Definido como la "tragedia perfecta" por Mario Vargas Llosa, el conflicto de Israel con los palestinos (Palestina, oficialmente, no existe, por duro que suene y lo es) lleva 60 años atrayendo la atención del mundo y siendo un foco inagotable de dramas y preocupación para la comunidad internacional. Hace poco, un artículo en el New York Times hablaba sobre los nuevos israelíes, para quienes el problema no tiene solución pero puede ser "manejado". En efecto, los atentados árabes se han reducido de forma brutal y las noticias espantosas de la región han disminuido.



Esa "falsa paz" en la que yace el territorio es precisamente el objeto de estudio de Inch'Allah (algo así como "Dios lo quiera"), película canadiense dirigida por Anaïs Barbeau-Lavalette donde nos adentramos en la brutalidad de una ocupación cada vez más "efectiva" y también terrorífica por lo que tiene de callejón sin salida, de situación enquistada. Cuenta la directora a El Cultural: "En Occidente tendemos a simplificar este tipo de conflictos, nos basamos en una moral pura que aplicamos a todas las situaciones cuando se dan circunstancias muy complejas como la que retrata la película. Muestro un atentado terrorista palestino y no escondo lo que tiene de terrible, pero detrás de esos ataques hay seres humanos. La pregunta es qué empuja a una persona a hacer algo así".



Inch'Allah está protagonizada por Chloe (Evelyne Brochu), una médico canadiense que cuida a mujeres embarazadas en Cisjordania. Por las tardes, sin embargo, regresa a Israel, donde ha hecho amigos y se encuentra con una cultura mucho más cercana y parecida a la de su propio país. Esa mujer buena con el corazón partido que poco a poco irá descubriendo el lado oscuro de la ocupación es la protagonista de un filme con perturbadoras conclusiones: "Ella no me representa de una forma directa", dice Anaïs, "un director se acaba identificando con todos los personajes. Yo llegué a Israel hace cinco años para rodar un documental y me encontré volviendo constantemente, mi deseo era entender, aprender. Y ese proceso sí creo que lo comparto con la protagonista. Poco a poco fui entendiendo lo que sucedía".



Lo que sucede no deja en buen lugar a los israelíes, y es muy posible que la directora se deje llevar en algún momento por un efectismo que desvirtúa un tanto su sentido final. Sin embargo, nadie puede reprocharle que aunque parcial, la película es fiel a una realidad en la que unos tienen el poder absoluto y los otros padecen una situación humillante. "Hay demasiado miedo y desconfianza. Parte del equipo israelí tenía miedo de viajar a los territorios ocupados por temor a que los agredieran. Lo que percibo es que en las nuevas generaciones hay un gran hartazgo del conflicto, las heridas de la ocupación son menos recientes y por los dos lados hay una ansia soterrada de paz. Los jóvenes sienten que esta ya no es su guerra y quieren acabar con el problema".



Esa médico con el alma partida en dos es una metáfora de unos países occidentales que se mueven entre la compasión y la impotencia. "Decir que no podemos hacer nada es la manera más fácil de no hacer nada", dice Anaïs. "Me interesaba contar este conflicto desde el punto de vista de una mujer porque apenas se ha hecho nunca. Ella es una persona apolítica, es una extraña que no sabe nada de la guerra y que de una manera honesta pero un tanto ingenua quiere ayudar a los más desvalidos. Poco a poco no tendrá más remedio que meterse en el terreno de batalla. La película en realidad está contada desde tres puntos de visto, el suyo, una extranjera, el de un árabe y una judía. Se trata de que el espectador sea capaz de ver la realidad desde sus ojos". Y la realidad, es atroz.