Carrie de Kimberly Pierce

Hoy llega a nuestras salas 'Carrie', y en unas semanas lo hará 'Oldboy'. Dos modelos bien emblemáticos del 'remake' hollywoodense. Por un lado, el reciclaje o actualización de obras maestras y, por otro, la "americanización" de títulos recientes de gran éxito. Jesús Palacios analiza ambos filmes y se pregunta si está justificada la avalancha de 'remakes' y sus variantes, especialmente en el cine fantástico y popular.

El par de recientes remakes que llaman ya a las puertas del estreno, Carrie de Kimberly Peirce y Oldboy de Spike Lee, resultan bien representativos de dos de las estrategias principales que maneja Hollywood para fomentar este fenómeno: por un lado, el reciclaje de títulos míticos del cine de género de las décadas de los 70 y 80; por otro, la "americanización" de filmes extranjeros de éxito, adaptados al público estadounidense (y por extensión, occidental, si nadie lo impide). Se trata de una inteligente, si bien poco imaginativa, manera de asegurarse un público cada vez más difícil de llevar al cine.



De una parte, se juega con la resonancia que tienen todavía hoy películas e iconos arquetípicos del fantástico, el terror y otros géneros populares. Pero, a la vez y sobre todo, se trata de que una o varias nuevas generaciones que no han visto el clásico original, en este caso Carrie, una de las obras maestras de Brian De Palma, estrenada en 1976, se conviertan ahora en su público perfecto. Hollywood sabe que el espectador actual, mayoritariamente joven, no tira de videoteca ni filmoteca, y que para buena parte del mismo la historia de la adolescente acomplejada, reprimida y tiranizada por su madre fanática y sus compañeros de clase, pero dotada de poderes paranormales que harán estallar su terrible venganza, resulta tan nueva como el primer día que fuera imaginada por Stephen King. Lo importante es ponerla a la última: añadir teléfonos móviles, intenet, canciones de moda, y actores y actrices a la medida.



La nueva Carrie, sin embargo, juega también en la misma liga que otros recientes remakes del mismo género -como La matanza de Texas, Las colinas tienen ojos, Viernes 13 o Posesión infernal, por ejemplo-, que tratan de mantener una actitud respetuosa, casi canónica, hacia su original. Así, además de contar con una realizadora de prestigio, quien se dio a conocer con la independiente Boys Don't Cry" (que no deja de tener cierto parentesco con la esencia de Carrie), cuenta también de nuevo con Lawrence D. Cohen, guionista del filme de De Palma. En un guiño a los lectores de King, ha añadido algunas de las subtramas del libro, ausentes en 1976, y, por vez primera, el papel de Carrie lo interpreta una auténtica adolescente -la fantástica Sissy Spacek estaba ya en la veintena cuando la diera vida-, Chlöe Grace Moretz. Es decir, se nota un esfuerzo por dotar al remake de cierto peso cinematográfico, que además de conquistar nuevo público, no decepcione a los fans de la primera versión.



Tierras lejanas



Old Boy de Spike Lee.



Distinto, pero no diferente -el remake es el reino de la paradoja-, es el caso de Oldboy. El filme original de Park Chan-wook, del año 2003, está casi unánimemente considerado una de las obras maestras del moderno cine de Corea del Sur, a cuyo auge contribuyó su enorme éxito de crítica y público, a nivel internacional. Pero si algo saben en Hollywood es que la gran mayoría de espectadores no ve películas subtituladas, menos aún, con actores orientales. Ciertamente, Spike Lee (cada día más alejado de sus inicios independientes) se arriesga enormemente a disgustar a una insospechada cantidad de fans del original, pero eso no es nada frente a la posibilidad de llegar a un público mucho más numeroso, para el que la historia de Oh Dae-su, transformado ahora en el americano Joe Doucett, interpretado por un Josh Brolin entregado por completo al proyecto, es práctica o completamente desconocida. De cara a los admiradores de Park, Lee se refugia en el hecho de que, en realidad, el filme de éste es también una adaptación del manga de Garon Tsuchiya y Nobuaki Minegishi. Pero a juzgar por las redes sociales, no ha conseguido engañar a nadie: su versión sigue mucho más de cerca la película coreana que el cómic nipón que inspirara aquella.



No es la primera vez que Hollywood nos da su versión de grandes historias del cine oriental. En la memoria de todos está, indeleble, el recuerdo de Los siete magníficos, el western de 1960 dirigido por John Sturges, basado en Los siete samuráis (1954) de Kurosawa. Pero entonces -como en casos parecidos: Cuatro confesiones (Martin Ritt, 1964), según Rashomon (1950), o Por un puñado de dólares (Sergio Leone, 1964), según Yojimbo (1961)... todas de Kurosawa- se trataba de adaptar el argumento a los códigos narrativos y escenarios del western, con resultados que van más allá del remake en sentido estricto. Sería más bien lo que ahora se denomina "reimaginar" el original, aunque este nuevo término sirva simplemente, las más de las veces, para justificar el saqueo del baúl de los recuerdos cinéfilo.



El fin de la modernidad

Dos nuevos remakes, en lo que constituye ya una apoteosis histórica de este modelo. Porque es cierto que Hollywood siempre se ha nutrido del remake, pero también lo es que este nunca había sido tan abundante, nunca había venido a la par que compañeros de viaje tan característicos -secuelas, precuelas, reimaginaciones, spin-offs, sagas, trilogías, series...- y, sobre todo, nunca había sido tan innecesario. La mayoría de remakes han obedecido, históricamente, a la aparición de nuevos medios técnicos que, revolucionando el cine, hacían casi obligado volver a contar las viejas historias: el sonido, el color, la mejora de los efectos especiales... Pero, ¿justifica el actual estado del cine la avalancha de remakes, especialmente de cine fantástico y de género popular? ¿Se puede hablar de un salto cualitativo tan espectacular, de aquél 1976, por ejemplo, del primer Carrie, a este 2013 del nuevo? ¿Y qué decir, entonces, del caso de Oldboy, de cuya versión original apenas ha transcurrido una década?



De hecho, como todo en la era hipermoderna, el proceso se acelera vertiginosamente. Ya se habla de remakes de filmes de los 90 e incluso del nuevo milenio. Antes de que uno se olvide del original, ya se nos ofrece la copia teóricamente puesta al día e innovadora. Casi no hace falta añadir que el resultado pocas veces es satisfactorio. Basta echar un vistazo al Desafío total (1990) de Verhoeven y al de Len Wiseman, del pasado año, para darse cuenta de que ni el avance tecnológico ni el cambio de paradigma narrativo o visual son tan importantes como para que el primero supere al segundo, sino más bien al contrario. Y junto a esa apuesta se ejerce también una más siniestra: la de la corrección política y el borrado sistemático del pasado. Los remakes sustituyen, poco a poco, a los originales, como las vainas de Los ladrones de cuerpos, en un Hollywood donde el espacio para lo nuevo es sistemáticamente deglutido por su industria caníbal, cuya última cena somos, al fin y al cabo, nosotros mismos.