El domingo se celebran los 28 premios Goya. Aunque La gran familia española y Las brujas de Zugarramurdi acumulan el mayor número de nominaciones, no hay claros favoritos. Pero lejos de la competitividad, los cineastas abogan en estos tiempos por la unidad y la admiración mutuas. En un gesto que les honra, los cinco directores nominados a Mejor Película -Manuel Martín Cuenca, Gracia Querejeta, Daniel Sánchez Arévalo, David Trueba y Fernando Franco-, y también a Mejor Director (Novel, en el caso de Franco), escriben para El Cultural sobre las películas de sus rivales.

15 años y un día de Gracia Querejeta

por Manuel Martín Cuenca





15 años y un día



Decía Susan Sontag que en la literatura, como en el amor, existen maridos y amantes. Unos llegan para quedarse, otros nos sorprenden momentáneamente y nos ciegan de pasión. Y decía que, al final, son los maridos los que nos conmueven y dejan una huella verdadera en nuestras vidas. Igual ocurre en el cine. Gracia Querejeta es una de esas narradoras que se queda con nosotros, que se aleja de las florituras de la moda y las imposiciones del mercado, que no hace cine en el contexto, sino películas, historias, que permanecen.



Una vez más en su cine, con 15 años y un día estamos ante un relato certero de las relaciones familiares. Su forma de bucear en las dinámicas de la institución familiar es un rasgo muy común en el cine de Gracia, desvelando las partes más oscuras, los secretos mejor guardados de los miembros familiares. Lejos de la superficialidad, en esta película emprende esa inmersión en el drama de una familia huyendo de cualquier tipo de pesadez y de solemnidad, arrojando cierta luz para que todo pueda finalmente recolocarse de algún modo, para poder ofrecer algo de redención a los personajes. Su mirada profundiza en el hogar y, como si pudiera atravesar las paredes de la casa y llevarnos a su interior, nos muestra la ternura, el desencanto, los secretos y la reconciliación con nosotros mismos que habita dentro del círculo familiar.



La trama de género policíaco acaba siendo, según mi parecer, un buen pretexto para que puedan florecer en la pantalla las tensiones entre los personajes. 15 años y un día es una película sobre la que no pasará el tiempo, con Maribel Verdú en estado de gracia; y Tito Valverde y Belén López contándonos una hermosa y soterrada historia de amor, la de dos soledades yuxtapuestas. No puedo dejar mencionar tampoco el trabajo de los actores adolescentes, sobre todo de Aron Piper, que construye un retrato preciso de la confusión y la ternura de una generación que camina en el alambre. Desde los múltiples puntos de vista, el filme plantea un conflicto generacional muy interesante y además muy en sintonía con la actualidad, retratando dos mundos entre los que se ha abierto una brecha que parece insalvable: una generación con un futuro que carece de certezas frente a una generación precedente a la que se le han caído las certezas.



La gran familia española de Daniel Sánchez Arévalo

Por Gracia Querejeta





La gran familia española



Dicen que la La gran familia española es una comedia. Se preguntan cómo una comedia ha llegado a ser candidata al Goya. Creo saber la respuesta: Dani, una vez más, ha conseguido hacer cercanos y amables temas que, en realidad, son clásicos del drama. Su interés por el mundo familiar, por los secretos a descubrir, por los personajes extremos, por las relaciones complejas y casi imposibles, adquieren desde su mirada una chispa de luz capaz de conectar con el público de manera completamente natural. Lo que no es, precisamente, fácil. Enhorabuena, Dani.



La vida es fácil con los ojos cerrados de David Trueba

por Daniel Sánchez Arévalo





La vida es fácil con los ojos cerrados



David me enseñó el camino. Era una época en la que todo el mundo trataba de imitar a David. A David Lynch. Yo también trataba de imitar a David. A David Trueba.



Estaba en el último año de carrera, a punto de graduarme en Ciencias Empresariales y convertirme probablemente en un pequeño corrupto (otro más). Perdido, neurótico, miedoso y sin rumbo. El cine era mi único alivio.



