Christophe Offenstein

La Vendée Globe, una vuelta al mundo a vela en la que los participantes están completamente solos, es el escenario de En solitario, debut en la dirección del director de fotografía Christophe Offenstein, colaborador habitual del actor y cineasta Guillaume Canet (Pequeñas mentiras sin importancia), quien tiene un papel estelar en la película. El popular François Cluzet (Intocable) es el protagonista absoluto de una película sobre los valores puros deportivos que nos cuenta lo que sucede cuando Cluzet, un lobo de mar rudo y poco dado a las florituras, debe enfrentarse a la aparición de un polizón en su barco, lo cual infringe las reglas de la competición. Una película de aventuras pura y dura con moraleja final que ha costado más de 20 millones de euros y supone una apuesta europea por el cine espectacular de Hollywood.



Pregunta.- ¿Por qué decide debutar con un proyecto tan complejo como éste?

Respuesta.- Hay que tomar riesgos, ir hacia lo incierto. El mar suponía una metáfora de cómo se enfrenta un hombre a la adversidad. Lo que vemos es una lucha en la que hay una victoria diferente a lo habitual. La idea era retratarlo de una manera popular. A través de una aventura podemos captar a un público amplio porque es un género con la capacidad de llegar a todo el mundo. La película ha funcionado mejor en provincias que en París, porque en la capital hay un espíritu más snob de no valorar lo que no es perverso.



P.- ¿Hasta qué punto las dificultades técnicas de rodar en alta mar complicaron el proceso?

R.- Sabíamos desde el principio que iba a ser muy complicado, éramos dieciocho en alta mar. Fue muy laborioso pero creó un verdadero sentimiento de equipo. Cuando te enfrentas a algo tan complicado acaba surgiendo un verdadero espíritu de fraternidad y de lucha.



P.- La aparición de ese polizón supone la inclusión de lo real en el terreno de lo mitológico. La idea es que es imposible abstraerse del todo a los problemas del mundo.

R.- Por supuesto. La pregunta que surge es cómo actúas en una circunstancia como ésta. Vemos a un hombre que está librando la batalla más importante de su vida, para la que se ha preparado muy duramente. Surge un conflicto de valores que hace tambalear su mundo y que le obliga a tomar una decisión. Al final, inevitablemente, tiene que ganar la humanidad.



P.- Es curioso cómo vemos esa soledad inmensa en medio de la nada acompañada al mismo tiempo de todo tipo de artilugios de telecomunicaciones.

R.- Ahora hay muchos medios de comunicación. El protagonista puede hablar con Skype con su mujer aunque esté en el fin del mundo. En realidad, es aún peor. Todos los regatistas con quienes hablamos dicen que es más duro porque cuando se rompe la comunicación vuelves a estar solo y se acentúa la sensación de soledad. En el fondo es más violento que antes porque es una contradicción enorme. Además, debe mentir a quienes ama por culpa de esta tecnología.



P.- Hay un regreso a la idea pura de aventura, que parece finiquitada en el mundo moderno donde todo está tan controlado.

R.- Esta es la última aventura real que existe, la última actividad deportiva en la que se mantiene ese espíritu. Este sentimiento que da el mar tiene que ver con la plenitud, verdaderamente tienes la impresión de enfrentarte a lo absoluto. Es la pasión. Esta soledad genera un comportamiento distinto porque te obliga a enfrentarte a ti mismo, es la lucha del hombre contra el propio hombre en sí mismo.



P.-¿Por fin ha podido hacer lo que le gustaba después de recibir órdenes de tantos directores?

R.- Por supuesto siempre piensas que podrías hacerlo de una manera distinta. Al final aprendes mucho con los directores con lo que has trabajado. Cuando eres el director de fotografía eres una parte más del quipo y el director es el jefe absoluto, es una posición muy distinta.