Gozilla 3D de Gareth Edwards

Tras décadas llenas de parques jurásicos, gorilas gigantes y tiranousarios de película, el estreno de Godzilla 3D, el nuevo reboot procedente de Hollywood del mítico monstruo prehistórico y radioactivo nipón, nos obliga a preguntarnos qué tienen los dinosaurios para seguir fascinando, desde los tiempos del cine mudo, a espectadores y cineastas. Repasamos la historia del colosal monstruo japonés y su saludable regreso en formato tridimensional.

Fueron los reyes de nuestra imaginación. Y siguen siendo los reyes de las pantallas, saltando el abismo del tiempo gracias a la magia de los efectos especiales, para pisotear el siglo XXI sin ningún pudor, volviendo a derribar las altas torres del orgullo humano, como si quisieran advertirnos de que algún día, en el futuro, nosotros también pasaremos a la Historia, convertidos en restos fósiles para diversión de alguna raza del mañana. Los "lagartos terribles", que no otra cosa significa su nombre genérico, han ejercido siempre una singular fascinación sobre la imaginación humana. No faltan quienes creen que de su recuerdo ancestral desciende el mito universal del dragón, además de los rasgos y características de otras criaturas gigantes, entre la mitología, la paleontología y la criptozoología.



Si tuviéramos que juzgar por el cine, no sería de extrañar, ya que en la prehistoria según Hollywood seres humanos y dinosaurios convivieron compitiendo desesperadamente por la supervivencia, sin el más mínimo reparo científico. Filmes como Hace un millón de años (1966) o Cuando los dinosaurios dominaban la tierra (1970) son buenas muestras de estas fantasías en las que grandes reptiles y hombrecillos primitivos se enfrentan en duelos poco equitativos, cuando no están persiguiendo todos a bellezas tan poco prehistóricas como Raquel Welch o Victoria Vetri. Sin embargo, tanto la literatura como el cine pronto descubrieron una fórmula eficaz para evitar el descrédito científico y poder combinar dinosaurios con frágiles seres humanos: la fórmula del "mundo perdido". ¿Y si en ignotos lugares de la Tierra las criaturas antediluvianas se las hubieran apañado para sobrevivir tan panchas y a sus anchas? El mundo perdido, según el clásico de Conan Doyle, cautivó a millares de espectadores en su estreno de 1925, en gran parte gracias al genio del animador Willis O'Brien, que estaba entrenándose para ofrecernos menos de una década después la seminal King Kong (1933), y cuyas técnicas de stop motion, llevadas a la perfección por su aventajado alumno Ray Harryhausen, algunos seguimos prefiriendo a la infografía digital.



Pisando fuerte

La idea del mundo perdido, habitado por dinosaurios y otras criaturas prehistóricas, surgida en la imaginación de escritores como Verne o Doyle, sigue funcionando hoy perfectamente, como demostraron recientemente Viaje al centro de la Tierra (2008) o El mundo de los perdidos (2009), pero el filme de 1925, como la posterior King Kong, alcanzaba su auténtico clímax cuando las criaturas antediluvianas, por azares del guión, salían de su hábitat propio para pasearse con toda naturalidad por las calles de Londres o Nueva York. ¡Aquí estaba la fórmula mágica definitiva! Contemplar desde la seguridad de nuestras butacas a titánicas criaturas del pasado, normalmente dinosaurios pero también especies inventadas o tan poco verosímiles como el propio Kong -pese a lo que diga Peter Jackson-, destruyendo nuestro mundo moderno y civilizado, con toda la furia indiferente y el justificado enfado de una fuerza de la Naturaleza desatada, un espíritu vengativo al que solo con enormes esfuerzos lograrán los humanos destruir.





Una imagen de Gozilla 3D.



La llegada de La Bomba -con mayúsculas-, tras la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial, combinada con esta tradición de la prehistoria del cine y el cine de la prehistoria, daría lugar a una mutación afortunada: las películas de monstruos gigantes de los años 50. Si en King Kong era la avaricia humana lo que convertía a un inocente monstruo antediluviano en catástrofe andante, causante involuntario de la destrucción y el caos urbanos, tras el apocalipsis nuclear de Hiroshima y Nagasaki será la hubris científica del mismo ser humano, su ambición por corregir y superar a Dios y/o a la Naturaleza, la que desatará el regreso de los dinosaurios. Y la aparición de nuevas bestias gigantes tan imponentes como estos. Aunque abunden insectos gigantes radiactivos -arañas, hormigas, mantis...- y mutaciones diversas, aquí nos interesa especialmente que sea también gracias a las fuerzas atómicas como resucite el imaginario rhedosaurus de El monstruo de tiempos remotos (1953). Con él aparece una nueva especie de reptiles prehistóricos radiactivos, cuyo vástago más famoso está a punto de pisotearnos de nuevo.



Los dinosaurios son como los samurais o cowboys: una especie violenta, amoral y condenada

En un Japón que se recuperaba a pasos agigantados de los efectos del auténtico holocausto nuclear, el estreno en poco tiempo del viejo King Kong y la nueva El monstruo de tiempos remotos, tuvo un impacto inesperado y sin precedentes en su industria cinematográfica. Rápidamente, la productora Toho, contando con el probado talento de Ishirô Honda, ayudante de dirección del mismísimo Kurosawa, realizó su réplica del filme americano, Japón bajo el terror del monstruo (1954), que presentaba al mundo a Gojira, es decir, Godzilla para los occidentales: un imposible reptil prehistórico, inspirado a partes desiguales en el Tiranosaurio, el Estegosaurio y el Carnosaurio, entre otros dinos reales, que para colmo, debido a la radiactividad, lanza un destructor rayo por sus fauces, como los dragones de leyenda.