Un día, vagando por las estanterías de la librería 8 y 1/2 me topé con el guión de Los peores años de nuestra vida. Aún no se había estrenado. Ya admiraba a David por el guión de Amo tu cama rica. Así que no dudé en comprármelo.



Era una época en la que todo el mundo trataba de imitar a David Lynch. Yo a David Trueba
Leer aquel guión varias veces antes de ver cómo se había traducido en imágenes, no sólo me enseñó algo tan práctico como formatear un guión, sino principalmente el arte de contar historias cercanas. Me enganchó su manera de sacar punta a las pequeñas grandes desventuras de postadolescentes tan desubicados y enamoradizos como yo. Me veía retratado. Ese guión me hizo sentirme capaz. Bueno, más que capaz, me hizo atreverme. Porque me atreví, y escribí mi primer guión mimetizado e hipnotizado por sus historias, y por supuesto para que lo protagonizara Ariadna Gil. Me salió mal. Muy mal. Ser cercano y sencillo es muy complejo. Resultó que imitar a Trueba era más engorroso que imitar al mismísimo Lynch.



Vivir es fácil con los ojos cerrados sigue siendo una deliciosa muestra de que David es el más listo, ingenioso y gracioso de la clase. En un mundo avasallado por el cinismo, es un soplo de aire fresco disfrutar del idealismo y bonhomía de Anthony San Román (maravilloso Javier Cámara). La película es tan carismática y luminosa como su autor. Yo ya no intento imitarle, me limito a aprender de él.



La herida de Fernando Franco

por David Trueba





La herida



El trabajo de Fernando Franco confirma una de mis pocas certezas con respecto al cine. La sala de montaje es la mejor escuela de formación para futuros directores, sobre todo si aspiran a un criterio particular y a una fidelidad declarada hacia la historia que cuentan, por complicada o dura que sea. El montaje es donde el guion y la película rodada se reencuentran y la madurez y síntesis de un director primerizo como Fernando para firmar una película como La herida lo reafirman. Le envidio además a Fernando la suerte de trabajar con actores como Marian Álvarez, Manolo Solo y Luis Bermejo y un director de fotografia tan sobresaliente como Santiago Racaj, siempre exigente y preciso con la película que está haciendo, y también al director de arte Michel Rebollo. Creo que esa comunión del equipo se contagia al espectador.



Caníbal de Manuel Martín Cuenca

por Fernando Franco





Caníbal



Canibal

Siempre me han gustado las películas en las que el agua, ya sea del mar, de un río o de un lago, se torna un elemento oscuro y amenazador, alejado de sus habituales con connotaciones de purificación y vida. Quizás sea por eso que mi secuencia favorita de Caníbal no es tanto el tan comentado (y estupendo) arranque en la gasolinera sino, más bien, el siniestro triángulo que trazan Carlos (Antonio de la Torre) y una pareja de improvisados bañistas invernales. Es aquí donde, para mí, mejor se resume una película compleja y brillante, una película en la que a partir de una elegante puesta en escena sostenida ejemplarmente por su actor protagonista, se va trenzando una atmósfera de angustia y desasosiego en la que el silencio se impone a la palabra. Y es justamente en esa secuencia donde esto mejor se transmite: el agua del mar, que le sirve de fondo, pasa de ser ese líquido amniótico que da origen a la vida a convertirse en el abismo en el que se vuelve a disolver (me acuerdo de Mouchette, de El intendente Sansho o de L'inconnu du lac); un abismo oscuro y salvaje del que el rostro de la desesperación trata de escapar frente al hieratismo de otro rostro, el del mal, que lo observa del mismo modo aséptico que intuimos observará la nieve caer tras la ventana en un montaje construido sobre una elipsis rotunda. Con ese telón de fondo y una brillante utilización del sonido del mar y del campo/contracampo, se acaba por sublimar el planteamiento narrativo que, finalmente, articula toda la película: la oposición radical (no confluyen siquiera en plano) entre el mundo de Carlos y lo demás, el exterior. Porque Caníbal, según la entiendo, es justamente eso: una magnífica y necesaria parábola sobre el mal que confronta y se opone a la sociedad que acaba por corromper.