Olivier Assayas en el rodaje de Después de mayo

El cineastas francés, autor de 'Las horas del día' y 'Carlos', vuelca en la pantalla sus memorias de juventud como activista político en la revolución postesesentayochista. Un viaje a los años setenta sin idealismos ni nostalgias.

No es la primera vez que Olivier Assayas (París, 1955) vuelca en la pantalla episodios de su juventud. En L'Eau froide (1994) plasmó la crónica desencantada de una joven pareja que huía a una comuna al Sur de Francia, y ahora con Después de mayo regresa a la misma época para ilustrar un fresco parisino de la revolución postsesentayochista a través de Gilles (Clément Métayer), su alter ego, un estudiante de inquietudes artísticas que se debate entre el activismo político, el amor hacia Christine (Lola Créton) y el arte. El filme, que se desarrolla con una extraordinaria fluidez y atención a los detalles (con especial atención a la banda sonora), es tanto una comprometida crónica generacional, libre de nostalgias y sin miedo a ejercer la autocrítica, como un emotivo relato en torno al paso del tiempo, las ilusiones y desilusiones de la juventud.



-Después de mayo es tanto una crónica política de los años setenta como un retrato de su juventud. ¿Cómo concilia ambos conceptos?

-Es muy difícil reflejar el estado emocional de los setenta. Los setenta es una década en verdad asustadora, debido a la complejidad de la política, a sus ideas radicales, y también porque nos hemos olvidado de lo violentos que fueron. Se vivió la resaca del 68, que fue el periodo en el que estuvimos más cerca de una verdadera revolución, algo inconcebible hoy en día. La gente no confiaba en el viejo mundo, ni en los medios de comunicación, ni en los valores de sus padres (en tener un trabajo burgués, en tener una carrera, en formar una familia, hipotecarse...), creíamos que el mundo iba a cambiar de forma drástica. No se creía en el presente y todo era posible. Creo que es el último periodo de la historia moderna en que la gente experimentó con sus propios destinos. Para los jóvenes adultos que hicieron la revolución de 1968, lo más fácil para ellos en los setenta fue convertirse en activistas profesionales, era prácticamente lo único que podían hacer con sus vidas. Así lo percibimos. La otra opción era irte a vivir con una comuna al sur de Francia, como hice yo. Los setenta inventaron la vida moderna. Se trataba de experimentar.



-¿Cómo huye de la nostalgia?

-No me gusta la nostalgia, y menos de mi juventud. Supongo que la ventaja de haber tenido 15 años en 1970 es que la juventud es frustrante, quieres cosas que no puedes alcanzar porque no eres un individuo completo, estás buscándote a ti mismo. No sabes si lograrás tus sueños. Es una época de frustraciones, de rabia y de tristeza. Yo me sentí aislado y había un sentido romántico que era ciertamente oscuro. Al mismo tiempo, como estaba interesado en la política de mis tiempos, podía ver la locura del debate político. Vi delante de mis ojos cómo la izquierda se deslizó hacia la locura y la destrucción, sin ninguna conexión con el mundo moderno. No puedo tener nostalgia hacia la política de los setenta. Si nos dimos contra la pared es porque la visión política estaba desencarrilada.



-¿Y el cine? ¿Ha sido justo con ese periodo?

-Creo que en general no ha sido bien representado. Creo que se han hecho pocas películas al respecto, y cuando se han hecho o bien se ha tratado de ridiculizar o de idealizar ese tiempo, y ambas opciones son erróneas. Aparte de las películas que se hicieron en su momento, no puedo recordar ninguna película posterior que haya retratado ese tiempo correctamente. Garrel regresó en Los amantes regulares, hizo una película muy hermosa, pero realmente no lidiaba con los problemas de mayo del 68, observa esa época desde un ángulo muy personal y creo que no representa la época tal y como fue. Y Bertolucci lo hizo mucho peor en Dreamers. La gran película retrospectiva sobre mayo del 68 todavía no se ha hecho y no estoy seguro de que pueda hacerse. Todavía es un debate muy interesante aclarar qué fue realmente lo que ocurrió: ¿fue la última revolución del siglo pasado o la primera revolución de la era moderna?



-En su película hay una tensión permanente entre la política y el arte.

-Es un tema que encarna algo muy específico de los setenta y de mi propia juventud. Y también es algo universal. Cada generación experimenta esas tensiones. Para convertirte en ti mismo tienes que de algún modo romper con los grandes valores de tu generación. En los setenta con más claridad todavía, porque hay que tener en cuenta que fuimos los escogidos para la revolución, y teníamos ese peso en nuestras espaldas. Traicionar los valores de nuestro tiempo significaba traicionar la revolución, traicionar a la clase trabajadora, y todo eso nos preocupaba mucho.



