Lynch, durante la master class que ofreció en la Escuela Tai de Madrid. Foto: Javier Hernández

Queda claro que Lynch ha venido a Madrid desbordado por una ajustada agenda con el objetivo de ganar adeptos para la Meditación Trascendental. En los distintos actos a los que ha asistido en su primera visita a España (a saber, una rueda de prensa, una conferencia en el Reina Sofía, una presentación en la filmoteca de su primera película, un encuentro con los alumnos de la Carlos III, una cena con fans -previo pago de 150 euros- y una fiesta lynchiana en el Círculo de Bellas Artes de la que tuvo que huir acosado por sus seguidores) el director se llevó todas las respuestas a su terreno. Si le preguntaban por su fuente de inspiración, él remitía a las ideas y a la paz mental. Si a alguien le chocaba esta filosofía en comparación con la oscuridad de su cine, él salía por la tangente explicando que la felicidad no está reñida con rodar las miserias del hombre. Así todo, hasta que ayer, en la Escuela Tai de Madrid, que celebró sus 40 años de existencia con su visita, Lynch claudicó y habló de sus películas.



El acto, una master class conducida con agilidad por el crítico de El Cultural Carlos Reviriego y a la que asistieron directores como Nacho Vigalondo, David Trueba y Rodrigo Cortés, dejó al fin titulares cinematográficos. No es que despejara las incógnitas que plantean sus películas. Para él, la mayoría no tiene solución, pero al menos sí habló de cómo las encontró, de por qué las introdujo. Empezó charlando Lynch de sus comienzos como estudiante en Filadelfia, ciudad que consideró "una gran influencia", con una gran problemática pero de cuya arquitectura se enamoró y a la que agradeció la oportunidad de rodar su primera película. Continuó hablando de la multiplicidad de disciplinas que abarca "el séptimo arte, o como quiera que sea" y prosiguió comparando el alumbramiento de una idea con la pesca. "Me interesan dos cosas, la idea en sí y cómo el cine puede plasmarla", dejó dicho.



Mientras el director divagaba, Reviriego buscó respuestas. ¿Es su cine producto del azar? En absoluto: "Odio la improvisación, el guión es fundamental". Respecto a su última película, Inland Empire, desmintió que se rodara sin texto: "Escribí una escena y la rodé. Estaba fascinado por la tecnología digital y la facilidad que aportaba. Cuando se me ocurrió otra, que no tenía nada que ver con la anterior, la escribí y la rodamos. Y así hasta que tenía cuatro escenas sin conexión. Pero luego di con una idea que las vinculaba a todas, y entonces escribí el guión de la película".



El crítico también le interrogó sobre su relación con Hollywood. Rotundo, Lynch contestó: "No tengo ninguna relación con la industria, amo Los Angeles, porque me gusta su luz y siempre tengo una sensación de libertad allí, no sé por qué, pero no me interesa Hollywood, siempre he trabajado con productores independientes". Sobre el retrato que ofreció de este mundo en Mulholland Drive en comparación con el presente de la ciudad del cine, destacó que experimenta un constante proceso de mutación. "Es un sitio al que la gente va buscando dinero, fama... pero también es un buen lugar para dar rienda suelta a la creatividad", apostilló, para después condenar que los blockbusters hoy coparan la mayor parte de las salas, quedando el cine independiente relegado a unos pocos espacios de exhibición.



En su línea de frases lapidarias, de las de descolocar a los fans, admitió: "No tengo interés en ver cine. El día tiene sólo 24 horas y además tengo que trabajar". No obstante, ante la insistencia de Reviriego, reconoció ser seguidor de cineastas como los Coen, Scorsese, Aki Kaurismaki y Fellini. "A Fellini le amo", confesó antes de contar un par de bonitas anécdotas con el director italiano. En una de ellas, Lynch acaba casi por azar en la habitación del hospital donde está ingresado un Fellini enfermo que le agarra las manos durante una hora y le susurra: "El mundo entero está esperando que hagas tu próxima película". El moderador fue rápido y aprovechó esta historia para preguntarle lo propio: Han pasado siete años desde su último trabajo, ¿Cuándo volverá a dirigir? Pero la respuesta volvió a la imprecisión: "He estado pintando y buscando ideas... tengo algo, pero quiero perfeccionarlo". Poco después, condenó que hoy las películas carecieran de una capacidad para mover algo en la mentalidad del espectador y confesó que echaba de menos el celuloide. "¿Le importa que la gente vea sus películas en un ordenador?", le preguntó su entrevistador. De nuevo, respuesta sentenciosa: "¡Qué más da lo que yo piense!".



Entre sus disertaciones más interesantes figura la que aportó respecto a las series de televisión. Si bien le quitó mérito a la edad de oro que se ha vivido en este formato -"no creo que sea una revolución"-, admitió por otra parte que siempre ha valorado la posibilidad de que una historia continúe en el tiempo.



El público también tuvo respuesta para él cuando se dedicó a hablar de sus influencias y le contestó a coro con una onomatopeya de sorpresa a su osada (y tal vez impostada) frase "No he visto jamás nada de Buñuel". ¿Ni Un perro andaluz?, insistió Reviriego, pero el cineasta continuaba negando con la cabeza. ¿Hitchcock? Pues tampoco es una influencia en su cine. ¿El surrealismo? Nada, le gusta, admitió, "pero como otras muchas cosas". Tampoco supo darle al entrevistador una definición de la palabra lynchiano: "Mi médico me ha recomendado que no piense en ello". Sobre su colaboración con el director musical Angelo Badalamenti, volvió a incidir en un proceso de trabajo según el cual Lynch habla, el músico interpreta sus palabras, Lynch descubre que sus palabras "no son las adecuadas" y le ofrece unas nuevas a Badalamenti.



Cuando llegó el turno de preguntas de los estudiantes de TAI, una alumna le requirió detalles sobre el sentido de sus filmes: "No busco manipular a nadie. Simplemente busco rodar las ideas de las maneras en que llegaron. Muchas veces esas ideas no significan nada y ni si quiera yo mismo las entiendo. Simplemente pienso y pienso en ella y me imagino que tal vez a los espectadores también les pase algo así. Pero los espectadores son todos distintos y puede que odien las abstracciones". Otro estudiante le pidió consejo para iniciarse en la dirección, para lo que Lynch le recomendó ser honesto, escucharse, encontrar una voz propia y nunca, recalcó, abandonar una buena idea ni tampoco elegir una mala. Y vuelta al binomio arte y felicidad: "Si quieres ser feliz sólo puedes agarrarte a ideas buenas. Una mala idea es tu ruina, si la realizas estás muerto. Pero si amas una buena idea hasta el final, entonces la felicidad que te produce no es comparable a nada".



En el objetivo de desmontar su propia fama, también descartó el director que la inspiración en su cine emanara de sus sueños, algo que le sucedió sólo en una ocasión, y volvió a citar el símil de la pesca: "Sólo necesitas paciencia, un barco y una caña. Lo mismo con las ideas". Tal es esta fijación platónica suya que también apuntó que las ideas están por encima de la investigación en el lenguaje: "Lo que me interesa es ver qué puede hacer el cine con ellas", concluyó. Y luego, claro, enlazó con sus meditaciones. Suerte que antes había dejado, al fin, una buena cosecha de reflexiones cinematográficas.