McVoy y Chastain son en el filme una pareja rota

Penúltimo fenómeno del cine 'indie', La desaparición de Eleanor Rigby nos sumerge en la trágica ruptura de una larga relación. Con James McAvoy y Jessica Chastain y dirigida por el debutante Ned Benson, el filme es la amalgama de dos películas que se estrenarán on-line.

He aquí uno de los proyectos más originales y potentes de los últimos años, sobre todo proveniente de un director debutante especialmente ambicioso, Ned Benson. La propuesta original se diseñó como dos películas, tituladas Him (Él) y Her (Ella), ambas contando la ruptura de una pareja tras siete años de relación desde sus respectivos puntos de vista. Pero debido a la intermediación de los hermanos Harvey y Bob Weinstein y sus políticas de distribución, finalmente la película que llega hoy a nuestras salas -y que se presentó en Cannes- será una amalgama de ambos filmes, titulada La desaparción de Eleanor Rigby: Them (Ellos), si bien las versiones en singular se podrán ver en plataformas on-line a lo largo de los próximos meses.



Aunque las interpretaciones de la pareja central, encarnada por Jessica Chastain y James McAvoy, siguen desprendiendo esa mezcla de intensidad y compromiso de quienes se saben protagonistas de algo memorable, lo cierto es que la singularidad del proyecto y sus exploraciones fílmicas en torno al punto de vista (con las distintas variaciones que eso genera en la narración de un mismo relato) se pierden en el camino. En todo caso, la fuerza del drama que con elegancia y sutileza Benson vuelca en la pantalla, por imperfecto o irregular que sea (se ven las costuras de los cortes, y el protagonismo de Chastain es bastante mayor que el de McAvoy), sigue de algún modo milagrosamente intacto. En la hibridación de los puntos de vista nos alcanza un filme que, cuanto menos, provoca un brutal sentimiento de pérdida: no solo la del proyecto original (en todo caso, recuperable, bien sea en VOD o en su lanzamiento en BluRay), sino sobre todo por el océano de dolor que se abre entre la pareja y que nos succiona como un agujero negro.



La clave está en lo que no se ve y debemos intuir, una vez más, en el fuera de campo. La clave está en la desaparición. Es la estrategia más vieja y todavía la más eficaz del arte cinematográfico. Seguimos las vidas de Connor y Eleanor Rigby después de la ruptura, después de que en el arranque del filme, tras un flashback al inicio del amor -"Ten piedad de mí", dice él en un brote visionario-, la pelirroja Eleanor está a punto de tirarse de un puente. Hay que rellenar esa elipsis provocada por un corte que separa el éxtasis romántico del más irreversible de los desamores. Ya no viven juntos, cada uno negocia con su identidad perdida habitando en casa de sus padres. Es obvio: algo terrible ha ocurrido. Algo terrible y sin rostro con lo que tendremos que convivir a lo largo de casi toda la película, imaginando (adivinando) qué puede ser, en el limbo de un bello romance transformado en ruinas y devastación. Hasta que por fin esa oscura sombra, esa devastadora ausencia, se revela con toda la crudeza y conmoción de un plano detalle abriéndose a un plano general.



La película entera se teje entre fragmentos y sin hacerle ascos a los momentos de comedia, pero siempre bajo la conciencia de que su destino es ese plano llevado por la tentación del llanto. Con el peso sobre sus espaldas de un pretérito del que nunca hablan, ni siquiera con sus allegados, Eleanor Rigby se aisla en una burbuja al tiempo que vuelve a tomar clases en la universidad, y Conroy trata de recuperarla mientras su negocio se viene abajo. Entre los dos dan respuesta al estribillo de la canción que inspiró el nombre de la protagonista, el lugar donde pertenecen las personas solitarias. ¿Como poner en escena ese limbo emocional? Benson resuelve el desafió con notable destreza.