-Gilles encuentra en el cine la resolución de esa disyuntiva. ¿Es ese también un momento autobiográfico?

-Completamente. Mi primera atracción fue la pintura, que era algo muy solitario, pero al menos el cine tenía algo más de contacto con el mundo. En cierto modo, al ser un arte colectivo que dialoga con el mundo real, y que tiene una dimensión documental y social, me permitía reconciliarme con algunos valores revolucionarios. El cine me permitió mantener esos dos polos magnéticos en convivencia, en permanente diálogo.



-¿Cree que ha mantenido esa tensión a lo largo de toda su carrera?

-Sí, creo que sí, porque esos valores me definieron. Creo que la película trata básicamente sobre cómo sobreviví yo a los setenta, porque hubo tanta gente que no sobrevivió... Y lo que me permitió sobrevivir fue muy implicación artística, con la que encontré mi propio camino. No estaba exactamente en conflicto conmigo mismo, pero sí tenía aspiraciones personales que chocaban con mi tiempo. En 1974, Jean Eustache hizo La mama y la puta, que fue atacada por los Cahiers como una desviación pequeño-burguesa de la revolución, y si fue difícil para Eustache, imagina para un joven de veinte años como yo.



-Muestra en la película cómo el lenguaje del cine también tuvo que plantearse una revolución para adaptarse a los tiempos, buscar un nuevo lenguaje...

Lo bonito de las pleículas es que básicamente plantean preguntas, y no respuestas. No tengo ningún respeto a las películas que solo ofrecen respuestas. No estoy seguro de que tengo respuestas para esas preguntas que lanzo en la película -"¿hay que cambiar el lenguaje del cine?"-, pero sí tengo la certeza de que esas preguntas me definen, que vengo de un mundo en el que esas preguntas eran las que te definían, tenías que pensar sobre ellas y darles tu propia respuesta.



-Ha explorado este periodo varias veces en su filmografía. Carlos era el retrato también de la perversión de la utopía revolucionaria, y en cierto modo, Después de mayo podría ser una segunda parte de L'eau froide... -Yo diría que son películas todas ellas que dialogan entre sí. Es un periodo muy poderoso y constantemente vuelvo a él porque está en mi ADN. Todo lo que he hecho tiene ahí sus raíces. De algún modo, siempre hay que volver a la juventud y estar en contacto con ese síntoma revolucionario. Debes de vez en cuando volver allí para recordarte a ti mismo lo que fuiste y no desviarte demasiado de esos valores.



-En estos tiempos hay segurmanete más razones que en los 60 y los 70 para una revolución...

-Sin duda. Las cosas están mucho peor. El retroceso social ha sido brutal.



-¿Qué pueden aprender los jóvenes de hoy de la lucha que emprendió su generación?

-Cree que hay que seguir confiando en el poder que cada generación tiene para cambiar el mundo. Cada generación tiene en sus manos el potencial para hacerlo. Cuando creces, acabas en otra cosa, pero cuando eres joven, tienes ese potencial dentro porque no tienes nada que pedir, y tienes esa noción del poder colectivo, quizá algo naif pero extremadamente potente. Y creo que hoy en día la gente no cree en esa capacidad generacional de que se puede cambiar el orden social. Eventualmente creen en formas de exigirlo, de hacer las cosas un poco mejor. Lo más loco de estos tiempos es cómo escucho en boca de cierta juventud aquello que deberíamos escuchar por boca de los políticos. Lo que reclama el 15M, o la juventud francesa, o el movimiento Ocuppy Wall Street son nociones básicas de sentido común político, pero que por millones de razones los políticos no dicen ni asumen. Esta realidad es el reflejo de lo realmente jodida que está la clase política, que es mucho más brutal y horrible de lo que fue en los setenta o en cualquier otro periodo del siglo XX. Vivimos tiempos en los que los políticos ya no creen en la política, y eso es muy desalentador. Por muy crítico que sea con la utopía de los setenta, al menos esa utopía logró asustar a los políticos, les agitó, tuvieron que enfrentarse a esa rabia general. ¿Pero ahora? ¿Qué hacen si no ignorarnos? No se trata de cambiar las cosas de la noche al día pero sí hay que creer en la noción de responsabilidad y creer en el futuro. Las lecciones del pasado se pueden aprender. El diálogo en la película de por qué la revolución rusa fracasó y se convirtió en un estado totalitario, o por qué la revolución española fracasó, es una realidad... En esos tiempos tratamos de analizar por qué las revoluciones del pasado fracasaron, ¿pero ahora? Creo que ese debate no existe, y de ahí la importancia, al menos para mí, que tiene Después de mayo. Se puede aprender mucho de las lecciones del pasado.