Gonzalo García Pelayo. Foto: Jesús Domínguez

Gonzalo García Pelayo (Madrid, 1947) tiene más caras que un dado. En una sola vida (a la que aún le queda cuerda para rato), ha desempeñado algunas de las profesiones con las que muchos hemos soñado alguna vez. Y, por si fuera poco, consiguió inventar un método según el cual hizo saltar la banca en casinos de todo el mundo apostando a la ruleta. Esta faceta, que desarrolló durante los 90, es de sobra conocida y de hecho fue abordada en una película reciente, The Pelayos (2012), de Eduard Fernández. Lluis Homar fue el actor que se metió en su piel y el reparto lo completaban actores como Daniel Brühl, Miguel Ángel Silvestre y Blanca Suárez.



Pero hablar de Gonzalo García Pelayo como jugador de ruleta es, en la práctica, empezar por el final. Antes fue apoderado de toreros, productor musical de grupos como Lola y Manuel, Triana o María Jiménez; locutor de radio y director de cine. Y es por esta última faceta, que si respetamos la línea temporal sería la primera de todas, por la que está ahora de actualidad gracias al ciclo que le dedica el Jeu de Paume de París a partir de este martes. "La dirección de cine fue un tema vocacional para mí", explica García Pelayo. "Todo empezó cuando vi El séptimo sello de Bergman con 15 años. Me fui a París muy joven para prepararme para entrar en la Escuela de Cine de Madrid. Allí iba dos veces al día a la filmoteca y fue donde descubrí a Godard, Antonioni, Orson Welles, Renoir, Rosellini, Godard, Truffaut... Entré a la primera en la escuela. Me examinó Berlanga y tuve de profesor a directores como Borau".



El patriarca de los Pelayo dirigió cinco películas entre mediados de los 70 y principios de los 80: Manuela, Vivir en Sevilla, Intercambio de pareja frente al mar, Corridas de Alegría y Rocío y José. Estas producciones, casi experimentales, a rebufo de la Nouvelle Vague y en consonancia con la cultura del destape de la época, tuvieron escasa repercusión tanto en materia crítica como por parte del interés del público. Sin embargo mostraban a un cineasta con un discurso y unas inquietudes temáticas muy definidas. "Lo que me interesaba era hablar a la gente de las cosas que me fascinan: de Andalucía, de las mujeres y de la mujer andaluza en particular de una manera parecida a como lo hacían Godard o Trouffat, de la música que me interesaba en ese momento como Lola y Manuel…", comenta el director.





Cartel de Vivir en Sevilla



Su estilo, más allá de convencionalismos, hacía hincapié en una cualidad poco habitual en la producción cinematográfica: la imperfección. "No eran voluntariamente imperfectas pero sí aceptablemente imperfectas", explica el director. "No tanto en la fotografía (el trabajo de José Luis Izquierdo era espléndido) como en la dirección de actores. Lo imperfecto tiene para mí más vida. Por ejemplo, si un actor dice de forma correcta el texto me parece bien pero si lo dice mal me gusta un poco más. Tengo más interés por las personas que por los personajes y por eso siempre elijo a personas que me fascinan. Me gusta transmitir que los personajes vibran". Resulta curioso y casi natural que fuera precisamente la imperfección, en este caso de las ruletas de los casinos, el pilar en el que se sostenía su famoso método de apuestas.



- ¿Porqué abandonó el cine tras estas cinco películas?

- El público y la crítica se olvidaron muy rápido y a mí me no me parecía factible dedicar tres años de mi vida a una película que no interesaba a nadie. El punto de inflexión llegó un día que me reuní con un productor en su despacho para hablar de un proyecto. A la salida me encontré con Berlanga en la sala de espera. Que me hicieran esperar a mí era comprensible pero que a un maestro como Berlanga le hicieran pasar por lo mismo era desconcertante. Fue entonces cuando me dí cuenta que mi historia en el cine se acababa.



A partir de ese momento Gonzalo García Pelayo comenzó a mudar de piel hasta que en los 90 desarrolló su sistema de apuestas. Sus películas quedaron en el olvido y durante 30 años prácticamente nadie se acordó de su personal estilo cinematográfico. Pero el destino aún le guardaba una sorpresa al madrileño. Hace año y medio recibía un email del crítico Álvaro Arroba en el que este le aseguraba que había votado Vivir en Sevilla como una de las 10 mejores películas de la historia del cine en la revista Sight &Sound. "Para mí era insólito que alguien votara una de mis películas como una de las mejores no ya de la historia del cine español sino del la historia del cine en general. Me causó una impresión tremenda. El cine no era algo que tuviera olvidado pero de repente me sentí comprendido exactamente de la manera en que había pretendido que me entendieran en su momento".



Como si de un sueño se tratara, García Pelayo se vio de pronto en la cúspide del reconocimiento cinematográfico. Primero la Viennale (festival de cine de Viena), después el Festival de Cine de Sevilla y ahora el Jeu de Paume de París han reivindicado su cine con retrospectivas que incluyen su última película Alegrías de Cádiz (2012) realizada expresamente para ser proyectada en la Viennale y que estuvo nominada en la pasada edición de los Goya en el apartado de mejor canción. "No conozco un caso como este", explica el director."Ha habido directores que, con el paso del tiempo, han pasado de la tercera a la primera fila. Pero que desde cero hayan hecho cumbre no conozco a nadie. En París comentan que mi cine es el eslabón perdido entre Buñuel y Almodovar. Que me sitúen entre los dos es un privilegio y me da fuerzas para continuar en esto del cine".







Razones no le faltan. Después del ciclo en el Jeu de Paume, que se prolonga hasta el 25 de marzo, sus películas se exhibirán en Barcelona. También se preparan ediciones en DVD y la crítica parece querer designarlo como antecedente directo del nuevo cine low cost algo que le llena de orgullo. La apuesta más arriesgada de Gonzalo García Pelayo, la que hizo por el cine, la que parecía la más fallida, comienza a dar sus réditos.