Carlos Saura. Foto: Javi Martínez

Pintura, dibujo, literatura, fotografía, teatro, ópera y, por supuesto, cine. El curso Carlos Saura, el cine de un artista total de la Universidad Complutense, dirigido por Manuel Hidalgo, pretende dar una visión global de uno de los artistas españoles más significativos del siglo XX.

“Yo dibujo, pinto, hago fotografía, escribo... nunca he tenido vacaciones porque no las necesito. Entre película y película siempre hay un espacio de tiempo que me permite dedicarme a otras cosas. En mi trabajo la tranquilidad no hace falta”. Así respondía Carlos Saura (Huesca, 1932) a El Cultural en 2011 cuando se le mencionaban posibles planes de jubilación. Para él, sin embargo, el retiro es innecesario. Entre película y película, más de 40 en sus 82 años de vida, Saura se relaja escribiendo o pintando, quizás haciendo fotografías o dirigiendo teatro, y en todo lo que hace se vislumbra la maestría de un creador inmenso, capaz de aunar como nadie la tradición cultural española con las corrientes estilísticas más contemporáneas.



La impecable trayectoria del oscense ha sido premiada y distinguida en innumerables ocasiones. Sin ir más lejos, el pasado enero la Universidad Complutense le investía doctor “honoris causa”. Un reconocimiento que ahora se completa con el curso de verano que le dedica la institución, “Carlos Saura. El cine de un artista total”, dirigido por el escritor y crítico de cine Manuel Hidalgo desde este lunes y hasta el próximo viernes. “Queremos poner en valor que Saura, a diferencia de la gran mayoría de grandes cineastas, es algo más: un gran fotógrafo, un gran director de teatro, ópera y ballet, ha escrito novelas como también dibuja y pinta... Esa es nuestra idea principal, integrar el cine en el contexto de un artista total”, explica Hidalgo.





Carlos Saura en su casa de Collado Mediano. Foto: José Aymá



A lo largo de 5 días, especialistas de la talla de los críticos de cine Carlos Reviriego, Carlos F. Heredero, Fernando Parejo y Álvaro del Amo o el escritor e historiador Román Gubern, van a bucear en las claves de la obra del director y, además, se proyectarán cuatro películas de su filmografía: La caza (1965), El jardín de las delicias (1970), Goya en Burdeos (1999) e Iberia (2005). “Para mí es el cineasta español vivo más grande aunque creo que no es una cuestión que todo el mundo tenga clara”, comenta Hidalgo. “Tiene una carrera nutridísima, intensísima, con ciertas constantes pero con una variedad de registros enorme y poco frecuente en otros cineastas”.



Uno de los aspectos en los que incide el curso es en el anclaje de la obra de Carlos Saura en las raíces culturales españolas aunque, como dice Hidalgo, “tanto en las propias raíces como en sus evoluciones”. Lope de Aguirre, San Juan de la Cruz o Francisco de Goya son algunos de los personajes que han atraído la atención del director de Deprisa, Deprisa (1981) al igual que la obra de Federico García Lorca, de Manuel de Falla o la tradición del Flamenco. “Saura es un cineasta profundamente español que ha puesto al alcance del mundo entero elementos procedentes de la cultura, de la historia y de la realidad española. Pero no es posmoderno o por lo menos su universalidad no se basa en un estado de liquidez sino en un profundo anclaje en nuestras raíces”, puntualiza Hidalgo.



Otra de esas constantes que se repiten en el cine de Saura de manera más o menos constante son los poderosos retratos femeninos. “En ocasiones ha sido calificado como un Bergman de las mujeres”, explica el director del curso. También su cine entronca con Buñuel en tres aspectos a la vez muy españoles: la violencia, la muerte y el sexo. “También la familia ha interesado siempre a Saura”, puntualiza Hidalgo.



Reconocimiento



Carlos Saura sentado en el rodaje de El septimo dia. Foto: Diego Sinova



En otra entrevista a El Cultural, en esta ocasión de 2010, Carlos Saura mostraba indiferencia hacia el papel que ocupa en el cine español en la actualidad. “Es un hecho que soy más valorado fuera de España. Mejor, así me dejan en paz. Me importa un pimiento la posición que ocuparé en la historia del cine español”, declaraba el director de ¡Ay, Carmela! (1990). Sin embargo, en los años 60, 70 y 80 Saura era tan reconocido en España como fuera de nuestras fronteras y recibía premios en festivales de todo el mundo, consiguiendo nominaciones también para los Oscar. Entonces, ¿cuál fue el motivo para que en España pasara a un segundo plano? “Parece que llega un momento en el que amortizamos a la gente”, explica Hidalgo. “Puede ser que en la distancia o la lejanía el prestigio sufra menor desgaste y por eso pervive mejor fuera. Todo creador puede tener una mala racha de dos tres películas pero no se trata de eso. Un director tiene que ser medido en su conjunto”.



Si nos atenemos a este criterio, no existe director español con una filmografía tan amplia, tan rica en géneros y temas ni tan personal al mismo tiempo como la que atesora Carlos Saura. A las películas ya mencionadas habría que sumar otras como Los golfos (1959), Peppermint frappé (1967), Cría Cuervos (1975), Mamá cumple 100 años (1973) o El séptimo día (2004). “Tiene muchas obras importantes pero por una película como La caza no pasa el tiempo”, explica Hidalgo. “Tiene tal precisión, fuerza, contundencia y versatilidad de significados... Con esos elementos pervive de una manera extraordinaria”.



El curso también se adentra en ese otro cine de Saura, menos convencional, que sin embargo ha supuesto para el director uno de sus mayores logros artísticos. Películas como Sevillanas (1991), Flamenco (1995), Tango (1998), Salome (2002), Iberia (2005), Fados (2007) y Flamenco, Flamenco (2010) que tuvieron su origen en la trilogía de los 80, desarrollada junto a Antonio Gades, compuesta por Bodas de Sangre (1981), Carmen (1983) y El amor brujo (1986). “Pude asistir a las primeras proyecciones de esas películas en el Festival de Cannes y fue lo nunca visto...”, comenta Manuel Hidalgo. “En el estreno de Carmen el público arrancó a aplaudir 10 o 12 veces a lo largo de la proyección y después le hizo un pasillo de 50 ó 60 metros hasta el coche”.