Bertrand Tavernier hace indicaciones a los actores durante el rodaje de Crónicas diplomáticas. Quai D'Orsay
Clásico del cine francés donde los haya, Bertrand Tavernier (Lyon, 1941) hace reír con Crónicas diplomáticas (Quai D'Orsay), en la que adapta un cómic para contarnos la trastienda de la agitada trayectoria de Dominique de Villepin, ese ministro de Asuntos Exteriores francés que se enfrentó al Gobierno de Bush a cuenta de la guerra de Irak. El cómic y el guión lo escriben el historietista Cristoph Blain y Abel Lanzac, antiguo diplomático y colaborador estrecho de Villepin durante muchos años. En un tono de farsa, la película nos propone una desternillante y aguda mirada a las bambalinas del poder a través de un ministro dubitativo, hiperactivo y caótico que le hace la vida imposible a su perplejo joven asistente interpretado por Thierry Lermitte. El director de filmes emblemáticos como La muerte en directo (1980), La vida y nada más (1989) y Hoy empieza todo (1999) se luce con una película en la que brilla su vena más vitriólica más allá de lugares comunes.-Los políticos no andan muy sobrados de popularidad últimamente, ¿quería echar más leña al fuego?
-Me parece una idiotez decir que todos los políticos son unos imbéciles, no me gusta hacer consideraciones generales, son la puerta abierta a toda simplificación y el cinismo. No hablo de los políticos, sino de un hombre que se dedica a ser político y toda la gente que le rodea que nunca sale en los medios de comunicación y hacen el verdadero trabajo. Todo ese mundo de detrás casi nunca lo vemos y lo que me interesó del cómic fueron esas bambalinas que no conocía. Porque a los políticos ya los vemos mucho, demasiado. El ejemplo supremo fue Henri Guaino, que se convirtió en una estrella por ser consejero de Sarkozy: salía todo el día por la televisión. De tanto hablar acababa diciendo tonterías como que tener un sueldo de 2000 euros es de pobres.
-Vemos las miserias de la alta política pero también alguna de sus grandezas.
-Los políticos son grandes personajes para la comedia. Quienes han trabajado con Villepin hablan siempre de lo mismo, no dormía apenas tres o cuatro horas, se duchaba, se cambiaba de ropa y vuelta a empezar. Son famosas sus llamadas nocturnas o las 50 reescrituras a las que sometía cada texto ¡sin ni siquiera leerlos! Su comportamiento es delirante y errático, totalmente volcánico. Villepin llegó a decir en una entrevista que los lazos que se crean en un equipo te permiten decirles siempre que lo creas oportuno que son una nulidad. Yo no trabajo así y no lo comparto. De todos modos, también hace cosas admirables. Hoy todo el mundo está de acuerdo en que la guerra de Irak fue una catástrofe pero entonces Francia tuvo que jugar un papel muy duro para enfrentarse a la política de pitbull de Bush. Admiro también su tenacidad en el episodio africano. Allí vemos que la política también tiene un significado importante más allá del teatro que la rodea. Y detrás está ese equipo de gente muy inteligente, muy preparada, como el jefe de gabinete que es el que hace el verdadero trabajo.
-Habla todo el rato de Villepin aunque el ministro de la película tiene otro nombre, ¿tan claramente es él?
-Esto quizá es mejor preguntarlo al autor del guión y el cómic que trabajó con él varios años (Abel Lanzac). La gente que lo conoce me ha dicho que sí que es él y también que le hemos hecho justicia.
-El ministro está obsesionado con el mundo de la cultura y le gusta rodearse de escritores y poetas. Es curioso porque los intelectuales gustan de creerse antisistema pero ninguno falla cuando es llamado por el poder, ¿verdad?
-En Francia siempre ha existido una fascinación mutua entre el mundo de los políticos y la cultura. Los políticos de mi país apoyan la cultura de una manera muy clara, por ejemplo en los acuerdos de comercio cuando se crea la excepción cultural para proteger la creación francesa. Intelectuales y políticos están de acuerdo en que eliminar esa restricción es dejar la puerta abierta a que las multinacionales americanas dominen todo el panorama. Esa imbricación tiene cosas buenas y no tan buenas. Vemos a un personaje como Bernard-Henri Lévy que tiene un papel casi institucional y muchas veces actúa con más autoridad como portavoz de Francia que el ministro de asuntos exteriores. Es bueno que los artistas y filósofos se impliquen en los problemas del mundo. En el mundo anglosajón muchas veces son muy tímidos, los echamos de menos durante la época de la guerra de Irak. Nosotros tenemos la tradición de Victor Hugo y Zola. Al mismo tiempo, sobre todo durante la época de Mitterrand algunos escritores tenían una posición de absoluto servilismo. Eso también pasó en los tiempos de Sakozy.
Alexandre Taillard de Worms, el alter ego de Dominique de Villepin interpretado por Thierry Lhermitte, rodeado por su equipo
-Es curioso, y muy gracioso, ese ministro que llama a los intelectuales para conocer su opinión pero no se calla en ningún momento.-Hay una anécdota real. Una vez Sarkozy reunió poco antes de la campaña electoral a lo más granado de la cultura francesa para una comida. Ahí estaba el director de Le Nouvel Observateur, guionistas, escritores, artistas... Y nadie pudo decir una palabra en todo el tiempo porque solo Sarkozy abrió la boca, estuvo sin parar de principio a fin. Y al final dijo: "Estoy muy contento de hablar con ustedes". Sarkozy es un actor maravilloso que solo sabe hacer el papel protagonista. Eso sí, al menos tuvo el gesto. En el caso de este ministro, por una parte está realmente interesado en la cultura pero no tiene ni idea de quién tiene delante, solo quiere reafirmarse a sí mismo y sus ideas porque siente una admiración en abstracto por el mundo de la cultura.
-Algunos de los momentos más divertidos vienen cuando se enredan en discusiones eternas e inútiles. Ahí está ese escritor asesor que repite sin cesar que "las cosas son complejas".
-Las cosas son complejas... [se ríe con ganas] Es una obviedad pero al mismo tiempo es una gran verdad. Fueron los republicanos quienes estaban a favor de abolir la esclavitud, fue Lincoln quien hizo eso y no los demócratas. Pero eso no tiene nada que ver con el discurso, es completamente delirante.
-Vemos los límites del poder de los políticos, ¿su capacidad de maniobra en el fondo está muy limitada?
-Hay que distinguir entre la política y el teatro de la política. Los políticos piensan que hacen cosas o que mandan porque hacen declaraciones en la televisión pero luego no hacen tanto ni pueden hacer tanto para resolver los problemas. Porque digan que acabarán con el crimen, no desciende la criminalidad.
-Hace una incursión plena en la comedia, un género que ha transitado poco, ¿cómo le ha ido? Imprime un ritmo fulgurante... -En el cine francés hay muchas comedias, son un vehículo maravilloso para explicar muchas cosas y salirse de lo convencional. No siempre es una cuestión de tener un ritmo rápido. Laurel y Hardy basan su comicidad precisamente en la lentitud con que sucede todo. También hay quien confunde el ritmo con la precipitación. La comedia es muy difícil de cronometrar. Judd Apatow hace unas películas demasiado largas, pero saben alternar las secuencias muy rápidas y los momentos más tranquilos. El ritmo tiene que ver sobre todo con el cambio de ritmo.