Fotograma de Filth

Conocemos el universo escocés de Irvine Welsh, a sus personajes desquiciados y adictos a todo que libran una batalla titánica por la vida en conflicto perpetuo consigo mismos y con los demás. El autor de Trainspotting, esa novela y posterior película que marcó a fuego una generación, regresa a las pantallas con Filth, en la que ya no vemos a una pandilla de jóvenes descarriados sino la crisis de la media edad en su estado más crudo y descarnado. Un gran James McCavoy interpreta a Bruce Robertson, un sargento que aspira a promocionarse como inspector jefe al tiempo que lidia con una profunda crisis personal agravada por el abandono de su esposa e hija.



El sargento de la película es un poco más fino (un poco menos no se puede) que nuestro Torrente pero la distancia entre ambos no es muy grande: fanfarrón, canalla, aficionado a las putas y las drogas, de métodos contundentes y ajeno a cualquier tipo de moral, este Robertson es menos paródico y extremo pero viene a representar un grado similar de degradación humana. Filth (que significa literalmente escoria) sin embargo tiene ambiciones más anchas que el personaje de Torrente y a través de su descenso a los infiernos el filme propone un (muy interesante) estudio de personajes así como de los pozos y miserias a los que puede llegar el alma humana.



Como en Trainspotting, las drogas imponen sus propias leyes narrativas y Filth tiene ese ritmo sincopado y acelerado de las drogas. El director, Jon S. Baird, tiene menos talento que Danny Boyle y su fantasía barroca (que parece inspirada en Fellini) tiene menos fuerza que la de aquella mítica película. Filth, sin embargo, va ganando a medida que avanza en gran parte por el esfuerzo de McCavoy, que consigue que acabemos cogiéndole simpatía gracias a una interpretación matizada en la que vemos la parte vulnerable y tierna del personaje sin que éste se desvirtúe o deje de ser en algún momento lo que es, un truhán.



Planteada en su mayor parte como una comedia, lo más sorprendente (y mejor) de la película es que acaba ofreciendo un retrato bastante convincente de la desesperación masculina. A veces a marchas forzadas, el filme acaba conquistando un tono entre el esperpento y el drama íntimo convirtiendo la pesadilla de su protagonista (raya va, raya viene) en una devastadora aventura psicológica que nos remite a aquella soberbia Shame.