Ray Harryhousen junto a una de sus critaturas. Foto: Archivo



A la muerte de Ray Bradbury, el crítico Jesús Palacios recuperó para El Cultural el relato de una anécdota deliciosa que le había regalado Ray Harryhausen en una de sus muchas visitas a España, país que le encantaba a este mito del cine fantástico que falleció ayer a los 92 años. En Los Ángeles, en un Diner a finales de los años 30 -imaginen, una Betty con delantalito paseando la cafetera entre las butacas color pastel- discuten arrebatados tres muchachos, Bradbury, Forrest J. Ackerman y quien cuenta la historia, Ray Harryhausen. Están convencidos de que el hombre llegará a la luna y se pelean por el cuándo y el cómo del futuro acontecimiento. El porcentaje de imaginación que se sentaba en torno a aquella mesa pocas veces se habrá repetido en la historia de la ciencia ficción, campo creativo del que los tres fueron figuras imprescindibles.



El último de ellos en abandonar este mundo ha sido Ray Harryhausen, responsable de muchas de las cumbres coronadas por el cine fantástico y padre de los efectos especiales que hoy han convertido al género en uno de los más taquilleros. Sus monstruos y criaturas en miniatura, creadas con la magia de lo casero, y animadas fotograma a fotograma, influyeron en Spielberg, James Cameron, Peter Jackson y George Lucas y su técnica del stop-motion ha sido utilizada por figuras como Tim Burton (La novia cadáver) o, más recientemente, los autores de Coraline y El alucinante mundo de Norman. "Soñaba con hacer grandes películas plagadas de criaturas y bestias míticas para emular a Ray Harryhausen y su Simbad y la princesa y Jasón y los Argonautas, que son favoritas mías de hace tiempo", declaró Peter Jackson en una entrevista con El Cultural al hilo del estreno de El Señor de los anillos.



La visión infantil de King Kong disparó la imaginación de Harryhausen, que había nacido en Los Ángeles en 1920. Ya en el instituto, forjó amistad con Bradbury, con quien se enroló en la Science Fiction League de la ciudad, dirigida por Ackerman. Juntos representan una época en la que el aficionado al cine logró llegar a profesionalizarse. Su primer trabajo fue un corto para la serie de marionetas Puppetons, de George Pal, aunque nunca fue emitido. Durante la Segunda Guerra Mundial consiguió trabajar como ayudante de cámara, pero no fue hasta terminado el conflicto cuando entró definitivamente en el mundo del cine, creando la animación de Mighty Joe John, junto al padre de King Kong, Ernest B. Schoedsack. El gorila volvió a cruzarse con él en una tercera ocasión, la que supuso el empujón definitivo en su carrera, gracias a su exitoso reestreno a comienzos de los 50, que provocó un alubión de películas protagonizadas por monstruos gigantes. Y ahí estaba Ray, llamado a convertirse en un mito a lo largo del siglo XX con títulos como Surgió del fondo del mar (1955), La isla misteriosa (1961), Jasón y los Argonautas (1963), Un millón de años a.C. (1966), Simbad (1981) y Furia de Titanes (1981).





La famosa escena de los esqueletos de Jasón y los Argonautas, homenajeada por Sam Raimi años después en El ejército de las tinieblas



Ganador de un Oscar honorífico en 1992, dueño de una estrella en el Paseo de la Fama y con un museo sobre su trabajo en Alemania, su legado no ha sido, sin embargo, puesto verderamente en valor hasta los últimos años. Según el crítico Carlos Díaz Maroto, autor del libro Ray Harryhausen, el mago del stop- motion (Calamar Ediciones), el único volumen en español sobre el genio de los efectos, el director tuvo mucho respeto entre el sector cinéfilo más antiguo, pero la industria le dio de lado hace muchos años. "Era un dinosaurio en todos los sentidos", expresa el escritor, que considera que una de sus claves fue el hecho de haber estudiado interpretación, lo que logró que imprimiera vida a sus muñecos. "A diferencia de sus películas, al fantástico de hoy, con todas sus técnicas y sus 3D, le falta humanidad, magia, dimensión física. Todo parece muy plano", compara Díaz Maroto, que define la personalidad de Harryhausen como la de hombre "modesto, sencillo y fiel a sus amigos" al que le encantaba España, país donde rodó en muchas ocasiones.



Aunque su trabajo fuera el de un animador y no el de un director, Harryhausen, que hizo volar a Pegaso y que nos atemorizó con su Kraken, sus esqueletos y su Medusa, tiene la virtud de haber dotado de una marca a sus películas, hoy más recordadas y valoradas por su presencia en ellas que por los que fueron sus directores o protagonistas. En este sentido, sienta un precedente, pues la figura del director de efectos especiales, hoy muy bien considerada, empezó a cobrar valor a partir de su trabajo.