Image: Sister, las miserias de la orfandad

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Cine

Sister, las miserias de la orfandad

15 noviembre, 2013 01:00

Kacey Mottet Klein y Lea Seydoux en Sister, de Ursula Meier.

La francesa Ursula Meier, que se dio a conocer con 'Hogar, dulce hogar', sigue explorando los efectos sociales del descalabro europeo en 'Sister'. Crónica de supervivencia de dos hermanos huérfanos, el filme lo protagoniza Lea Seydoux.

Aquello tan común en la gramática del cine como es el 'estilo' es en verdad muy poco común. Aceptamos que ciertos cineastas de elevada categoría han definido una forma de mirar y de narrar y, en definitiva, de hacer cine que se antoja intransferible. Aceptamos también que a partir de sus hallazgos surgen toda otra serie de cineastas (menores) que tratan por todos los medios de emularlos, parecerse a ellos o, en el mejor de los casos, explorar sus estéticas. Identificamos así a determinados sub-Malicks, sub-Scorseses o sub-Bressons, por ejemplo, poblando el firmamento autoral del cine contemporáneo. Generalmente esos "sub-estilos" no son más que un punto de llegada, pero lo interesante es cuando actúan como punto de partida. Es el caso de Ursula Meier. De todos los sub-Dardennes de los que uno tiene noticia, y que han brotado como setas en el paisaje del cine europeo de los últimos años, hay que concederle a la directora suiza la honorable distinción de alumna aplicada.

Frente a las imágenes de su segundo largometraje, Sister, que se presentó en el Festival de Berlín de 2012 -debutó en Cannes hace cinco años con la muy recomendable Hogar ¿dulce hogar?-, pareciera por momentos que nos sumergimos en el familiar universo de los hermanos belgas. Similar cercanía con los personajes, similar preocupación moral y humanista, similar sequedad naturalista. En todo momento sigue a sus criaturas manteniéndose a la misma altura que ellos: sin juzgarles, sin explicaciones redundantes, sin encerrarles en códigos dramáticos. Es fácil evocar en la trama mínima de Sister y en su empeño por describir las cotidianidades películas como Rosetta (1999) o El hijo (2002), que no hacen sino fortalecer esa impresión de que el destino de Simon y Louise, los jóvenes protagonistas de esta crónica de supervivencia social, son un trasunto alegórico de las llagas y decadencias del viejo contienente.

Simon, un niño huérfano de doce años, es un pequeño ladronzuelo de mirada inteligente y actitud díscola, interpretado con sobresalientes dotes expresivas por el pequeño Kacey Mottet Klein. Mantiene con su hermana adolescente Louis (Lea Seydoux, antes de la Palma de Oro con La vida de Adèle), una relación ambivalente. Aunque es el hermano pequeño, asume el rol de hermano mayor, frente a la pasividad y holgazanería de Louis, que solo parece interesada en encontrar un novio. Simon toma el mando financiero de este hogar de proscritos sociales vendiendo equipamientos deportivos que roba con asombrosa soltura en la estación de esquí cerca del bloque de apartamentos donde viven, destino de turistas ricos. "Ellos no tienen problema. Se compran otros y ya está", dice el pequeño ladrón.

El filme abre paso al roce de las existencias amargas, a las resistencias y miserias de la orfandad. Y sin embargo, tras el ruidoso paso de un tren de mercancías, cambia su destino. En su último tercio, Meier reserva al espectador un golpe de efecto narrativo que abre paso a otro tono, quizá a otra película. Ocurre entonces que las personas, Louis y Simon, se convierten en personajes, en apéndices de un relato que toma la forma de una ecuación. El filme parece cerrar de este modo las puertas al aire que entraba en sus rincones, pero la operación de riesgo (el efecto sorpresa) de Meier logra su objetivo sin graves consecuencias. Con ese gesto, el filme se sacude de encima el rigor sub-Dardenne para ingresar en un territorio cuya honestidad deberá juzgar cada cual como considere. Debe ser el precio de aquello tan común y a la vez tan extraño que llamamos estilo".