Philip Seymour Hoffman, Catherine Keener y Christopher Walken protagonizan El último concierto de Yaon Zilberman

Decía Woody Allen que la vejez no lo había hecho más sabio ni más ponderado. Tendemos a pensar que los seres humanos, al crecer, maduran y logran superar sus conflictos y fantasmas pero como vemos en El último concierto, de Yaon Zilberman, eso no siempre es así. Quizá esos espectros solo se quedan escondidos y agazapados, adquieriendo una cierta liviandad aparente que puede explotar de la forma más cruel y brutal posible cuando uno menos se lo espera revelando en cada ser adulto al niño que nunca logró superar del todo.



Philip Seymour Hoffman, Catherine Keener, Christopher Walken y Mark Ivanir dan vida a un prestigioso cuarteto de cuerda de música clásica, cuatro músicos de enorme talento que han conquistado el mundo con su sensibilidad apabullante. La búsqueda de la perfección artística, que tanto se parece o podría parecerse a la búsqueda de la perfección espiritual, a la capacidad para la representación exacta de los sentimientos humanos en base a un ideal de nobleza puro e idealista, se contrapone en el filme a la verdad, mucho más rugosa e incluso amarga, del ser humano.



El ego es el tema central de un filme sutil y hermoso en el que brillan las composiciones de unos actores perfectos. No solo el ego del artista, que también, hablamos de ese ego que está relacionado con el orgullo, ese deseo de trascendencia, la incapacidad para aceptar nuestras limitaciones y defectos que nos ciega y muchas veces nos hace conducirnos por el mundo como máquinas de demolición. El director Zilberman, no hace más que contraponer las pequeñas miserias contra un ideal de belleza absoluto y sacar sus consecuencias.



Reflejo de unos seres perdidos para los que la vida parece haber ido demasiado rápido, película sobre los sentimientos no contados, las verdades a medias, los misterios vergonzosos y la sorprendente capacidad, al mismo tiempo, de los seres humanos para crear obras elevadas y momentos sublimes. En esa contraposición profunda se basa la verdad de una película triste y preciosa.