Mireille Enos y Kevin Durand protagonizan The Captive de Atom Egoyan

En el tercer día del festival vimos varias horas de cine -cinco largometrajes- y pensábamos en la televisión. Y no por los universos visuales, tan distintos, de las tres películas a concurso que se pudieron ver -los mundos del canadiense Atom Egoyan, el turco Nuri Bilge Ceylan y el argentino Damián Szifrón-, sino por cómo las tres películas no dejaban de ofrecerse como reacción, aunque sea inconsciente, a los ritmos y expansiones temporales del relato que de algún modo han reformulado las series televisivas, transformando los hábitos de consumo audiovisual. Puede sonar blasfemo hablar de la pequeña pantalla en el templo del cine de autor, pero aparte de que uno no controla sus pensamientos, tampoco la idea es tan descabellada.



The Captive, de Atom Egoyan

Para comprendernos. Egoyan, que fue un autor clave en las mutaciones narrativas que en los años noventa se operaron a partir de los formatos de imagen (vídeo y cine), relata en The Captive la investigación caleidoscópica, a lo largo del tiempo, del secuestro de una niña por una red de pedofilia que hace negocio con el sufrimiento de las víctimas y sus familias. Aunque sea en la región nevada de Niagara Falls donde transcurre este thriller de prometedor arranque y torpe resolución (la sobriedad con que Egoyan filma el secuestro de la pequeña Cassandra es acaso lo mejor de la película), se hacía inevitable pensar en True Detective. En los paisajes sureños del gótico americano, no en vano, era donde transcurría el anterior y muy fallido filme de Egoyan, Devil's Knot, que recreaba el caso de los crímenes satánicos de "Los Tres de Memphis" que la serie de documentales Paradise Lost de la HBO había ya desmenuzado hasta el tuétano a lo largo de varias décadas. La presencia en The Captive de la prodigiosa actriz Mireille Enos (The Killing), la madre destruida de la niña, refuerza además sus resonancias catódicas. Pero esto quizá sea meramente anecdótico.



La gran dificultad a la que se enfrenta la película de Egoyan en sus casi dos horas de duración, que no logran convocar esa atmósfera de perturbación y aire malsano que sin duda buscan tantas decisiones de guion (brutales y enfermizas), es dar cuenta de las complejas dinámicas de la investigación policial y la tragedia familiar. La frustración se hace especialmente evidente en el retrato del monstruo, el cerebro de la abyección (Kevin Durand, otro actor seriófilo, de Lost), que acaba rozando la caricatura; pero también en la relación íntima de los investigadores (Rosario Dawson y Scott Speedman) y en las precipitadas soluciones que adopta el relato. Si bien es realmente el padre de la víctima (Ryan Reynolds), siempre expuesto a las sospechas, el verdadero centro gravitatorio de la historia y el desencadenante de sus mejores momentos. La estructura del relato, en todo caso, que se sucede a lo largo de ochos años saltando atrás y adelante mediante rimas dramáticas, resultará muy familiar a los conocedores del cine de Egoyan (Family Viewing, El liquidador, El viaje de Felicia, Ararat...); pero a la postre, el modo en que The Captive traslada el tiempo del relato al tempo narrativo acaba jugando claramente en contra de sus necesidades a la hora de generar misterio y sumergirse en las profundidades del horror.





Haluk Bilginer en Winter Sleep, de Nuri Bilge Ceylan



Winter Sleep, de Nuri Bilge Ceylan

En el caso del turco Bilge Ceylan, la fórmula se invierte. No es un relato que se expande en el tiempo -la historia transcurre a lo largo de unos pocos días-, sino que, cerrándose sobre sí mismo de forma casi claustrofóbica, se abisma en las profundidades psicológicas de sus personajes para revelar las complejidades de la naturaleza humana y sus relaciones íntimas. En sus más de tres horas de duración, Winter Sleep parece explorar, y reflejar sobre la pantalla, todos los rangos emocionales y matices de personalidad de un hombre solitario que en su juventud fue un actor de cierta relevancia, Aydun (Haluk Bilginer), y que hoy pasa sus días como regente de un hotel y propietario de varias casas en las montañas rocosas de Anatolia. El retrato microscópico se extiende a las insatisfacciones vitales de su hermana (Demet Akbag), recientemente divorciada, y de su joven esposa (Melisa Sözen), con quienes Aydun comparte techo.



