El cineasta francés Pierre Duculot.

El regreso a las raíces es todo un género literario y cinematográfico con incontables precedentes. El belga Pierre Duculot le da una nueva vuelta en la sencilla y conmovedora Una casa en Córcega, una historia sutil sobre personas "normales" en la que Duculot logra que nos identifiquemos con la inquietud de esa protagonista desdichada sin saber por qué acaba encontrando en la isla de Córcega un insólito refugio. Sin preciosismos, el gran mérito de la película es contarnos un delicado estado del alma sin recurrir a tópicos sobre el mundo rural. El director reivindica en El Cultural su manera artesana de concebir el cine.



Pregunta.- Una casa en Córcega cuenta una historia universal, la necesidad de encontrar un lugar en el mundo.

Respuesta.- Viajando constaté que le interesa a gente de todo el mundo porque habla de un impulso muy humano. La protagonista es hija de la época en que vivimos, en la que sentimos una gran inseguridad material. Tiene un trabajo y un compañero pero sabe que no es suficiente, tiene unas ganas enormes de vivir. En este sentido es un personaje muy contemporáneo, con un deseo muy fuerte por conseguir algo mejor de lo que la sociedad propone y está dispuesta a luchar por ello. Vemos la necesidad de que un árbol tenga buenas raíces para que crezcan las ramas.







P.- Muchas veces el concepto "regreso al campo" se ha glamourizado y vemos a ricos que "descubren los verdaderos valores". Sus personajes son perfectamente "corrientes".

R.- Me gusta mucho el cine de Guéguidian, contar historias de todos los días. Antes de dirigir me he dedicado a producir documentales porque me interesan mucho las vidas ordinarias. Por eso trabajé con actores belgas y corsos, amateurs, no hay trampa ni cartón, no hay actores profesionales haciendo de corsos. En el caso de los dos actores protagonistas, Christelle Cornil y François Vicentelli, no podía ser así porque la primera sale en todos los planos y era necesario una profesional y él debía aportar una presencia muy fuerte, con mucho encanto. De todos modos hicimos un gran trabajo para que parecieran lo más creíble posible.



P.- El mundo rural está mucho menos retratado por el cine. Ha huido de una visión idílica.

R.- Trabajé mucho tiempo en un festival de cine rural y me cansé de ver películas de gente que no conoce el campo. Me cansa esa visión estereotipada del tractor y la vida bucólica. Córcega no es un sitio muy hospitalario, es una vida dura. Es ridículo decir que todo es bonito y magnífico.



P.- La isla de Córcega sorprende por su rica historia y costumbres.

R.- Córcega siempre ha sido una isla en disputa que ha cambiado de manos decenas de veces. Eso le ha dado un carácter muy peculiar, sus habitantes son gente de todas partes de Europa, hay italianos, griegos, marroquíes, belgas, franceses. Después de la II Guerra Mundial fue un refugio para exiliados de toda Europa y esa mezcla tiene un punto legendario. Es un lugar con fuertes tradiciones y, aunque se suela enseñar la foto de la playa, en realidad es una montaña enorme. Ahora mismo hay un desempleo muy elevado y atraviesa grandes dificultades.



P.- Hay una voluntad por hacer un cine poco grandilocuente, ¿lo definiría como muy "europeo"?

R.- Desde luego es una película muy europea que se hizo con muy pocos medios. No quería grandes movimientos de cámara más allá de lo simple y naturalista, cosas que no fueran muy difíciles de montar. No creo que sirva para hacer cine fantástico ni policíaco, mi manera de entenderlo está muy cerca del documental.