Luisa, la eterna taquillera, en Paradiso
Tras ganar el premio Rizoma 2013 y pasar por el Festival de Málaga, se estrena en salas el magnífico documental Paradiso. Dirigido por Omar A. Razzak, es el resultado de dos años de filmación en el interior de la última sala de cine X que queda en Madrid y sus habitantes.
La primera escena de Paradiso, documental que inició su recorrido en el Rizoma Festival 2013, concentra algunas de las pautas dispuestas por el canario Omar A. Razzak, su director. A saber: planos estáticos, punto de vista no intrusivo y mimo por cartografiar un singular espacio arquitectónico lleno de vacíos. Un espacio -sala cinematográfica donde proyectan, desde 1986, cine para adultos en sesión continua- que refugia a espectadores que acuden al reclamo de una programación que no es sino una excusa para reunirse con sus iguales. Paradiso lo habitan personas, personas que, a su vez, conforman algo parecido a una parroquia salpicada de feligreses, pero el personaje medular son las escaleras y las estancias de un cine con estufa y carbonera en su sótano. Un cine que desprende sobria decadencia, donde el DVD impera como formato de proyección, en consonancia con una época donde el consumo privativo de pornografía es eminentemente digital.
La cámara pudorosa
Desde un planteamiento observacional, sin bustos parlantes ni voz en off, Razzak articula entre sí el material grabado intermitentemente durante años, con dos trabajadores (Rafael, principio y fin del relato, y Luisa, la eterna taquillera que encara su jubilación) como ejes vertebradores y algunos clientes, parroquianos orgullosos de formar parte de esa comunidad, como planos yuxtapuestos. En una suerte de concatenación de rituales, de dinámicas laborales y sociales, el director explora la representación del día a día de un lugar donde la acción de unos y otros ha sido pautada, en busca siempre de la espontaneidad de quienes recrean unas acciones y conversaciones tan propias como triviales. "Ojalá volviera la peseta", "Hoy cualquiera puede ser diputado", "La tortilla debe ser con cebolla"... Al tiempo que nadie habla de sexo, la cámara, pudorosa, sortea el morbo, eludiendo adentrarse en el patio de butacas mientras el proyector lanza imágenes explícitas de la anatomía humana. Cierto es que se sugieren prácticas internas de cruising, se escucha el doblaje de los jadeos que todos ignoran y se percibe puntualmente una visión lejana y parcial de la pantalla, pero nadie encontrará sordidez en el acercamiento de Razzak, pues consuma un vaciado de la obscenidad que etimológicamente define a la pornografía.En último término, Paradiso, título que remite a la ficción de Giuseppe Tornatore, va más allá de la geografía de un espacio para registrar la dignidad de un entusiasmo, el de Rafael, hombre orquesta que trasciende su labor como proyeccionista -el funcionamiento integral del cine depende de él-, afrontando sus múltiples quehaceres con una dedicación e integridad ejemplares. Paradiso es aquí un elogio a la profesionalidad de quien aspira, como Rafael, a ennoblecer su entorno laboral. Una persona definida por una anécdota infantil: aquel niño de cinco años que visitaba el aeródromo de Cuatro Vientos con una cuerda, soñando con atrapar un avión. Hoy, el niño es un hombre y aquella cuerda y aquellos aviones han dado paso a las cartulinas y los rotuladores con los que diseña semana tras semana la cartelera más carnal e insólita de Madrid.