Image: Retratos webcam y antenas camufladas

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Cine

Retratos webcam y antenas camufladas

16 mayo, 2014 02:00

Natalia Tena es Alex en 10.000 km, de Carlos Marques-Marcet

Ganadora del Festival de Málaga, el debut en las pantallas de Carlos Marques-Marcet, 10.000 km, llega hoy a nuestras salas. Con lucidez y talento, el filme narra una relación conyugal en la distancia, de modo que el amor físico da paso al amor virtual, a la convivencia por skype.

El abismo de la distancia ya no es tal abismo. O eso debemos sentir bajo el influjo de las tecnologías que ya no parecen conocer limitaciones de espacio ni de tiempo. Una película tan reciente como Her (Spike Jonze) nos hizo creer, aunque fuera momentáneamente, que esas distancias (románticas) ya se han roto incluso entre la realidad y la virtualidad. Toda relación puede ser inmediata, presencial, a pesar de los abismos. Otra cosa es que a la relación le falten tres de los cinco sentidos y que los que permanecen -la vista y el oído- sean precisamente los que definen la expresión y el objeto audiovisual. ¿Cómo no iba el cine a sacarle provecho?

La joven Alex (Natalia Tena) se traslada a Los Angeles, becada por una residencia de artistas durante un año, y su novio Sergi (David Verdaguer) se queda en Barcelona, esperando el regreso. ¿Se romperá una relación de siete años tras el paréntesis de la ausencia? Es la premisa argumental de 10.000 km, ópera prima con la que Carlos Marques-Marcet ganó la última edición del Festival de Málaga. Un melodrama sentimental de última generación que añade una cuestión más crucial a su propuesta: ¿podrá el plano-contraplano de la videoconferencia romper esa distancia? Interesante punto de partida.

La artista becada trabaja en un proyecto fotográfico revelador: imágenes de antenas camufladas en LA, retratos de webcams como si fueran rostros que nos miran. Las herramientas que neutralizan la distancia geográfica sustituyen, se apropian del cuerpo y el rostro amado. El filme se construye con dos personajes hablándole a la imagen del otro. Asistimos a la mutación del amor físico al amor virtual. A un simulacro o, en el mejor de los casos, un reflejo. Y en esa mutación cambian también las formas, los registros visuales con los que el cine debe dar cuenta de las nuevas formas de relación social. En este sentido, 10.000 km retrata el metacine de nuestra cotidianidad: vivimos, nos relacionamos, en las pantallas.

Abismos emocionales

La cercanía física, el sexo prolongado que inaugura y clausura el relato de 10.000 km -contado bajo la estructura de un diario en estricto orden cronológico-, no son meros contrastes en el filme. Hay en esos corchetes que abren y cierran la película, filmados en un solo plano, la convicción del contacto, aquello que precisamente desaparecerá y tansformará el rigor del plano fijo en el montaje del plano-contraplano. En buena parte del metraje, Marques-Marcet nos muestra rostros encerrados en un monitor haciendo lo posible para interactuar. Portátiles convertidos en presencias que miran, que hablan, que sienten.

El abismo geográfico deviene, indefectiblemente, en abismo emocional. En el día 141 de la distancia, se produce la catarsis. 10.000 km gestiona con extraordinaria habilidad los tiempos del relato, es decir, la crónica del dolor en la ausencia y el creciente, inevitable desapego en la pareja, a cuya relación ambos actores, magníficos, saben infundir intimidad, placer y sufrimiento, eso que llamamos verdad. El relato se cierra sobre ellos, los cerca y observa como cobayas de un experimento conyugal que también tiene algo de experimento fílmico. No hay más personajes que nos distraigan, no hay más en el plano que sus rutinas y sus chats y sus intentos (a veces desesperados) por mantener el hechizo y las fricciones de la convivencia: cocinar, trabajar, dormir, discutir, incluso practicar sexo... Todo en un mismo espacio separado por diez mil kilómetros.