Shakespeare o el arte de la manipulación
Otel.lo, de Al-Rahmoin
El bardo británico cobra nueva vida. Ganadora en el Festival de Cine Europeo Independiente, Otel.lo, de Hammudi Al-Rahmoun, no es una adaptación más del clásico de Shakespeare. Hoy en salas, el filme plantea un alambicado juego de espejos entre realidad y ficción, tal y como hicieron los hermanos Taviani en César debe morir.
Como revela el título, William Shakespeare es la otra fascinación detrás de este singular proyecto nacido en las aulas de la ESCAC, en la que el director fue alumno y ahora profesor. De un tiempo a esta parte, cuando la vigencia del dramaturgo de Stratford upon Avon sigue inquebrantable a través de los siglos, pareciera que el cine se postula como exorcismo de los sentimientos más primarios y universales que las tragedias del bardo ponen en escena. Una vez que el espejo de la ficción se ha hecho añicos, y despojadas de cualquier decoro poético, de cualquier exigencia histórica y geográfica, algunos cineastas se plantean revelar el núcleo dramático (humano) de sus obras, que desde luego permanece intacto. Algo muy similar se plantearon los veteranos hermanos Taviani cuando se alzaron con el Oso de Oro de Berlín con César debe morir (2012), película con la que el espectador encontrará diversas concomitancias frente a la propuesta de este nuevo Otel.lo, que no en vano reconoce sus deudas con la versión que realizara en 1954 un Orson Welles de ébano.
Si los Taviani se introdujeron en las dependencias de una prisión romana de máxima seguridad para que sus presos -todos ellos cumpliendo largas condenas por sentencias de homicidio o pertenencia al crimen organizado- protagonizaran un montaje escénico de Julio César, Al-Rahmoun busca a su moro de Venecia y a su bella Desdémona (Yago será una sorpresa) entre jóvenes no profesionales que encontraran en el proyecto el modo de poner a prueba sus inquietudes interpretativas. Pero hay algo aún más importante: busca a una pareja en la vida real. Él es Youcef Allaoui, un educador social, y ella es Ann M. Perelló, ingeniera, y producto de su trabajo ganadora a la Mejor Actriz en el Festival Europeo de Cine Independiente, donde la película también fue galardonada. El primer acto de ambas películas pertenece a las pruebas de casting, que en Otel.lo funcionarán como sutrato de revelaciones personales y como vector emocional de la propuesta.
Poder y vulnerabilidad
Otel.lo, de Al-Rahmoin.
Desde su misma puesta en escena, planificada casi como si fuera un reality show a lo Gran Hermano (los actores son perseguidos por cámara y sonido cuando transitan por las bambalinas del escenario), Otel.lo carece del esplendor geométrico con que los Taviani fusionaron cine y teatro, vida y artificio, historia y contemporaneidad, pero el impulso casi primitivo con que Al-Rahmoin pone en juego su charada shakespereana depara resultados desde luego más viscerales, ciertamente invasivos con la intimidad de los actores (las personas) en el escenario donde vida y cine se retroalimentan. Los sentimientos, los reproches y los traumas queman la pantalla con mayor intensidad, hasta traspasar algunos límites en torno al derecho de manipulación que el director ejerce sobre los actores. "La relación director-actor puede llegar a ser sadomasoquista -explica el director debutante-. Yo quiero encontrar verdad y muchas veces el actor te pide que lo ayudes a conectar emocionalmente, a sentir cosas que sin inducción le costaría experimentar. Es una relación peligrosa y siempre me planteo qué responsabilidad tiene el director cuando un actor se entrega a él y dónde están los límites éticos de esta conducta".
Todo esto, si quedara así, no dejaría de ingresar entre los métodos más repulsivos en pos de la ansiada "verdad" fílmica, aparte de que su ingenuidad no cesaría de levantar nuestras sospechas. El último envite de la película es el que la dota de un sentido mayor y atrapa el verdadero corazón de la tragedia de Otelo, que bien sabemos que no son los celos ni la infidelidad, sino el puro arte de la manipulación. Comprendemos que si el inclemente Al-Rahmoin sólo ha filmado alrededor de la acción, que si las tomas de cámara que nunca nos muestra solo eran un pretexto para orquestar su juego de espejos, es porque la verdadera película, el verdadero Otelo, acontecía en los extrarradios de la puesta en escena. El cálculo opera en manos de Yago con frialdad y delectación. Y es que la verdadera manipulación la ejerce finalmente el cineasta sobre nosotros, crédulos espectadores. Incluso en su deconstrucción, el cine fue siempre construcción.