300. El origen de un imperio de Noam Murro

Con el estreno de 300. El origen de un Imperio, se aproxima una nueva avalancha de sangrientas batallas, ejércitos colosales y tipos embutidos en minúsculas armaduras... Acompañado todo de inexactitudes históricas, anacronismos, exageraciones fantásticas y épica de saldo. No es cine histórico, sino ese cine viejo que llamábamos péplum. Y sigue vivito y coleando en pleno siglo XXI.

Aquí los tenemos de nuevo. No a todos, claro: la mayoría fueron masacrados en la original 300, allá por 2006, y ni Zack Snyder repite como director (prefiriendo la más discreta labor de producción), ni Gerard Butler como Leonidas, aunque sí están otra vez Lena Headey y Rodrigo Santoro. No es solo que Leonidas quedara aplastado heroicamente en las Termópilas, ya que la acción del nuevo filme que dirige el israelí Noam Murro transcurre antes, durante y después de la épica batalla que ya conocemos, teniendo uno de sus máximos atractivos en la reconstrucción del combate marítimo de Salamina; es que, además, ahora los atenienses desplazan un poco a los espartanos en la acción, y también Jerjes tiene más protagonismo. Resulta apropiado que el nuevo 300 se estrene casi en carnestolendas: no me extrañaría que Rodrigo Santoro se llevara el premio de Reina del Carnaval.



Y es que, pese a quien pese, el universo de las Guerras Médicas según Frank Miller, que se encuentra también pergeñando la novela gráfica de esta segunda parte, está más cerca de la fantasía que de la realidad, y cometeríamos un grave error si juzgáramos sus versiones cinematográficas según los principios del cine histórico, y no los de la infame y deliciosa tradición del péplum.



Cine histórico, no gracias

Cuando éramos pequeños, lo llamábamos cine "de romanos", aunque muchas veces sus protagonistas fueran egipcios, griegos o cualquier otro pueblo de la Antigüedad. Si bien se trataba de una especie de popurrí en el que cabían desde películas más o menos fieles a la Historia hasta aventuras fantásticas inspiradas en mitos y leyendas, su rasgo esencial era una absoluta indiferencia por la autenticidad histórica, que ha puesto de los nervios a más de un espectador confundido de género. En su esencia, el péplum, así bautizado por los franceses por la túnica corta vestida por griegos y romanos, alcanzaba sus más altas cotas de disfrute cuanto más lejos estaba de la veracidad arqueológica, en manos de directores italianos de los años 50 y 60, más atentos a los músculos de estrellas del gimnasio como Steve Reeves, Gordon Scott o Kirk Morris, a las exóticas bellezas femeninas de Chelo Alonso, Ludmilla Tcherina o Gianna Maria Canale y a los más extravagantes decorados de cartón piedra, que a cualquier verosimilitud o fidelidad hacia sus fuentes originales.



Gladiadores, dioses y semidioses, reinas crueles, héroes legendarios, bestias míticas y aventuras épicas en programa doble, cubriendo desde superproducciones hollywoodienses hasta Series B y Z europeas, desde adaptaciones de La Biblia y La Odisea hasta delirantes encuentros entre Hércules y El Zorro, Maciste y los mayas, o aventuras en la Atlántida y los mismísimos infiernos.





Hercules. El origen de la leyenda



No me pregunten por qué, pero sigue habiendo legiones de críticos y espectadores que se enfadan cuando ven una "de romanos" y resulta que se pasa por el arco triunfal la fidelidad histórica. Pero esta es la esencia del género, y Gladiator o Troya, que vinieron a resucitarlo en el nuevo milenio, no habrían tenido ninguna gracia ni éxito si hubieran sido películas serias y documentadas. Sea como fuere, en pleno siglo XXI, la gente quiere seguir viendo héroes semidesnudos en medio de épicos escenarios paganos y mitológicos. Sirviéndose, eso sí, de la moderna tecnología digital, para evocar las más ancestrales fantasías míticas.



No en vano, se ha dicho a menudo que el péplum está más cerca de la Fantasía Heroica de un Conan o un Tolkien que del cine histórico. Con la ventaja de tocar en la memoria del espectador las teclas de la Historia, el Mito y la Leyenda de forma directa, por falaz que sea. Este es también el caso de 300, donde Frank Miller y su fiel escriba cinematográfico Zack Snyder, se muestran más en sintonía con Robert E. Howard que con Tucídides, con unos espartanos mezcla delirante de samuráis y berserkers nórdicos, contra villanos orientales decadentes y viciosos y ejércitos de guerreros que parecen orcos. A estas alturas, no menos cabe esperar de su continuación, desde luego.



Lo bueno y lo malo del nuevo péplum es que la tecnología digital permite hoy simular la espectacularidad hasta extremos inéditos. Cualquier película, por cutre que sea, puede clonar miles y miles de guerreros, decorados colosales, catástrofes bíblicas, monstruos mitológicos y batallas épicas. Lo que antes era la culminación de la historia, ahora es el principio, y el espectáculo hipermoderno agota a menudo nuestra capacidad de maravilla y diversión. No obstante, el peor enemigo del género es la "seriedad" impostada, que afecta incongruentemente ejemplos recientes como Furia de titanes y su secuela Ira de titanes, hiperbólicos ejemplos de ruido sin nueces, muy inferiores a la simpática película original de los 80. Pero da lo mismo. Según pasa el tiempo, filmes como estos o la más agradecida estéticamente Immortals, empiezan a ser descaradamente rescatables, disfrutables por los mismos motivos que sus antepasados directos: su estética kitsch, su aroma homoerótico, su descarada masacre de la Historia y su capacidad para conectar con el inconsciente colectivo.



La historia se repite. Como en su día, el nuevo péplum mejora cuanto más derivativo, barato y descarado es: pura exploitation. Series de televisión como Spartacus, cuyo antepasado directo no es Kubrick, sino el Calígula de Tinto Brass; producciones para consumo casero, como Hércules: el origen de la leyenda -que mezcla alegremente mitos griegos, decorados mesopotámicos y plagios incongruentes de 300, Gladiator y Thor- o Pompeya, que veremos pronto; fantasías orientales desorientadas como La leyenda del samurái: 47 Ronin o Prince of Persia: las arenas del tiempo, aparte de 300. El origen de un Imperio, están todas hechas de la misma materia que los viejos filmes de Francisci, Bava, Tesari, Harryhausen, Freda y los demás. Eso sí, cambiando stop motion por infografía y a mayor gloria de nuevos "hércules" como Sam Worthington, Gerard Butler, Henry Cavill, Kellan Lutz, Kit Harington o el difunto Andy Whitfield. ¡Lástima que el bueno de Terenci Moix no esté ya entre nosotros para disfrutarlas! Yo, por mi parte, echo de menos aquellas danzas exóticas y eróticas de voluptuosas esclavas a la espera de convertirse en descanso del guerrero...