Cinco años después de que Celda 211 se convirtiera en un gran éxito de taquilla y arrasara en los Goya, Daniel Monzón (Palma de Mallorca, 1968) regresa a los cines con El niño, donde vuelve a conjugar thriller con un tema de rabiosa actualidad con notables resultados. La película está ambientada en el intrincado mundo del narcotráfico del estrecho de Gibraltar, un lugar por el que cada día pasan 100.000 contenedores de mercancías y también es el coladero por el que entran ingentes cantidades de droga en Europa. El niño sigue la trayectoria de un chaval (interpretado por Jesús Castro) que acaba de salir de la adolescencia en el sur de España y se enfrenta a un panorama laboral imposible. Con la ayuda de su mejor amigo (Jesús Carroza) ambos se convierten en los pequeños reyes del mercadeo de hachís entre África y Europa, separadas por un abismo de tan solo 15 kilómetros. Un sólido Luis Tosar interpreta a un noble policía que lucha contra las drogas en una guerra que siente perdida pero no por ello deja de dedicar todos sus esfuerzos. Monzón vuelve a practicar una suerte de cine de género de autor y su película no desdeña ninguno de los placeres del cine de acción.
Pregunta.- Vemos el auge y caída de un pequeño narcotraficante, una estructura clásica en el cine de gángsters. ¿Parte esta película del molde del cine negro?
Respuesta.- El cine negro clásico proporciona una percha que te permite jugar. Por un lado ofreces algo al espectador que le resulta familiar pero que al mismo tiempo puedes revestirlo de una carne nueva con la tranquilidad que te da una estructura conocida. Hay mucho de cine negro clásico pero lo que nos llamó mucho la atención fue conocer el terreno, que sea una película muy enraizada en el lugar donde sucede. Igual que con Celda 211 fuimos a las cárceles, aquí fuimos al Estrecho, a Ketama, al valle del Riff... allí nos dimos cuenta que aquí había una historia clásica por un lado a la que podíamos aportar esa peculiar idiosincrasia.
P.- Ese joven es casi un adolescente, su maduración va pareja a su descubrimiento de las muchas caras del mundo del crimen.
R.- Es una historia de auge y caída. Este es un joven que está en ese punto de descubrir la vida porque todavía no le ha ocurrido nada desde la madurez y esto es lo que le hace crecer. Tiene mucho que ver con el proceso vital de maduración, estos chavales de los que hablamos, los gomeros (se llama así a quienes conducen las lanchas) se meten a traficar de una forma inconsciente, es como un juego en el que entran sin pensar en el castigo. Cuando hablas con ellos te lo cuentan con ese humor, con esa forma gaditana tan del sur, y descubres esa fascinación por el propio juego, el subidón de adrenalina. Es tanto una cuestión de dinero como de acción.
P.- El filme trata de captar, efectivamente, el espíritu y las particularidades de una zona tan peculiar, muy marcada por una cultura local muy fuerte y al mismo tiempo con una importancia estratégica crucial.
R.- Gibraltar es la puerta de Europa. Todos estos personajes están muy condicionados por el espacio en el que viven y son intercambiables. Si meten a diez en la cárcel al segundo siguiente tienes a otros diez dispuestos a hacer lo mismo. La policía es incapaz de controlar eso. Al mismo tiempo tienen esa originalidad y esa gracia de Andalucía que es una sociedad muy pequeña. Ahora las cosas están cambiando porque ha entrado el negocio de la cocaína que tiene unos códigos más violentos pero hasta hace no mucho era casi una cosa familiar porque se conocen todos y las leyes no eran tan duras, si te pillaban con un fardo en lancha lo tirabas al mar y no ibas a la cárcel. Se encontraban los policías con los narcotraficantes en los bares y los narcos tenían la guasa de invitarles a una copa.
P.- En ese entorno deprimido vemos el dilema clásico del delincuente: ¿Trabajar todo el día en un supermercado por 500 euros al mes o ganar mucho más con mucho menos esfuerzo?
R.- En ese proceso de inmersión en la zona que hicimos con el guionista (Jorge Guerricoechevarría) ves la realidad de un índice de paro que es de los más altos de Europa. Hay una cultura del contrabando que es centenaria, empezó con la penicilina, latas de carne, tabaco, hachís, ahora la cocaína y la heroína menos... Eso en una zona deprimida no se ve de la misma manera, no es tan inmoral porque hay mucha gente que lo necesita para alimentar a sus hijos. Es muy fácil juzgar desde fuera. La agricultura está destruida, la pesca muy limitada. No hay salidas. A algunos adolescentes, a los que llaman puntos, les dan 600 euros por pasear por el puerto de Algeciras y hacer una llamada perdida con el móvil cuando pasan los barcos de la guardia civil. ¿Cómo luchas contra eso?
P.- ¿Cuál cree que es la solución?
