Especial: Lo mejor del año

Django desencadenado

Director: Quentin Tarantino. Reparto: Jamie Foxx, Christoph Waltz, Leonardo DiCaprio.





Tarantino llevaba muchos años, décadas, imaginando una película que hiciera justicia a su enfermiza devoción por los spaguetti westerns de Sergio Leone -y Sergio Corbucci, director de Django (1966), inspiración central de este filme-, y que al mismo tiempo hibridara con su mística de la violencia y con otra de sus pasiones cinemático-musicales: la cultura del black power. El director convierte en un juego de niños el más imposible de los desafíos: llevar el western a paisajes ignotos, nunca transitados. Le sobra el talento y le faltan complejos como para no hacerlo. Sitúa su épica macabra (y macarra) en 1858, "en algún lugar de Texas" (aunque luego el relato se traslada a Mississippi), tres años antes del estallido de la guerra fratricida. Amplificando la fórmula de Malditos bastardos (2009), Tarantino expía las atrocidades de la historia y la reescribe con licencia (y justicia) poética. Ya lo decía Sonny Chiba en Kill Bill: "La venganza nunca es un camino recto". Y desde luego no lo es el que emprende el esclavo Django (Jamie Foxx), que deviene en cazarrecompensas cuando es liberado por el alemán Schultz (el mejor personaje que nunca ha escrito Tarantino, sublimado por Christoph Waltz), para salvar a su esposa (¡Broomhilda!) de las garras del esclavismo.




The Master

Director: Paul Thomas Anderson. Reparto: Joaquin Phoenix, Philip Seymour Hoffman...





Decía el escritor Kurt Vonnegut que uno puede acabar siendo lo que finge ser. "Por eso hay que tener tanto cuidado con las apariencias", añadía. Paul Thomas Anderson (Los Ángeles, 1970) hace tiempo que aparenta ser el mesías de ese raro invento llamado cine. Y puede que, si no pone la atención necesaria, acabe por serlo. The master, desde luego, no ayuda a despejar prejuicios. Desde el minuto uno es un raro prodigio de una belleza y profundidad pocas veces contemplado. Basada, más o menos, en la vida de L. Ron Hubbard, el creador de la cienciología ("No es un ataque. Lejos de mi intención insultar a amigos como Tom Cruise, al que se la enseñé después de acabada", avisaba), la cinta cumple un preciso e iluminado recorrido por la vida de dos hombres arrojados a la titánica y arriesgada tarea de encontrar y dar sentido. Philip Seymour Hoffman y un recuperado Joaquin Phoenix, tras cuatro años de desesperación y locura ("Nunca dudé de él. Sabía lo que estaba haciendo"), son los encargados de animar este encendido y magistral viaje al fondo de las cosas con fondo. Y todo ello, que también cuenta, con la nitidez del formato casi olvidado de los 70 milímetros.




Antes del anochecer

Director: Richard Linklater. Reparto: Julie Delpy, Ethan Hawke, Seamus Davey-Fitzpatrick...





Jesse y Celine están juntos, de vacaciones en un escenario idílico del sur del Peloponeso, tienen dos hijas mellizas llamadas Ella y Nina, y sus carreras profesionales son exitosas. Las apariencias dictan que han culminado el reverso luminoso de un sueño imposible, cuando la vida te ha dado una segunda oportunidad y no la has dejado escapar. Pero la coda "vivieron felices y comieron perdices" con la que podía jugar el final semiabierto que Linklater dio a Antes del atardecer pertenece al territorio de las quimeras. El enamoramiento romántico de las dos primeras entregas da paso ahora a una clase de amor más difícil, el que se disputa en la conviviencia y debe negociar con lo que quedó atrás (especialmente Jesse), improvisando una nueva vida tomada por otra clase de ilusiones y reproches. Escuchemos a Linklater filosofar: "La noción de que el amor está basado en la atracción es bastante reciente en la historia. Ligar el romanticismo adolescente al amor eterno es casi un suicidio". La distancia con que los veinteañeros fueron testigos en la primera parte del enfrentamiento conyugal se torna ahora, en Antes del anochecer, en una cercanía inquietante. Ellos también han alcanzado los cuarenta, y aunque desde luego no han perdido su habilidad para escucharse, tampoco son inmunes a los combates verbales y los brotes de amargura. En esta gran película sentimos su fragilidad. A veces, su desesperación.




La vida de Adèle

Director: Abdellatif Kechiche. Reparto: Adèle Exarchopoulos, Léa Seydoux...





Hay películas que, apenas tocan la retina, explotan. Es el caso de La vida de Adèle. Sobre el papel se trata simplemente del viaje de una joven desde las dudas de la pubertad a la certeza del desastre que vendrá después. Es decir, eso que generalmente se diagnostica como madurar. Eso o crecer. Y todo ello, lejanamente basado en el cómic de Julie Maroh El azul es un color cálido. Pues bien, sobre la pantalla es simplemente un milagro. La cámara de Abdelatif Kechiche se sitúa a escasos centímetros de los rostros de las actrices Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux para literalmente tomar al asalto los cuerpos, los suyos y los de cualquiera de los que se cruzan con él. Incluida la propia mirada del espectador. Sin desmayo, sin dejar que sobre ni uno solo de los 179 minutos que suma la cinta, el director compone la más voluptuosa, cálida e irrefrenable radiografía de la piel. Y así, desde su proyección en el Festival de Cannes donde consiguió la más irrefutable de las Palmas de Oro, la cinta ha ido creciendo hasta adquirir el tamaño de lo que es hoy: un mito incluso antes de tocar la pantalla. Cuenta el director que odia rodar con marcas, con limitaciones, con reglas. Esa especie de liturgia extraña, de eucaristía de la verdad, que confunde hasta anular al espectador, es lo que convierte a La vida de Adèle en una herida más que en una simple película, una herida antes que una narración continua. Una herida infatigable, plena y perfectamente húmeda.




La gran belleza Director: Paolo Sorrentino. Reparto: Toni Servillo, Carlo Verdone, Sabrina Ferilli...





La gran belleza es, probablemente, la película más enfermizamente italiana que ha dado Italia desde la muerte de Fellini. No es tanto una película como la descripción pautada de todo lo que queda cuando no queda nada; de esa sensación vana que precede a la aceptación tranquila de lo absurdo de todo. No es tanto melancolía como lucidez; no es dolor, es belleza. Toda la película transcurre en una Roma mortecina e inútil; excesiva y decadente; exuberante y ridícula; santa y puta. Un escritor que dejó de escribir después de su primer libro cumple 65 años. En todo ese tiempo, desde la primera juventud herida al inicio de la vejez, puede presumir de no haber hecho nada. Solo consumir el tiempo ante la evidencia de que nada tiene sentido. Y en ese proceso de vaciamiento, de disoluto vagar por cuerpos extraños, camas ajenas, fiestas ruidosas y tetas desproporcionadas, el hombre (de nuevo el inmenso Toni Servillo) se confunde con la ciudad que cobija su silencio, su estupidez y su abismo. De hecho, como dejó demostrado Fellini, Roma no es tanto una ciudad como un estado del alma, una inquietud que se alimenta de la carne hasta el desfallecimiento. Pero no es de Roma de lo que se habla sino del mundo entero. De repente, la existencia reducida a un extraño deambular entre el simple turismo y el vagabundeo sin rumbo. Una de las películas de la temporada.