Image: Michell, Kureishi y la ilusión de un viejo matrimonio

Image: Michell, Kureishi y la ilusión de un viejo matrimonio

Cine

Michell, Kureishi y la ilusión de un viejo matrimonio

29 noviembre, 2013 01:00

Duncan y Broadbent son Meg y Nick en Le Week-End, una pareja celebrando sus 30 años de matrimonio

El tándem británico formado por el director Roger Michell y el escritor Hanif Kureishi estrena la magnífica 'Le Week-End'. La madurez y riqueza del filme, que bascula entre la comedia y el drama, entre la celebración y el desencanto del amor, no hubiera sido posible sin la extraordinaria alquimia de sus protagonistas, Jim Broadbent y Lindsay Duncan. El Cultural ha hablado con todos ellos: director, guionista y actores.

La riqueza de lecturas que anida en el interior de Le Week-End ni siquiera pone de acuerdo a sus autores. "Roger piensa que es una comedia, pero yo no", sostiene su guionista Hanif Kureishi, el celebrado escritor británico (El buda de los suburbios, Intimidad, etc.). A su lado, el director Roger Michell replica: "Es una comedia en el sentido chejoviano, es decir, que hay amargura y desilusión, pero los personajes también se divierten entre ellos a partir de su narcisismo". A ninguno le falta razón, lo que no deja de aportar otro argumento al esquivo tono de un filme fuera de toda etiqueta, si bien los juegos del negocio necesitan venderlo como una comedia romántica. No en vano, el director es el mismo que transitó por las fruslerías de Notting Hill (1999). Pero esto es otra cosa. Le Week-End es una película con pedigrí.

La brillante superficie del filme no se propone ocultar el cinismo y el desencanto, la crudeza emocional de una pareja británica que ronda los sesenta años y que confía en reavivar su matrimonio durante un fin de semana en París. Viajan a la ciudad en la que décadas atrás sintieron la plenitud del amor en su luna de miel, cuando sus pasiones sintonizaban con los valores de un pretérito arruinado. "La gran ironía en la película es que regresan a una ciudad donde fueron jóvenes y audaces -explica Kureishi-. Se preguntan adónde han ido a parar y qué ha sido de sus vidas. Y las respuestas son terribles". Michell añade: "Es muy difícil amar a alguien durante mucho tiempo. Hay mucho odio en el amor, muchos conflictos y dificultades. El hecho de que te enamores no hace las cosas más fáciles, todo lo contrario, y ahí es donde empieza la película: cómo amas a alguien después de tanto tiempo". La pregunta abre mil ventanas por donde se cuelan toda clase de reproches, un diapasón de sentimientos anclados en el lazo matrimonial, que recorren todos los registros desde la dulzura a la amargura.

Quizá por eso hay quien ha querido ver en la historia de Nick y Meg lo que bien podría ser el cuarto capítulo de Jesse y Celine, los amantes de Linklater, pero ambos autores niegan la mayor. "Son parejas muy distintas", sostienen al unísono. Tiene cierta gracia, en todo caso, que Michel y Kureishi definan su relación creativa a lo largo del tiempo -esta es la cuarta película que hacen juntos- en los términos de "un matrimonio gruñón". Michel reconoce que discuten mucho y se tiran los trastos: "En muchas cosas podemos estar de acuerdo, pero en muchas otras pensamos de forma muy distinta, aunque hemos encontrado el modo de complementarnos y, en cierto modo, de completarnos, utilizando las similitudes y diferencias en nuestra ventaja". Kureishi sostiene que les une "un propósito muy serio: hacer una buena película". El propósito de Nick y Meg en el filme, ambos profesores universitarios, se verá frustrado a las primeras de cambio cuando descubren que el hotel donde se encerraron durante su luna de miel ha perdido todo el encanto que recordaban.