R.- Se me hace muy complicado ser severo porque la droga es un negocio muy hipócrita. Si preguntas a los policías, todos te dicen que la única manera de terminar con el problema es legalizar porque seguiría habiendo contrabando como lo hay ahora de tabaco pero no sería este negocio archimillonario. Y si no se hace es por muchos motivos pero el inconfensable es que hay intereses creados que llegan hasta esferas muy altas.
P.- En este panorama, los policías son émulos de Sísifo, su labor parece imposible en último término.
R.- Los policías son peones luchando contra esto, muchos con la tenacidad del personaje de Luis Tosar, que sabe que sus victorias son pírricas y por el camino te dejas la vida a chorros. Ellos nos confesaban que la vida familiar es casi impracticable, el trabajo te lleva todas las horas. Por el puerto pasan 100.000 contenedores diarios, eso es incontrolable, es un laberinto inmenso. La película retrata con naturalismo a estos personajes pero la lucha es homérica, es una paradoja constante.
P.- En el personaje de Tosar vemos el clásico conflicto entre la virtud de cumplir con rigor la ley y las razones de la vida, que son mucho más complejas.
R.- Hay algo muy emocionante, es una persona implacable con la ley que tiene una enorme humanidad. Acaba recomponiendo el rompecabezas y se enfrenta al dilema entre cumplir la ley tal como es pero en ese caso generar un mal mayor y toma la decisión correcta. La ley es implacable pero los policías no porque la realidad es mucho más difícil. Ese conflicto está muy bien explicado en Los miserables con ese policía imperturbable en su sentido de la justicia. Me contó un guardia civil que el hijo de una familia a la que apreciaba se estaba metiendo en esto y trató de pillarle él. No lo consiguió y lo que hizo fue ir a casa de la madre y decirle qué estaba haciendo su hijo. La madre le metió una somanta de palos y lo dejó.
P.- Surge la figura del policía corrupto, la expresión máxima del desencanto.
R.- La tentación está al cabo de la calle en todos los personajes de la película, es mucho dinero al alcance de la mano de todos. Cuando hablabas con agentes de policía veías muchos aspectos en común. Las propias persecuciones, a los delincuentes les pone la adrenalina pero a quienes les persiguen también, el proceso de persecución es gozoso y hay un enganche que tiene mucho que ver. En el caso del policía corrupto, puedes entenderlo, toda la vida trabajando, no ha ganado nada y lucha contra gente que vive en mansiones. Él tiene su filosofía de vida y puedo entenderlo: “Yo es que eso de ir por las grandes esferas, cuando llegas a un punto te dan la patada y para abajo”. Es un descreimiento, ¿por qué no voy yo a favorecerme de esto?
P.- Esa lucha sin vencedores ni vencidos tiene algo de juego entre el gato y el ratón, de macabro sinsentido.
R.- Los niños son a su pesar un cebo en un juego de trileros. Cuando termina la película ves que son piezas de un juego infernal que mueve los hilos sin que ellos mismos puedan dejar de hacer nada. La película empieza y termina con planos a vuelo de pájaro de ese puerto inmenso que es como el tablero de juego, porque es el espacio que los define y se los zampa. En realidad, todo sigue igual, habrá más niños.
P.- Es curioso porque el Estrecho es una zona muy “peliculera” pero nadie se había fijado en ella hasta ahora. Quizá no queremos ver lo que pasa en un lugar que es una mancha negra de España.
R.- Eso fue precisamente lo que más me llamó la atención cuando empecé con el proyecto. El estrecho es la puerta de Europa, actuamos mal pero ningún país europeo quiere que sea de otra manera aunque nos critiquen por ello. Hay mucha hipocresía. Ahora se incluye el crimen y la prostitución en el PIB. Preferimos la caridad con países lejanos porque no queremos ver lo que pasa a nuestro lado.
P.- Es curioso su cine, ¿le gusta que se diga que es “género de autor”?
R.- Es un cine muy personal, las cinco películas que he hecho lo son y evidentemente es un cine de género. Creo que desde los tiempos de Cahiers du cinéma y su mirada sobre los autores americanos entendemos que se puede hacer un cine de género de autor. Soy un tragador de cine, adoro el cine y sobre todo mis primeras películas eran más cinéfilas, se alimentaban de espacios cinematográficos imaginarios y estas dos últimas beben más de la realidad directa. No quiero renunciar a una visión personal pero tengo que emocionarme y apasionarme. Realmente buceo en la historia y mis conclusiones están en la película pero no quiero hablar ex catedra y detesto la pedantería. El cine tiene un gran componente de entretenimiento que hay que atender y yo trato de conciliar ambos. Hay gente que tiene que disfrutar de lo que cuentas porque tienes el privilegio de sentarlos delante de una pantalla, si tienes la necesidad de contar algo, no te olvides nunca de hacerlo de una manera atractiva. Hay que planear una fiesta también, un entretenimiento para hacer algo que conmueva al espectador.