Javier Rebollo durante el estreno de su película El muerto y ser feliz en los cines Broadway. Foto: J.M. Lostau

Quiero contarles que acabo de llegar de EEUU de echar mi última película en el MoMA, también de estrenarla comercialmente, a pequeña escala independiente, empezando por Washington, en donde la embajada española nos regaló una recepción en el hall del cine con una tortilla de patata para chuparse los dedos y un vino español, como se decía antes. En NY he visto mucho cine en uno de los mejores festivales del mundo, el New York Film Festival que lanzó a Godard, Bergman y Almodóvar; había cine gallego en ese festival. Allí, en el restaurante dónde termina Annie Hall, me he encontrado con una productora española que desde hace diez años hace películas en EEUU. Estuvimos hablando de las actrices de Hollywood mayores de cincuenta que nos gustarían para una película, también de los dolores de espalda y de los Presupuestos Generales del Estado en España. En EEUU no hay Ministerio de Cultura. En nuestros Presupuestos Generales la partida destinada a Cultura es la más baja de todas las partidas pero, por encima, con más presupuesto, se encuentra la destinada a investigación y desarrollo armamentístico. De EEUU vuelve a sorprenderme cómo un país en dónde reina el voraz libre mercado y el mal gusto de la cultura barata de masas puede proteger tanto al arte, al teatro, a la danza, a la ópera y al cine.



Al aterrizar en Barajas, me reciben la T4 vacía y las declaraciones del Ministro de Hacienda sobre el cine español. Le están diciendo de todo al ministro Montoro por lo que dijo en la radio sobre el cine español; hasta le "han obligado" a retractarse a través de un comunicado de su gabinete en un gesto tan patético como tierno. Es cierto que sus opiniones sobre el cine español a esas horas de la mañana parecían más los comentarios de un blog que los de un ministro. Por desgracia la mayoría de la gente en España piensa como Montoro sobre el cine español. Pero comprendo al ministro porque a mí tampoco me gusta madrugar, aunque no comparto su opiniones.



Estoy seguro de que Montoro -ojalá que me equivoque- no ha visto la última película de Albert Serra, ni Los Ilusos de Jonás Trueba ni la nueva de Juan Cavestany o Ventura Pons, pero estoy casi seguro de que, en el caso de que las haya visto, no le van gustar; porque el gusto se forma, se educa, y Montoro tiene mala educación, como Wert, ya lo han oído en la radio.



El Estado debe emprender una reforma profunda del sistema educativo y, sobre todo, introducir en las aulas la enseñanza de las artes y el cine. Mientras no lo hagamos se seguirá diciendo lo que se dice del cine español por la radio. Esto debería hacerse con un plan bien articulado y pensado, por expertos en arte y cine, de una manera parecida a como lo hicieron en Francia, hace quince años, los Ministros de Cultura y Educación Jack Lang y Catherine Tasca; mientras tanto, no hay nada que hacer. He podido ver desde hace muchos años los resultados de este plan en Francia, lo he visto en escuelas e institutos, en los cines y en la calle. La educación sin ánimo de lucro y la verdadera cultura, diferenciada de la mala influencia del poder "homogeneizador" de la cultura de entretenimiento de masas es el único camino posible para apreciar el cine y el arte. No su simplificación en mero entretenimiento, como quieren muchos -incluidos muchos que hacen cine- sino la educación de la capacidad de juicio estético y moral, ese es el medio. Como en cualquier política cultural, toda interrupción de este proceso, tan necesario, o el no planteárselo -como pasa en España- significa retrasar la solución y que se creen otros problemas como el del analfabetismo cultural, que reina en España o Italia, o por hablar en términos económicos, las grandes cifras de paro en el nuevo y desconocido sector del cine.



Arnold Hauser, el gran historiador marxista del arte, nos explicaba en los años sesenta que un cine de calidad significa siempre un cine y un arte maduro, el cine al crecer se vuelve cada vez más "complicado". Un arte siempre es popular cuando es joven y hoy el cine y el arte ya no son tan jóvenes, han crecido y madurado mucho, como la informática y la aeronáutica, como la cocina; por eso, para llegar a las masas y que todos puedan disfrutarlo y apreciarlo y crecer como personas y ciudadanos en igual medida, es necesario conocerlo, aprenderlo. Por desgracia, ni siquiera nuestros políticos tienen (esta) educación. La única forma de luchar contra el monopolio cultural del entretenimiento pobre, a la americana, es tomando importantes medidas políticas, económicas y sociales, educando y regularizando. No se está haciendo nada a este respecto. Hay que luchar por ello. Mientras el Estado no comprenda esto estamos perdidos, y lo que me da miedo es el pensar que el Estado pudiera entenderlo pero no quiera hacer nada.



El cine español está más vivo que nunca. Azcona lo decía poco antes de morir, decía que no había visto en su vida tanta variedad y diferencia. Otra cosa es la industria del cine español, eso sí debería preocuparle al ministro de Hacienda. Lo que pasa con el cine, como en otros aspectos de la vida social y cultural española, es que está declinado por una política que cree ciegamente en el culto a la libertad económica. Esto, junto al calculado miedo que nos han inoculado, ha logrado que nosotros los ciudadanos pensemos que solo importa la política económica -política que en parte está determinada por actores no políticos como los bancos o las corporaciones internacionales-, que no hay valores añadidos, que solo importa la rentabilidad. Todo lo cuentan en términos de prosperidad, taquilla, crecimiento, PIB, espectadores, eficacia, ranking, tipos de interés, presupuestos… sin darnos cuenta de que esto solo son medios para alcanzar logros sociales y políticos y no fines en sí mismo.



Las declaraciones sobre el cine español de Montoro son unas opiniones vertidas sin conocimiento del tema, estoy seguro que las dijo el ministro sin pensar en lo que decía, es algo que se le pasó por la cabeza a Montoro y lo soltó a lo loco, sin pensar demasiado porque había madrugado mucho, lo mismo le pasó a Kerry con sus declaraciones sobre el desarme de Siria cuando su presidente andaba a punto de invadir ese país; pero, fíjense cómo se escribe la historia, con esa imprudencia ha salvado Kerry a Siria de no sabemos qué. Y como la imprudencia de Kerry, seguro que la imprudencia de Montoro nos trae algo bueno. Lo de Montoro, como decía Pasolini, es más mala educación que un delito.