Escena de El gran Hotel Budapest
Es uno de los pocos autores que tienen un sello propio inconfundible e innegociable, una verdadera personalidad audiovisual que no surge de ningún cálculo sino de un poderoso mundo interior que prefiere plasmar en la pantalla sus fantasías más profundas e inconscientes. El mundo de Wes Anderson (Houston, Texas, 1969) es simbólico, está visto desde el punto de vista del mito, nunca es realista y precisamente la irrupción de esa realidad en la fantasía es lo que suele provocar el drama. Wes Anderson ha creado sus propias mitologías del mundo de Costeau (Life Aquatic), la idealización de una infancia americana (la reciente Moonrise Kingdom) o el exotismo (Viaje a Darjeeling).La familia siempre ha sido el tema predilecto del cineasta, que dirigió aquella extraordinaria La familia Tennenbaum (2001). Y la familia vuelve a ser el tema esencial de su nuevo filme igual que el mito vuelve a ser el punto de partida de esta extraordinaria El gran hotel Budapest que hoy ha inaugurado la 64 edición del Festival de Berlín con enorme éxito. En esta ocasión, Anderson hace suyo ese universo de la Europa aristocrática y señorial que encuentra en los hoteles (como Thomas Mann en su balneario de La montaña mágica) su punto álgido. Un mundo clasista pero con clase en el que los ricos se trasladaban de una punta a otra según la temporada para estar siempre juntos en esos hoteles de lujo que son la quintaesencia de su esplendor.
El hotel como cruce de caminos y centro del glamour es un clásico del cine con títulos míticos como Gran Hotel (1932), Una noche en Casablanca (1946) de los hermanos Marx o Muerte en Venecia (1971) donde vemos, precisamente, la decadencia de ese mundo europeo que se desmorona que explica tan bien la novela Al filo de la navaja de Somerset Maugham. A todo ello hay que añadir un espíritu de película de aventuras muy francés, de esos tebeos clásicos que conocemos sobre todo por Tintín, con grandes aventuras o las novelas de Arsenio Lupin. A sumar una brillante utilización de los colores, arquitectura y formas de la Europa del Este, Anderson crea un filme multirreferencial que es también todo lo Wes Anderson que pueda ser una película.
Ambientada en un pasado cercano y los años 20, El gran hotel Budapest cuenta la relación paterno filial entre un botones que ha convertido su hotel en el más deseado por las viejas damas de la nobleza europea, en parte por sus artes amatorias, y un joven aprendiz de origen exótico, Zero Moustafa, que deben enfrentarse a numerosos enemigos para mantener el hotel en pie y sus vidas a salvo. Ralph Fiennes, como encantador conserje del hotel, brilla en un reparto multitudinario en el que aparece toda la troupe habitual del cineasta, de Bill Murray como conserje, Jason Schwartzmann como recepcionista indolente, Jeff Gobdlum como notario escéptico, Adrian Brody como malo de opereta y un largo etcétera.
El gran Hotel Budapest es un regalo para los sentidos y para la imaginación. Está poseída por la verdadera gracia y el talento, cada una de sus imágenes nos maravilla y nos conduce a un mundo de fantasía y de valores "antiguos" como la fantasía, el verdadero espíritu de aventura o la nobleza en el comportamiento. Un mundo ideal al que, como siempre, Anderson también opone la cruda realidad de unas guerras que devastaron a Europa y los numerosos genocidios que deshonran su legado. La Berlinale no podía arrancar mejor, vamos a ver qué pasa los próximos días.