Image: El sueño asiático de Winding Refn

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Cine

El sueño asiático de Winding Refn

1 noviembre, 2013 01:00

Kristin Scott Thomas en Solo Dios perdona

Tras seducir al gran público con la magnífica 'Drive', el danés Nicolas Winding Refn, de nuevo con Ryan Gosling al frente, regresa con un filme rodado en Bangkok que combina una sangrante crónica de venganzas con la sofisticación del arte conceptual. Abrasiva y abstracta, nocturna, elegante y ultraviolenta, 'Solo Dios perdona' desafía géneros y expectativas.

Lo fácil, lo cómodo probablemente hubiera sido instalarse en la inercia del éxito. El danés Nicolas Winding Refn (Copenhague, 1970) había pulsado las teclas adecuadas en Drive (2011) para satisfacer los estímulos del gran público sin manchar la condición de director de culto que se había granjeado entre seguidores y críticos. Pero si algo define a los grandes cineastas, o al menos a aquellos que ambicionan entrar en el selecto club de los maestros, es su inquebrantable tentación al riesgo, al vértigo de lo desconocido. Con Solo Dios perdona, presentada a concurso en el Festival de Cannes, el universo de Winding Refn se desliza sin complejos por los laberintos de la abstracción, con una propuesta que anida tanta fascinación como desconcierto.

Winding Refn es aquel cineasta que deslumbró a propios y extraños con Drive, relato pulp y romance criminal de envoltorio hipnótico, vehículo para el sex-appeal de Ryan Golsing y uno de los éxitos más inesperados del cine de género reciente, procedente de uno de los directores menos populares hasta la fecha. Pero Winding Refn también es el autor de la ambiciosa Valhalla Rising (2009) -un cruce muy personal entre Malick y Herzog con el trasfondo de un épico relato vikingo-, y de filmes de carácter hiperviolento, anclados en la serie negra, como Fear X (2003), la trilogía Pusher (1996-2005) o Bronson (2008). Todos estos títulos los escribió y dirigió antes de Drive. Habría que tener esto en cuenta antes de ver su última película. Sobre todo para no sentarse en la butaca con el ánimo (o la expectativa) de que vamos a encontrarnos con otro crowdpleaser (película realizada para satisfacer a un amplio público) capaz de generar fetichismos, pues Sólo Dios perdona es más bien un fanpleaser (película determinada a satisfacer a sus fans) alérgico a las concesiones.

Más allá del protagonismo de Ryan Gosling, hay algo en común con Drive. En Solo Dios perdona (rodada en Bangkok con un presupuesto medio) el director danés, a quien el Festival de Gijón dedicó una retrospectiva integral en 2011, también parece preguntarse sobre la verdadera naturaleza del héroe cinematográfico en este siglo XXI. El carácter experimental del filme -hibridando la serie B con el arte conceptual, en una filigrana de ‘auterismo' que ha dado lugar a tantos rechazos como entusiasmos- se permite enterrar la pulsión narrativa bajo un diseño visual ambicioso, una sofisticada operación formal donde la luz, la composición de planos, los espacios y pasillos adquieren una cualidad lúgubre y sensual al tiempo, de una belleza apenas desestabilizada por la filmación de cuerpos que flotan en la pantalla como espectros, sombras, almas torturadas. Winding Refn encuadra a sus criaturas no tanto como personajes, sino como pura puesta en escena.

Excéntricos desvíos

Julian (Gosling) es un americano fugitivo de la justicia que dirige un club de boxeo en Bangkok como tapadera de una organización criminal liderada por su madre Crystal (Kristin Scott Thomas). Cuando el violento hermano de Julian es asesinado -tras masacrar salvajemente a una prostituta-, Crystal viaja a Tailandia para clamar venganza contra los asesinos de su hijo. En un bando, los norteamericanos expatriados (animales rabiosos o narcotizados); en el otro, el misterioso ex-policía Chang (Vithaya Pansringarm) y sus secuaces, convertidos en jueces y ejecutores contra el crimen. El tablero de ajedrez apela a una crónica de venganza al viejo estilo, solo que el filme depara una serie de excéntricos desvíos capaces de dinamitar todo tipo de expectativas.

La arriesgada apuesta formal acaba convergiendo con la extrañeza narrativa, una especie de duermevela que se diluye en estados de conciencia para que el músculo dramático, concentrado en sangrientos arranques de violencia, nos golpee con más fuerza. La extremada estilización que envuelve el relato, eminentemente nocturno, así como los elegantes, perfectamente calculados movimientos de cámara de Winding Refn -sobre todo en la que concierne a la representación de la violencia-, parecen tener como objetivo alterar nuestros estímulos (nuestra mirada) en esos instantes en que la poética gore salpica de rojo la pantalla.

Quizá el gran valor de Solo Dios perdona, que trasciende los gustos personales y la capacidad de implicación que cada uno pueda experimentar, resida en su condición de catálogo del cine de autor contemporáneo. De entre todas sus lecturas, el filme emerge como una carta de admiración (de amor) a algunos de los caminos más estimulantes que ha tomado el cine en el siglo XXI, tan propenso al reciclaje de imágenes. Con su estrella mediática como centro gravitatorio (un Ryan Gosling que, para desilusión de sus fans, desfila como una estatua silente con el rostro deformado más de la mitad de la cinta), Solo Dios perdona tiene tanto de tributo como de afirmación autoral. Su discurrir onírico, ralentizando el devenir del tiempo, nos remite al mundo de Gaspar Noé (sobre todo a Enter the Void) y también al de David Lynch (especialmente su tramo final), si bien son las formas de estetas asiáticos las que predominan: el minimalismo de Seijun Suzuki y Takeshi Kitano, la rabia de Johnnie To, la elegante sensualidad de Wong Kar-wai, la plasticidad de Pen-ek Ratanaruang... Con todo, la voz de Winding Refn se escucha en la oscuridad.