Encarnados por Jim Broadbent y Lindsay Duncan, que ya habían trabajado juntos con anterioridad, aportan al relato algo que va mucho más allá de la excelencia actoral. "Gracias a ellos somos testigos de la increíble sutileza de la relación entre ambos personajes. Es como si estuvieran solos en la habitación, sin el equipo de rodaje alrededor de ellos", dice Kureishi, que no asistió al rodaje porque, según Michell, "hubiera cambiado las líneas de diálogo cada cinco minutos". Los actores, a quien hay que conceder al menos la mitad del crédito del filme, se sintieron atrapados por el flujo de inteligencia y verdad con que el guión describe la naturaleza íntima de una relación. "Es asombroso cómo Kureishi ha sido capaz de meter treinta años de matrimonio en una película, en un guión escrito con integridad y enorme lucidez, en el que sabes desde que lo lees que puedes hacer un buen trabajo", nos cuenta Lindsay Duncan.

El escritor británico buscaba plasmar en el la historia "un tono que transmitiera verdad, que las escenas fluyeran con ligereza y pudiéramos sentir estupefacción por cómo estas extrañas criaturas se comportan en su viaje desenfrenado a París". Y Michell ha sido fiel a ese tono desde la propia concepción del rodaje: "Hemos tratado de que fuera lo más sencillo posible, con un equipo ligero y pocas personas. En apenas tres semanas lo hicimos todo, siempre en escenarios naturales, con luz natural y rodando en orden cronológico... Ha sido como realizar una versión digitalizada de la Nouvelle Vague". El gran Jim Broadbent, que entrega una de las mejores interpretaciones de su carrera, añade: "Siempre tuvimos la sensación de que trabajábamos en equipo. La forma en que decidieron rodar era la forma perfecta de llevar este guión a la pantalla, y de mantener nuestra relación siempre en primer término, libre de las distracciones y tiempos muertos de los rodajes convencionales".

El aliento de la nueva ola

Y no podía ser de otro modo. El aliento del cine nuevo que se cocinó en los años de juventud de la pareja, en las mismas calles donde derrocharon la plenitud de sus vidas, se cuela con absoluta conciencia en las imágenes de Le Week-End, título que no en vano se hace eco del filme con el que Jean-Luc Godard puso fin al ciclo más recordado de su filmografía. "Siempre pensamos que la película era una versión de Al final de la escapada -explica Michell-, pero con una pareja sin aliento, que aún así corre y corre y sube y baja escaleras sin descanso". Tanto en su superficie como en su interior, varios son los tributos que el tándem Michell- Kureishi rinde al legado creativo de aquellos jóvenes turcos que fueron capaces de cambiar las formas de hacer y entender el cine. El más literal corresponde a Banda aparte (1964), el filme que salvó la vida de Anna Karina (lo dijo ella), en concreto a la escena en la que Franz, Arthur y Odile se levantan de la mesa de un café y convierten el filme en un musical.

"Las películas que citamos son las que Nick y Meg veían en su juventud, y que forman parte de la aventura romántica y revolucionaria de los años sesenta. En cierto sentido, es el tipo de anarquía y de placer que quieren recuperar en su escapada parisina", explica Kureishi. La anarquía pasa por regodearse en el lujo con la cuenta corriente en números rojos. Huyendo del hotelucho de Montmarte, la pareja se aloja en una suite que ocupó Tony Blair -"a él debemos echar en cara que no vivamos hoy en una sociedad más igualitaria", asegura Michell-, come y cena en restaurantes carísimos, se entrega a un consumismo desaforado y corren por las calles parisinas como las criaturas de Banda aparte lo hacían por el Louvre.

Transida de una alocada joie de vivre, como si el matrimonio apurara sus últimas gotas de rebeldía existencial, la crónica del fin de semana parisino de Nick y Meg -con un invitado de excepción, Jeff Goldblum, en el papel de un escritor de éxito- se alimenta tanto de intelecto como de vísceras. No parece casual que Nick imparta clases de Filosofía y Meg de Biología. Lo uno y lo otro, el tejido neuronal y la materia carnal, suscitan la alquimia de un filme que no quiere agotarse, que se abre a lecturas y emociones mucho más complejas de lo que la superficie deja ver. Como todo matrimonio.