Juan Cavestany durante el rodaje de Gente en sitios.
Juan Cavestany (Madrid, 1967) es un autor teatral de éxito con sus colaboraciones con Animalario en obras como Urtain (2008) o la reciente Capitalismo, hazles reír. Como cineasta debutó con Borjamari y Pocholo (2004) y siguió con Gente de mala calidad (2008). El cine de bajo presupuesto ha sido su reino durante los últimos años. Con Gente en sitios concluye una trilogía sobre el absurdo iniciada con Dispongo de barcos (2010) y continuada con El señor (2012). Maribel Verdú, Ernesto Alterio, Carlos Areces y un largo etcétera participan en un filme sobre el desconcierto.-¿Es Gente en sitios la culminación de un proceso que comienza con Dispongo de barcos?
-Tiene algo de consolidación o refinamiento de una fórmula que comencé con esa película. Se trata de rodar con cero producción en un proceso en el que la escritura, el rodaje y el montaje casi corren paralelos. Es una forma muy artesanal que al principio me provocaba angustia. Estoy comenzando a disfrutar esas limitaciones. Por eso Gente en sitios es una película abierta, que dialoga más con el espectador. Sigue habiendo rareza y tropiezo pero aquí podemos ver una salida para los personajes.
-¿Considera que hace cine existencialista?
-Miro el mundo con desconcierto, pero no es una observación que me lleve al juicio. Es un cuestionamiento constante de quién soy y en qué realidad vivo. Es cine existencialista en el sentido de que hay una reflexión sobre quiénes somos y qué hacemos aquí. Es la mirada de un voyeur que se hace preguntas.
-Su dramaturgia se basa en la frustración de las expectativas del espectador...
-La esencia del drama es cuando la gente persigue algo. Vemos cosas muy humanas, muy patéticas y cómicas en todo eso. No hay un personaje que sea el centro de lo racional. Asistimos a esa tensión de tener que asumir que todo es un intento, un simulacro que simplemente te va a llevar a otro sitio.
-Los personajes usan y abusan de los tópicos...
-Los lugares comunes nos protegen, son cortinas de humo de nuestra ignorancia, culpa o incapacidad. No somos conscientes hasta qué punto los usamos a diario. Primero están los evidentes y luego los que no se notan mucho. Están ahí a medias y suenan aparentemente bien, como por ejemplo que la escasez agudiza el ingenio. Claro, todo esto es terrible.
-Siempre retrata los lugares menos habituales de Madrid. ¿De dónde viene su fascinación por el extrarradio?
-Me gusta el olor de lo que está medio desfasado, lo industrial... esos lugares donde hay una sensación de desesperación. Procuro retratar lugares 'feos' como si fueran bonitos, haciendo planos estéticos.
-Sus criaturas nos provocan lástima e incluso miedo pero también compasión.
-En muchas películas los personajes son fantasías mejoradas de las personas. En las mías es al revés, reflejo lo que te daría miedo llegar a ser. Así surge el fracaso o la soledad extrema. Me gusta la idea del zombi, personajes que llevan por fuera lo que todos llevamos dentro. Pero no los machaco. No me gusta el cine cínico. Parto de elementos sencillos y muy claros. No hay un as en la manga escondido ni manipulación.
-Refleja de forma sutil los aspectos menos amables del capitalismo. ¿Lo concibe también como una crítica social?
-Vivimos en un sistema enfermo y fragmentado. Al mismo tiempo, no te deja margen para la inocencia, nunca puedes dejar de aprovecharte o participar de los mecanismos de un sistema injusto. Si dejas de ir a las grandes superficies y compras en un huerto ecológico doscientas cajeras se quedan sin trabajo. No se puede ser generoso todo el día y no traicionar a nadie.
-¿Qué opina de etiquetas como cine low cost o post-humor? -No me gusta lo de cine low cost, no entiendo que se pueda aplicar este concepto a un campo creativo. Lo de posthumor comencé a oírlo y después vi que me lo aplicaban a mí. Posthumor es Rajoy hablando de Mandela. Eso va más allá del humor. Me gusta Carlos Vermut, que no se parece a mí, lo que hacen Canódromo abandonado o Carlo Padial... No sé que es, pero está pasando algo que escapa a mi control.