Fotograma de Hijo de Caín, de Jesús Monllaó.
Cuenta la historia de Nico, un adolescente de catorce años con problemas para comunicarse que vive cómodamente en una familia de clase alta que observa con sorpresa, sentimiento de culpabilidad y espanto la rareza de su propio hijo. Obsesionado con el ajedrez, lo de menos es su aislamiento y lo de más sus impulsos violentos. El joven empieza la película matando a un perro y a partir de aquí, comete todo tipo de atrocidades, con el consiguiente contrapunto para que alberguemos alguna duda sobre la posibilidad de que finalmente haya redención.
José Coronado, cada día mejor actor, da vida al padre del chico y David Solans se mete en la piel de un psicólogo que trata, ajedrez mediante, de "resolver" la maldad del niño. Basada en una novela de Ignacio García Valiño, la película enlaza de forma clara con la reciente Tenemos que hablar de Kevin pero se queda bastante lejos de lo logrado por aquel filme. El director cuenta bien la historia, sin subrayados excesivos ni efectismos innecesarios, pero la película salta de un tópico a otro sin ton ni son y todas las situaciones dan la impresión de haber sido vistas: la familia burguesa con sentimiento de culpabilidad, el psicólogo sabelotodo que no quiere aceptar el caso, incluso las maldades del niño carecen de sentido e imaginación. Se entiende el mal por el mal, pero no pasa nada si existe además algún sentido a las fechorías.
Todo ello quizá suena peor de lo que es. Hijo de Caín es una película excesivamente convencional pero es eficaz y es entretenida. No tiene la capacidad para fascinar pero al menos sí para mantenernos atentos a la pantalla para descubrir si el niño finalmente es tan malo como parece. Monllaó dosifica los golpes de efecto con sabiduría y la puesta en escena es elegante y da destellos de cierto talento. Es una pena que la película no se atreva a ir más allá y se conforme con construir un thriller tan correcto como elemental.