El director argentino Santiago Mitre estrena El Estudiante. Foto: Javi Martínez

Por fin llega a las carteleras El estudiante, película argentina que ganó el Festival de Gijón de hace dos años y obtuvo un enorme éxito en su país y en festivales y países de todo el mundo. A partir de la peripecia de Roque (Esteban Lamothe), un joven y ambicioso estudiante universitario que se enamora de una profesora involucrada en el politiqueo de la facultad y que acaba haciendo una meteórica carrera entre despachos, intrigas, traiciones y ambiciones veladas. El estudiante es una película brillante en la que a partir de una historia "minúscula" se nos presenta un ambicioso y profundo retrato de las pasiones humanas. Hablamos con el director, Santiago Mitre, a su paso por Madrid. A Mitre también lo conocemos por que ha sido el guionista de las películas de Pablo Trapero Leonera (2008), Carancho (2010) y Elefante blanco (2012).



Pregunta.- ¿Qué siente respecto a una película que dirigió hace más de dos años?

Respuesta.- No la he vuelto a ver, la exhibí en abril de 2011 en el festival de Buenos Aires y fue la última vez en la prueba de proyección con la sala vacía. No pienso volver a verla hasta que sea estrictamente necesario. Cuando viajo miro los 20 primeros minutos para chequear que todo esta bien y punto. El problema es que no veo la película, me acuerdo de las circunstancias de rodaje y no me puedo relajar.



P.- ¿Qué le parece la definición "Shakespeare en la universidad"?

R.- No lo había pensado. Es cierto que tiene un componente clásico y está la lucha del poder y la ambición, la contradicción entre ética y voluntad de poder. De todos modos, sí me gusta la comparación, ¡claro!



P.- Roque es el clásico ambicioso, un personaje que por su propia definición suele ser apasionado.

R.- Es un personaje muy peculiar, está muy perdido cuando empieza la película. Al principio solo le importa conocer chicas e ir a fiestas y, sin embargo, es alguien que desea con mucha fuerza. Ese deseo primero se concentra en las chicas y luego, cuando se topa con la política, ese deseo se despliega en otra dirección.



P.- Es una ambición que tiene que ver con el poder puro y duro, la ideología pinta muy poco.

R.- Es una ambición muy abstracta e indefinida. El hace política para avanzar en una carrera personal, no hay un objetivo de transformación social o de servicio a los demás. Roque solo pone en practica sus ideas, no hay un fondo.



P.- ¿Eso está relacionado con el fin de las ideologías duras en que vivimos?

R.- Vivimos en una época de transición en la que no se ha producido el quiebre o el cambio que se vislumbra en algún lado y que ves con esos movimientos sociales. Muchas de las cosas que se critican a esos movimientos es la falta de un objetivo claro, que no aportan soluciones. Son el reflejo de una gran disconformidad con la historia política de los últimos veinte años, que no se sabe hacia dónde va. El primer paso es este, descubrir la política como algo importante y marcar la agenda.



P.- ¿Cuánto hay de fábula en el filme?

R.- Es una fábula porque podría parecer un retrato de la politica universitaria pero no lo es, tiene una relación bastante pendular con su objeto. En realidad se habla de otra cosa, todo tiene que ser interpretado como una ficción y los verdaderos temas están por debajo. De todos modos, es una fábula completamente realista, no hay conejos, pero hay un juego formal. Se habla de lo que en Argentina llamamos la rosca, que es la práctica política en su estado puro. Cualquiera que hace politica tiene que lidiar con eso y la traición está a la vuelta de la esquina.



P.- La evolución narrativa es perfectamente clásica.

R.- Yo trabajé con estructuras que vienen de la literatura. Es una ficción clásica en términos de relato y de temas. La estructura la tomé de un cuento de Borges y desde luego Flaubert es una fuente de inspiración también. Yo quizá quería hacer La educación sentimental.



P.- Es una película en la que se habla muchísimo, como es frecuente en el cine argentino.

R.- Está hiperdialogada, en parte porque los argentinos somos muy charlatanes. El dialogo es muy contextual porque no se trata de lo que se dicen textualmente, todo depende de lo que piensan, lo que no dicen, lo que están tratando de adivinar. El diálogo es tan apabullante y tan confuso en muchos casos porque no quiero que le presten atención, lo importante sucede por debajo.



P.- Vemos la distancia entre lo que se dice, lo que se piensa y se hace.

R.- Exacto. Lo que se dicen nunca es lo que están pensando. Siempre hay un objetivo oculto, esta película es completamente discursiva pero el discurso no es la verdad. La película en términos de puesta en escena lo trabaja así, el diálogo está un poco en off. Lo más importante es cómo el personaje está mirando, ese discurso se funde y pasa a estar en off.



P.- En esa retórica interminable hay algo indiscutiblemente español o latino.

R.- Los sajones hacen política con menos cargos de conciencia, la entienden de un modo mucho más concreto, los latinos somos un poco más idealistas. Para mi sorpresa se entiende muy bien en todas partes aunque hay que reconocer que latinoamericanos, portugueses y griegos tienen un nivel de cercanía especial. En otras lugares se veía de un modo más exótico.



P.- ¿Diría que tiene un final feliz?

R.- El final es lo suficientemente abierto como para que cada uno saque sus propias conclusiones. Uno puede pensar que este protagonista es un cínico o que es un idealista o seguir la lógica de la película porque pactó algo que le conviene más y le demuestra a su antiguo mentor que tiene más poder que él, o podemos pensar que es alguien que está dolido por una situación. No lo veo como una defensa de la dignidad aunque por supuesto es la idea que más me gusta y hay una redención, pero no está tan claro. Además esa redención llega después de una movida bastante jodida.



P.- ¿Cómo fue trabajar con un presupuesto tan reducido?

R.- Es una película que se produjo sin un duro, decir precario sería generoso. Pertenezco a un grupo de cineastas independientes en Argentina que creemos que hacer cine independiente no es una resignación, se puede hacer cine ambicioso con poco dinero.



P.- ¿Es un guionista metido a director o fue al revés?

R.- Trabajar como guionista fue una casualidad, no es algo que me propuse, yo quería hacer cine. Hice una minipeli con unos amigos, a partir de allí me encargaron que esribiera una serie y luego me llamó Trapero, no fue una decisión. A mí lo que me gusta es dirigir pero la escritura también me gusta mucho, trato de no hacer muchas distinciones.



P.- ¿Y qué le gusta más de dirigir?

R.- El trabajo con los actores.