David Trueba y Natalia de Molina con sus respectivos goyas por Vivir es fácil con los ojos cerrados.

En el año de la incertidumbre, pues en verdad cualquier cosa podía pasar, se impuso la lúcida comedia de David Trueba

Quizá fue mi imaginación, pero juraría que era Thierry Frémaux quien había visto entrar por la alfombra roja. Caminaba junto a Aitana Sánchez Gijón. La imagen se me hizo rara, incongruente. ¿Qué haría el director del Festival de Cannes en los 28 Premios Goya? Con la que estaba cayendo, además, fuera y también dentro. No estaba ahí desde luego para suplir la ausencia de José Antonio Wert, "el ministro de anti-Cultura", dijo Javier Bardem. Luego Mariano Barroso, que recogió el Goya a Guion Adaptado, pidió su dimisión, y Roberto Álamo, Actor de Reparto, dijo que "le había deshonrado".



El presentador del sarao, Manel Fuentes, también repartió justificada estopa en el arranque de la gala a un ministro de Cultura "y también de Educación". De la que cuanto menos anduvo escaso. Era lo que le faltaba a un presidente de la Academia que no podía reprimir su cabreo. Enrique González-Macho empezó, muy nervioso, diciendo que "no vengo a quejarme aunque motivos no faltan", pero solo para desdecirse segundos después con uno de los discursos más quejicosos (cabreados) que uno recuerda en estas ocasiones. Y no han sido pocos. En verdad, presentó un informe financiero, esgrimió números y cuotas, exigió medidas y reformas, se quejó porque "la industria cumple con sus deberes" y el Gobierno, pues no. De cine, no se habló. ¿Qué pensaría Frémaux?



Álex de la Iglesia, por si lo recuerdan expresidente de la Academia, faltó también a la cita. Había nominaciones para casi todos los departamentos de Las Brujas de Zagarramurdi, menos para él. Y se hicieron con todas ellas (diseño artístico, vestuario, montaje, sonido, dirección de producción, efectos especiales, maquillaje); y además Terele Pávez al recoger su Goya a Mejor Actriz de Reparto levantó posiblemente la ovación más cerrada y sincera de la noche. Nada menos que ocho cabezones de los diez a los que aspiraba se llevaron Las brujas de Zugarramurdi. Y el asomo de contradicción quedó ahí: una película que recoge todos los cabezones "pequeños" no estaba considerada para los "grandes".



De lo que se trataba era de premiar al equipo. De lo que se trataba en general. Al gran equipo, o la gran familia, del cine español. Y aunque no fueron especialmente repartidos, David Trueba, que subió tres veces al escenario, recogió sus tres Goya (guion, director, película) precisamente con ese lema, el de compartirlo con todos, con los profesionales que hicieron posible la película, que hacen posible el cine. Dio un bonito golpe de efecto poniendo al protagonista de Vivir es fácil con los ojos cerrados (sentado junto a él) como ejemplo ciudadano. Javier Cámara también le dedicó su cabezón, el que arrebató a Antonio de la Torre (el segundo de los Goya por los que competía en la misma noche), a ese profesor de inglés que viajó hasta Almería para conocer a John Lennon.



No fue la noche de Caníbal (un Goya). Ni la de 15 años y un día, que se fue de vacío. Ni tampoco la de La gran familia española (dos Goya). En el año de la incertidumbre, pues en verdad cualquier cosa podía pasar, se impuso la lúcida comedia de David Trueba (su hermano Fernando, por cierto, debe estar hasta las narices de escuchar bromas a costa de su estrabismo en cada gala que acude) frente a propuestas más oscuras, más arriesgadas o directamente menos intreresantes. Dentro de la (i)lógica de los repartos, entraban dentro de lo previsible porque probablemente era lo más justo, los premios a Marian Álvarez (Actriz Protagonista) y a Fernando Franco (Director Novel) por La herida, la película más audaz y quizá también la mejor de la disputa.



Le faltó a la gala la ligereza y el dinamismo de otras ediciones recientes, y el sentido del humor no solo se lo disputaron las comedias de David Trueba y Sánchez Arévalo (con claro vencedor), sino el de Manel Fuentes y la muchachada de Joaquín Reyes (quedaron en empate). Había ingenio en los vídeos preparados de antemano, como las incursiones del presentador en las películas nominadas, y pudimos ver a Torrente y Esteso protagonizar un momento divertido. Por lo demás, una gala que no quedará mucho tiempo en el recuerdo, que no se salió de lo frecuente, con sus discursos larguísimos y con sus números musicales sonrojantes, en homenaje quizá al rap de Resines, con su fotogalería de creadores y trabajadores del cine fallecidos en 2013, y que terminó efectivamente por convencernos de que ha sido verdaderamente un año difícil para el cine español. [Aviso a Producción: la imagen que pusieron de nuestra compañera Beatrice Sartori, colaboradora de El Cultural, no era de ella].



Y no había sido fruto de la imaginación. Por ahí andaba Frémaux, efectivamente, para entregar el premio a la Mejor Película Europea (Amor). Fue de hecho con la Palma de Oro de Cannes donde comenzó su recorrido el sobrecogedor filme de Michael Haneke. La lógica estaba servida. La imagen inicial, el jefazo de Cannes codeándose con la familia del cine español, no era al fin y al cabo tan incongruente. Aunque quizá, más allá de los Goya, aprovechó su visita a Madrid no solo para saludar a su amigo Almodóvar (el gran ignorado o incomprendido), sino buscando para su festival ese cine que, una vez más, no fue invitado a la fiesta.