Fotograma de Zéro, de Nour-Eddine Lakmari

Como los galos de Astérix, el Festival de Cine Africano (FCAT) resiste y celebra este año su décimo cumpleaños en su nueva ubicación, Córdoba, una vez abandonada Tarifa, con una edición especial conmemorativa. El certamen se traslada a partir del año que viene a marzo y recupera su carácter competitivo y de momento tendrá una "edición bisagra" en palabras de su directora, Mane Cisneros, en la que se repasará lo más destacado de la última década durante cinco días, desde el 15 al 19 de octubre, durante los que se proyectarán más de cuarenta títulos que ofrecerán una apasionante panorámica de la evolución del cine de un continente al que el mundo comienza a mirar con más interés, aunque la sombra del ébola parece que vuelve a marcar con tonos sombríos un renacimiento real.



Al echar la mirada atrás, la directora concluye que "estos diez años hemos visto profundas transformaciones. La producción se ha polarizado mucho en Sudáfrica, Marruecos y Nigeria, mientras el cine egipcio, tradicionalmente muy activo, ha caído en picado por los motivos conocidos. Vemos también un gran movimiento en Kenia. Por otra parte el recorte en los fondos franceses para cine africano se ha dejado notar en una caída de la producción en los países francófonos y en que Marruecos se ha convertido en el nuevo gran coproductor del continente". Y eso que, nos cuenta Cisneros, "en Francia hay unos diez festivales de cine africano y en el mundo hispánico solo estamos nosotros".



Han sido también años de una cierta mejoría de las economías africanas y mayor estabilidad política. "Es un continente con gente joven y nos va a dar muchas sorpresas. Hay una nueva generación que está quemando etapas a velocidad muy rápida y objetos como el móvil, que está masificado, están contribuyendo a ese cambio". Un cambio que se deja notar con fuerza en el cine: "Una nueva generación rompe moldes. Podremos ver películas como Zéro, de Nour-Eddine Lakmari, un thriller policial muy representativo de la nueva hornada de Marruecos. O el cine del nigeriano Newton Aduaka, que ganó un histórico Oso de plata en Berlín para el cine africano con Ezra (sobre un niño soldado en Sierra Leona)".



Fotograma de Ezra, de Newton Aduaka.

Además de estas películas, Cisneros recomienda otros filmes que podrán verse estos días y son ilustrativos del cine africano: "Dowaha (2009), de la tunecina Raja Amari, brinda una poderosa metáfora de los conflictos sociales en su país a través de la historia de una familia burguesa que habita en un edificio en el que viven escondidos los antiguos sirvientes de los señores de la casa. Bamako (2006), del fundamental Abderrahmane Sissako, plantea los principales retos de la África de hoy y la proyección se acompañará de un debate de expertos en derecho internacional. El documental Cuba, una odisea africana (2007), de la joven Jihan El-Tahri, es un fascinante retrato del fracaso del Che en Angola, cuando pensaba que la expansión del comunismo sería coser y cantar. Otro documental, Festival Panafricano de Argel (1969), de William Klein, nos acerca al primer festival intercontinental que se celebró y que por desgracia tardó 40 años en poder repetirse".



Al calor de fenómenos mediáticos como Nollywood, industria audiovisual nigeriana que produce 2.000 títulos al año, Cisneros matiza: "Eso no es cine. Está muy bien que exista y tiene un público, básicamente la diáspora anglófona por el mundo, pero son telenovelas. El cine de autor se produce muchas veces desde países occidentales y sus directores viven en Europa o Estados Unidos porque en África tiene muy difícil salida. Donde sí podría tenerla es en España y lamento, una vez más, la falta de valentía de los distribuidores porque hay muchas películas africanas que podrían encontrar su público y nadie se atreve con ellas". Por eso, el FCAT, que tiene previsto volver aunque sea de manera simbólica alguna vez a Tarifa, se configura todos los años como una cita de importancia crucial.