Rooney Mara y Casey Affleck protagonizan En un lugar sin ley

Hace poco veíamos a Matthew McCounaghey en la piel de un fugitivo de la justicia que aspira a redimirse en la notable Mud. Figura de la tragedia clásica del cine negro con la que todo el mundo más o menos se siente identificado (eso de aspirar a que se borren nuestros pecados del pasado y volver a empezar es un deseo universal) volvemos a encontrarla en esta espléndida En un lugar sin ley, donde Casey Affleck da vida a un outlaw fugado de la cárcel que sueña con empezar una nueva vida con su novia de toda la vida, y compañera de fechorías, y su hija pequeña.



Terrence Malick no ha inventado los maizales pero es quizá inevitable que cada vez que los veamos ulular al viento nos acordemos de él. En un lugar sin ley, segunda película de David Lowery, premiada en Sundance y presentada en el último Cannes, trata de aunar en su filme el espíritu lírico de Malick con las temáticas del cine de Peckinpah lo cual podría parecer que es como mezclar agua con aceite pero no es tan descabellado ya que el cine del propio Malick siempre ha combinado un profundo lirismo con una corriente de subterránea violencia.



En un lugar sin ley, de hecho, juega al equívoco desde la primera y espléndida secuencia, en la que creemos estar ante un drama romántico del estilo Leyendas de pasión. Una inteligente elipsis nos sitúa en un escenario muy distinto y la película juega constantemente con dos conceptos aparentemente opuestos como la fascinación por la vida forajida así como los placeres de una existencia agradable y convencional con casa, niños y perro. "Antes era un monstruo, ahora sólo soy un hombre", dice Affleck en uno de los momentos más bellos.



Surge la eterna pregunta de si podemos o no cambiar, de si el futuro puede ser huérfano del pasado y la redención existe. Como en toda tragedia clásica, alguien tiene que morir. El resultado es una película tan bella como tierna sobre el valor de las segundas oportunidades. La espléndida fotografía, los buenos actores (no se pierdan a Keith Carradine) y una puesta en escena elegante aderezan un filme no especialmente original pero sí modélico y conmovedor.