María Valverde y Mario Casas en un fotograma de La mula.



Son de sobra conocidos los tumultos y dificultades que acumula la película La mula, finalizada hace más de tres años pero que por motivos diversos no ha podido llegar a nuestras pantallas hasta hoy. La historia de la película, como sucede con otros proyectos accidentados, corre el riesgo de distorsionar su recepción de modo que se hable más de esos problemas que de la propia película. Hay que reconocer que la historia del director fantasma que sustituyó a Radford tras su pataleo, ese misterioso hombre que rodó las últimas secuencias con un pasamontañas, es demasiado buena como para olvidarla fácilmente.



Vayamos, pues, a la película. Y lo que queda es un filme muy digno, a ratos incluso bueno. Basado en una novela homónima de Juan Eslava Galán, La mula pretende contarnos la guerra civil (sí, la guerra civil, por favor que nadie la descalifique de entrada por ello como algunas veces ha sucedido) desde un punto de vista amable y tierno, sin desdeñar, claro, todo lo que tuvo de cruel y de espantoso el conflicto. Sigue las peripecias de de Juan (Mario Casas) un pizpireto y joven campesino que ha ido a parar al bando nacional sin comerlo ni beberlo y para el que la política y la guerra son en realidad cuestiones secundarias ya que, como suele suceder, lo más importante no sale en el periódico aunque sea una guerra y más cuando uno está en pleno furor hormonal.



Para los avispados de siempre, Mario Casas está muy bien en la piel de Juan. Sucede además una cosa sobresaliente, el gallego logra no solo imitar a la perfección el acento andaluz, también algo que no consigue cuando habla en castellano neutro, vocalizar. Casas tiene una forma de mirar a cámara que muchas veces suple sus carencias como actor pero aquí se aúna una composición llena de gracia con esa apostura de estrella de Hollywood que al cine español tampoco le hace ningún daño. Quién lo iba a decir, al actor se le da mejor el registro cómico que el dramático, y en este papel se adivina en él una proyección ya sospechada pero más sólida como intérprete de fuste en el futuro.



Le acompaña María Valverde, con la que forma la pareja de la saga de A tres metros sobre el cielo, igualmente graciosa como engañosa andaluza. Las buenas interpretaciones de Secun de la Rosa, Jesús Carroza o Daniel Grao, esta es una película de actores, acaban de dar fuerza a un filme en el que también es evidente el tono meloso al que es proclive Radford (famoso por la "sensible" El cartero y Pablo Neruda) pero que en la película no chirría. No es fácil tratar una guerra desde la bondad y Radford lo consigue. Los problemas vienen porque a veces las anécdotas "chistosas" sobre la guerra se suceden con demasiada frecuencia y sin solución de continuidad, como una colección de batallitas de la mili muy graciosas pero que desvirtúan un tanto el sentido final de la película y a ratos la hacen demasiado pueril. La mula, sin embargo, va.