Carlos Bardem en una escena de Diamantes negros
Miguel Alcantud estrena esta película sobre dos jóvenes con talento para el fútbol seducidos por las bondades de Occidente
Con millones de chozas africanas sin agua corriente pero con antena parabólica, el mito de esos jugadores negros que triunfan en Europa y viven como jeques árabes se extiende como una droga en el corazón de millones de jóvenes que ven en el fútbol la puerta al paraíso. "La pobreza es tan brutal y hay tan poca esperanza allí que se juegan la vida para llegar a Europa que para ellos es lo que ven en la televisión de Estados Unidos. Creen que das una patada y sale el dinero. Allí aparece un señor que dice que es agente de deportistas, les enseña una foto manipulada en la que salen con Cristiano Ronaldo y pican. A partir de aquí, toda la comunidad se implica para pagar el viaje y los gastos (en la película 2.000 euros) y después, si fracasan, como suele suceder, no pueden volver porque se sienten unos fracasados y les da vergüenza".
Guillermo Toledo interpreta a un agente español de modales zafios inspirado en un empresario que conoció Alcantud en África para el que "por el solo hecho de ser europeo ya está tres grados por encima de los demás". Los protagonistas son Amadou (Setigui Diallo) y Moussa (Hamidou Samake), dos menores de edad con talento para el fútbol que son seducidos por semejante personaje. Una vez en España, comienza su duro recorrido por equipos de quinta regional mientras los sueños aparecen y desaparecen como si fueran eso, un sueño. "Hay casos peores y hay casos mejores. He intentando no ser neutro para tratar de ser honesto, más fuerte, más emotivo. Preferí coger un caso tipo, ni muy bueno, ni muy malo", dice el cineasta. La truncada historia de la pareja, con su dosis de tragedia, también de vitalismo y cierta ironía plantea una fábula agridulce sobre los peligros de la fantasía y la servidumbre de la falta de educación.
"No es casualidad", dice Alcantud, "que el que sale mejor parado es el que ha tenido una educación y un nivel de vida un poco superior. El otro no ha ido al colegio y al no tener padre es el cabeza de familia con quince años". De hecho, el director reconoce una intención pedagógica en el filme para los malienses: "Lo más triste del asunto es que son muy fáciles de engañar. Es muy difícil no simpatizar con esos chavales que quieren triunfar haciendo lo que más les gusta". Los momentos más lúdicos de la película están relacionados precisamente con las escenas de fútbol callejero: "Son chicos que tienen muchos problemas y cuando juegan vuelven a sentirse niños que es lo que son. Ahí tiene un papel importante el sonido (música africana optimista) porque es el momento en el que recuperan la ilusión y se sienten felices".
Alcantud no quería hacer, como es obvio, una película para ONGs. "Es fundamental que Diamantes negros primero te guste como película y después aprendas sobre una situación que está sucediendo. Lo teníamos todo en contra: protagonistas africanos negros, versión original cuando hablan entre ellos, un tema social... y se nos cerraron muchas puertas de televisiones, etc. Pero la intención es hacer cine comercial y para ello necesitas contar una historia que enganche. Es una película sobre la amistad sobre dos personajes, queríamos huir del periodismo o del documental. Para ello, necesitas trucos o trampas de guión para llevar al espectador contigo". Las apariencias engañan en una historia sobre dos amigos que deberán madurar de forma vertiginosa para conocer el olor del éxito y el hedor del mundo de la droga y los bajos fondos. Lo de "trampas de guión", por cierto, suena un poco raro.
Hombre de televisión, Diamantes negros parece en sus peores momentos un telefilme y en sus mejores una ingeniosa vuelta de tuerca a algunos de los convencionalismos del género social. La película funciona mucho mejor como retrato de una situación que como denuncia ya que el trato que reciben en España no es apoteósico pero dista de ser siniestro (estamos a años luz de aquella espléndida Biutiful) y parece excesivo exigirle a ningún agente que su representado arrase aunque cabría pedirle no dejarlo en la cuneta cuando no lo hace. Eso sí, queda claro, como dice Alcantud que "hay formas de hacerlo bien. La FIFA prohíbe contratar a jugadores menores de 18 años pero se encuentran muchas maneras de saltarse la norma. Me puse en contacto con varios chicos y cada historia era peor que la anterior. Lo más triste del asunto es que se manipule de esta manera los sueños y la pobreza de la gente". Al final, esos veinte mil chicos cuyos sueños se vieron frustrados son responsabilidad de todos, son nosotros.