Isabel Coixet (a la derecha) con los actores Gregg Sulkin y Sophie Turner

Casi en silencio, Isabel Coixet ha dado un giro en su carrera. Tras tomarle el pulso a la crisis en España con Ayer no termina nunca, recibida sin grandes entusiasmos, ha rodado Mi otro yo, un thriller en Escocia, en torno a la figura del doble y la adolescencia, que significa su primera incursión en el cine de género. La cineasta habla con El Cultural sobre este regreso.

Isabel Coixet (Barcelona, 1960) es una directora de cine de larga trayectoria y muchos logros. Su carácter no siempre se ha comprendido bien en un país mucho más propicio al escepticismo y al desapego. Isabel ha vivido grandes éxitos y algunos fracasos. Películas como Cosas que nunca te dije (1997) o Mi vida sin mí (2003) la convirtieron en el icono de la generación indie que por aquel entonces dominaba la cultura pop. Por La vida secreta de las palabras (2005) le dieron el Goya y después de su incursión estadounidense con Elegy (2008) compitió en Cannes con Mapa de los sonidos de Tokio (2009), película con la que, irónicamente, recibió las peores críticas de su carrera. Algunas, con saña. Nadie es de piedra e Isabel comenzó entonces una larga "travesía en el desierto", son sus propias palabras, durante la que quiso reflexionar sobre su oficio como directora, formarse y esperar a recuperar la ilusión para volver a ponerse detrás de una cámara. El año pasado estrenaba Ayer no termina nunca, por la que cuenta que la pusieron "a parir", pero la cineasta ya no se arredra y está en el momento más hiperactivo de su carrera con el estreno de su película inglesa para adolescentes, Mi otro yo, la neoyorquina Learning to Drive, ya tereminada, y una en camino que está rodando nada menos que en Siberia, Nobody Wants the Night, con Juliette Binoche, Gabriel Byrne y Rinko Kikuchi como protagonistas.



Mi otro yo descubre un registro nuevo en la directora aunque al mismo tiempo es fiel a muchas de las obsesiones que su cine ha ido mostrando a lo largo de los años. Basada en una novela escocesa para young adults, cuenta en clave de terror la desdicha de una adolescente acosada por el fantasma de una doble que le hace la vida imposible. Metáfora no simbólica sobre la brutal lucha por la vida que es la existencia en la que los fuertes despedazan a los débiles, lo más sorprendente de este filme audaz y bien dirigido, sin ápice de ironía, es su constatación de la existencia del mal. Como dice la cineasta: "Los fantasmas existen".



-Se acaba de estrenar Enemy, de Denis Velleneuve, y ahora llega su película. Parece que el tema del doble toca algún punto neurálgico de nuestras identidades...

-Siempre me ha fascinado. Cuando aparece en alguna película es algo que me resulta muy atractivo y me acojona. Mi filme favorito sobre el asunto es El otro (1972), de Robert Mulligan. También quería hacer algo distinto. Nunca había hecho una película de género, salvo el drama que por otra parte es lo mío.



-Entra de lleno en el terreno de la serie B. Sam Raimi surge como referente claro. ¿Quiere que se interprete esta película de una forma simbólica?

-Sam Raimi es uno de mis ídolos y tengo la suerte de haberlo conocido. Lo que más me gustó del guión es que no necesita justificarse todo. Lo que cuenta la película es tan sencillo como que los malos también existen y que muchas veces ganan. En la vida vence el más fuerte, no el que se lo merece por sus virtudes morales. No hay nada simbólico en ello, es real como la vida misma.



-¿Ese mundo británico de lo fantasmagórico también le atraía por la estética gótica?

-Por supuesto, era uno de los grandes placeres: ese prado desierto, el túnel que da mucho miedo, esos uniformes del colegio de las chicas y las corbatas de ellos, los borrachos que están por todas partes en Escocia... me gustaba que todo fuera siniestro. En oposición a ello, tenemos esa relación tan pura entre el chico y la chica... muy dramático y muy exagerado. Esta película me permitía una serie de licencias que en las otras no podía. Ha sido muy divertido.



-Lo que no falla es un enfermo. ¿Por qué le gustan tanto?

-Quizá porque soy una persona muy sana y es mi forma de enfrentarme al miedo a la enfermedad y la muerte. (Se ríe) La verdad es que eso no estaba en la novela.



-Es curioso que su cine no hubiera tratado la adolescencia hasta la fecha...

-Había intentado alguna vez introducir un personaje adolescente en mis películas pero nunca me salía más allá del tópico de "mamá te odio". La hice pensando en mi hija, aunque pasó tanto tiempo hasta rodar desde que empezamos que ahora ella ya es posadolescente. Es una etapa en la que las cosas tienen un sabor que no volverán a tener. Yo era una niña que odiaba a todo el mundo pero eso lo viví interiormente. Lo que no tengo tan claro es que los adolescentes vayan mucho al cine.



-¿Cree que el cine pierde a las nuevas generaciones?

-Acabo de ver a un chaval viendo Nymphomaniac en el iPad. De vez en cuando se sacaba los cascos, miraba el móvil y seguía tranquilamente con la película. Todo eso me irrita mucho. Vivimos en la era del móvil, todo son microfragmentos de información y es cada vez más difícil sentarse a ver una película tranquilamente.



-Parece que se sigue sintiendo más cómoda rodando fuera de España...

-Siempre me dicen esto y cuando ruedo una película aquí (Ayer no termina nunca) me ponen a parir.



-¿Se siente maltratada?

-Tengo ya más de cincuenta años, no me quejo de nada, ni lloro ni padezco. Asumo que hay un precio a pagar por ser un bicho raro. Te dan por todos lados, lo acepto. Después de Mapa de los sonidos de Tokio necesité un tiempo sin rodar. Fue una travesía en el desierto en la que me propuse aprender más sobre técnica. Siempre llega un momento en el que te planteas si vale la pena seguir.



-¿Qué le hizo ponerse en marcha de nuevo?

-Durante el rodaje de Elegy hablé mucho con Dennis Hopper, sobre el amor, la vida, los celos, el sexo y la muerte. Sobre todo. Me dijo una cosa que comencé a recordar con más insistencia y es que siempre es mejor hacer una película que no hacerla. Decidí ponerme las pilas y ponerme a buscar financiación y a insistir. Estamos en una época en la que todo cuesta mucho.