El éxito del personaje a nivel internacional, dio lugar al nacimiento de un nuevo género nipón, el kaiju eiga o cine de monstruos gigantes (daikaiju), que convertía en superhéroe al monstruo, y que arrasaría durante los años 50 y 60, agonizando en los 70 para resucitar intermitentemente hasta nuestros días, conformando una mitología pop con poco que ver con el cine de catástrofes y dinosaurios de Hollywood. Aunque este, al final, devolvería la jugada a los japoneses, secuestrando a su monstruo y mascota nacional por excelencia.



Tenía que ser uno de esos niños eternos que babeaban de placer contemplando los dinosaurios de King Kong o El monstruo de tiempos remotos, Steven Spielberg, quien volviera a convertir a los saurios prehistóricos en estrellas hollywoodienses. Parque Jurásico (1993), según novela del no menos freak y ya desaparecido Michael Crichton, reinventaba el género, volviendo a sus fuentes y mezclando un poco de todo, al amparo de sus efectos especiales a la última. Ahora, la culpa de todo era la combinación de la avaricia -el parque de atracciones a lo King Kong o Gorgo (1961)- y la hubris científica (la clonación), combinando también la aventura exótica de mundo perdido -la isla donde se "cría" a los dinosaurios"-, con la catástrofe urbana, cuando estos escapan para invadir la ciudad moderna. Todo, con guiños cinéfagos a clásicos como Cuando los dinosaurios dominaban la Tierra, King Kong o la propia saga de Godzilla. Nuevo triunfo de los saurios gigantes sobre la humanidad, el resultado sería una trilogía -ya se anuncia la posible cuarta entrega-, incontables videojuegos, cómics y novelas, el insufrible King Kong (2005) de Peter Jackson, la pretenciosa Monstruoso (2008)...



Ishiro Honda presentó a Godzilla a los occidentales: Tiranosaurio, Estegosaurio y Carnosaurio
Precisamente, un alumno aventajado del Spielberg más espectacular, el alemán Roland Emmerich, volvería la mirada a sus viejos aliados japoneses, para realizar el siempre anunciado y temido remake de Godzilla, en 1998, a mayor gloria de la nueva industria de los efectos especiales y en la vena apocalíptica de buena parte de su filmografía, consagrada al fin del mundo. Este Godzilla resucitaría también la saga original, reeditada en lujosos DVD en Estados Unidos, propiciando series de animación, videojuegos y merchandising infinito.



En principio, la fascinación del cine por los dinosaurios parece acorde con su naturaleza como barraca de feria. Museo de monstruos, freakshow y gabinete de curiosidades. Como si no hubiéramos superado nunca la infancia, el cinematógrafo y sus espectadores nos volvemos locos por los saurios gigantes. Seres que parecen imposibles y que, sin embargo, existieron. Criaturas que solo la magia del cine puede resucitar (de momento). Por otra parte, el tema del saurio gigante como vengador de la Naturaleza ofendida es universal. Estas parecen las razones más lógicas.



Razas extinguidas



Una imagen de Gozilla 3D.



Los dinosaurios han vuelto a nuestro imaginario -nunca se fueron-, porque son como los vikingos, los samuráis, los piratas o los cowboys y desperados del western: una especie violenta, amoral y condenada. Son seres crepusculares, con el lirismo trágico de las razas extinguidas, pero también oscuros, porque representan la liberación de toda atadura moral. Depredadores natos, inmensos titanes que aplastan a los hombres sin notarlo apenas. Son brutales y brutalmente libres. Los saurios terribles son la hermosa aristocracia sadiana de la Naturaleza. Proyectamos en ellos nuestro propio anhelo prehistórico por liberarnos. Godzilla y sus hermanos no son moralejas contra la ciencia o la avaricia. Ese es solo el disfraz políticamente correcto que se ponen, como el traje de goma de un actor de kaiju eiga. Son imágenes de nuestro cerebro reptiliano en libertad. Auténticas criaturas que expresan los placeres primigenios de la destrucción y la supervivencia. Godzilla somos todos: liberados y aprisionados, al tiempo, por las sombras de una linterna mágica engañosa, pero que nos permite, por un instante al menos, el placer de volver a la era en que los dinosaurios dominaban la Tierra.

Una mezcla explosiva

Hacía años que se hablaba del retorno de Godzilla. Aunque Emmerich abandonara la idea de una secuela, visto el ajustado éxito del filme de 1998 y el abandono del personaje por parte de TriStar Pictures en 2003, y mientras los japoneses, en pleno cincuenta aniversario del personaje y tras Godzilla: Final Wars (2004), anunciaban su decisión de abandonarlo durante una década, la propia Toho vendía sus derechos, en 2010, a Legendary Films, para una nueva versión hollywoodense. Corrió el rumor de que sería Guillermo del Toro el encargado de resucitar al original Godzillasaurus, como ha sido rebautizado por los fans para darle carta de verosimilitud científica -se crea o no-, pero éste se encontraba muy ocupado en su propio proyecto de kaiju eiga: Pacific Rim, estrenado en 2013. Legendary estaba decidida a buscar un director con prestigio además de monstruos, por lo que acabó eligiendo al británico Gareth Edwards, autor de la sobrevalorada Monsters (2010). La intención de este nuevo Godzilla tridimensional es combinar la sensibilidad emocional, familiar y ecológica del Hollywood actual con un mayor respeto al concepto original y la serie nipona clásica. Una mezcla explosiva e improbable, que supone un desafío tan enorme como el propio Godzilla.