocales son eternas y que parece cantado, un inglés dulzón y pueblerino que aporta una peculiar banda sonora a la película.
West of Memphis toma un camino totalmente distinto al de Paradise Lost. No hace falta haber visto la serie porque la película explica los aspectos básicos del caso, pero no se trata de compadecerse de esos adolescentes injustamente condenados sino de encontrar al verdadero culpable. De esta manera, la película funciona como una investigación criminal en la que detectives, forenses, psicólogos y la propia directora investigan la identidad del verdadero (o verdaderos) asesinos. Emerge la figura espantosa de Terry Hobbs, padrastro de una de las criaturas y a quien las pruebas apuntan de una forma tan absurdamente evidente que el sinsentido de la investigación policial cobra un nuevo matiz de espanto.
Lo más maravilloso de esta historia son los magníficos personajes que la habitan. Ese John Mark Byers, padrastro de otro de los niños, enloquecido e ignorante al que se creyó culpable por el mismo motivo que los adolescentes, por su rareza. Ese juez Burnett con el cabello teñido que es el malvado de la historia, un hombre cursi, pedante y ridículo cuyas decisiones carecen en todo momento del menor sentido y están guiadas por la estupidez absoluta; ese policía calvo que está convencido de la culpabilidad de los chavales y que se niega de forma absurda a reconsiderar los hechos y las pruebas para no quedar en evidencia; esos tres niños asesinados, los grandes olvidados de Paradise Lost, cobran toda la importancia en West of Memphis y se convierten por fin en los protagonistas.