Refugiados del sueño invernal, el núcleo del filme transcurre en las estancias del hotel, mediante largas secuencias que conceden todo el protagonismo a la palabra. Aunque no faltan los espectaculares planos paisajísticos tan propios del autor de Los climas, la obra del cineasta turco toma un nuevo camino al plantear una sucesión de piezas de cámara, que apela a un cine novelístico, en ocasiones de raíz estrictamente teatral -no parece casual que el gran proyecto vital de Adyun sea escribir la Historia del Teatro Turco-, construido con densos y largos diálogos y discusiones, filmados siempre en tiempo real (una acalorada conversación entre Adyun y su hermana ronda los cuarenta minutos). A riesgo de fatigar al espectador habituado a los estímulos inmediatos, Ceylan lleva mucho más allá la capacidad de los dramas íntimos de Ingmar Bergman para hurgar microscópicamente en las emociones de sus personajes, para revelar sus motivaciones y debilidades, para exponer sin elipsis los mecanismos que minan y corrompen las relaciones entre seres queridos y acaban adentrándose en callejones sin salida. El retrato en expansión de los personajes, que plantea en su esencia cuestiones en torno a la integridad moral y la conciencia, es más propio de una novela (o de una serie de televisión) que de un largometraje.



No cesa de impresionar el talento que se gasta Ceylan para poner en escena con extraordinario realismo los enfrentamientos verbales de sus criaturas. En conjunción con el drama familiar, saliendo del hotel para filmar en exteriores, Winter Sleep desarrolla una trama paralela que genera no pocas situaciones de incomodidad social, relacionada con una familia de inquilinos que no puede hacer frente al alquiler. Estos fragmentos del filme, con ecos chejovianos y estallidos de violencia física y verbal, son los que trascienden la exploración familiar y amplían lo significados de la película para, como ocurría en Érase una vez en Anatolia (con la que el turco también compitió en Cannes hace tres años), ofrecerse como alegoría social y cultural de un país. El "sueño invernal" de Ceylan es la primera película realmente importante que se ha visto en esta edición del festival de los festivales. Esperemos que no sea la última.





Leonardo Sbaraglia protagoniza uno de los Relatos salvajes de Damián Szifron



Relatos salvajes, de Damián Szifron

Las analogías con la teleficción de Relatos salvajes son las más evidentes. No solo porque su director es el responsable de series de éxito en la televisión argentina (Los simuladores y Hermanos y detectives) sino porque obedece a la estructura de una colección de cortometrajes más o menos vinculados entre sí. Los vínculos son formales y temáticos, pero no narrativos, de modo que las seis historias que conforman el largometraje funcionan de modo absolutamente autónomo, como si formaran parte de una miniserie cuyos episodios comparten el mismo espíritu satírico y excesivo. Los "relatos salvajes", protagonizados por actores como Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia (que protagoniza el mejor de los cortos) o Darío Grandinetti, son todos ellos crónicas de venganza en los que prima el humor y la violencia. Desde su delirante prólogo, el filme propone diversas situaciones extremas y divertidas que sacan a relucir los odios y distancias sociales de Argentina. No se entiende muy bien qué hace una película de tan cortas ambiciones y naturaleza televisiva como Relatos salvajes compitiendo por la Palma de Oro, pero si reparamos en la circunstancia de que está producida por los hermanos Almodóvar, quizá encontremos alguna explicación.