Elizabeth Taylor y Richard Burton en Cleopatra, de Joseph L. Mankiewicz
Todo lo que podía salir mal, salió mal: el primer director, Rouben Mamoulian, abandonó el rodaje cuando Peter Finch y Stephen Boyd, los Julio César y Marco Antonio originales, dejaron la película por compromisos previos. Mankiewicz tomó las riendas como realizador, y Burton y Harrison se incorporaron al proyecto. Precisamente en Cleopatra se conocieron Taylor y Burton, y fue entonces cuando iniciaron su tormentoso romance. Ella estaba casada con Eddie Fisher, y él con Sybil Williams, y la noticia cayó como un escándalo en un Hollywood puritano y cotilla. El desinterés al principio fue mutuo: Burton despreciaba a la que consideraba otra belleza carente de talento, y Taylor no estaba particularmente impresionada por el consagrado actor teatral, del que pensaba que era deslenguado y sin modales. Sin embargo, la química entre ambos se despertó en la primera toma, hasta el punto de que en las escenas más apasionadas ni se inmutaban tras el grito de "¡corten!".
Elizabeth Taylor y Rex Harrison
La crítica ni fue demasiado favorable, pero semejante producción atrajo al público. No obstante, la recaudación, de 26 millones de dólares, ni siquiera se acercaba a lo que había costado, y eso que fue una de las más taquilleras. La Academia la nominó a nueve Oscars, de los que ganó cuatro, todos técnicos. Además aspiraba a Mejor Película, que se llevó Tom Jones, y a Mejor Actor, que por primera vez recayó en un actor negro, Sidney Poitier. El César de Rex Harrison, una espectacular mezcla entre ambición, sabiduría y certidumbre de su propia mortalidad, no fue capaz de imponerse. Precisamente, uno de los mayores logros del guión de Mankiewicz fue saber crear personajes fuertes y complejos a partir de fuentes históricas, sin caer en la simplificación. Por algo ha conseguido mantenerse como un clásico imprescindible.