Robert Redford en Pacto de silencio
El idealismo político de los sesenta, aquel romanticismo tan cándido como sangriento que trató de cambiar el mundo, ha perseguido a Robert Redford en su vida y en su obra. De algún modo, es su seña de identidad. La nobleza y posterior corrupción de la lucha política yace en casi todos sus grandes éxitos como actor y director, que no son pocos. Pacto de silencio, que dirige y protagoniza con la solvencia a la que nos tiene acostumbrados, no iba a ser menos, y a su modo viene a cerrar una trilogía política con Leones por corderos (2007) y La conspiración (2010). Su propósito esta vez pasa por tender un puente de comprensión histórica (y quizá de estímulo generacional) entre el activismo militante de su tiempo y el desconcierto de idea(le)s de la juventud actual, encarnada por el periodista Ben Shepard (Shia LaBeouf).Sin miedos ni complejos, Redford coloca el terrorismo doméstico en el corazón de su propuesta. Un tema bien delicado del que sale airoso, construyendo un thriller cuya trama daría para una serie, y en la que a pesar de la complejidad moral de los personajes nunca pierde de vista el drama humano. El viudo Jim Grant (Redford), padre de una niña y viejo activista de la extrema izquierda que participó en los movimientos terroristas estudiantiles de los sesenta, pero que vive bajo una identidad falsa ejerciendo de abogado, debe emprender la huida del FBI cuando el periodista Shepard descubre su verdadera identidad. Así, el extremista Nick Sloan se verá de nuevo forzado a disolverse en la clandestinidad, de regreso a la compañía de sus viejos compañeros de insurgencia.
Acompañado de un reparto de grandes glorias (Susan Sarandon, Nick Nolte, Richard Jenkins, Sam Elliot), algunas directamente asociadas a la contracultura (Julie Christie), Redford no quiere huir de la nostalgia, si bien tampoco se complace en ella. Con el inconfundible aroma de los thrillers políticos setenteros, aquellos que ponían en valor la inteligencia del público, Pacto de silencio esquiva el martirologio y la redención, y nos devuelve a un Redford dispuesto a recuperar su relevancia en el cine norteamericano.