Image: Los chanchullos de la CIA: Matar al mensajero

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Cine

Los chanchullos de la CIA: Matar al mensajero

Michael Cuesta quiere mantener distancia con lo que cuenta, seguro de que la atrocidad de los hechos hablará por sí misma, y el resultado es una película fría.

14 noviembre, 2014 01:00

El nombre del cineasta neoyorquino Michael Cuesta no es demasiado conocido pero es uno de los artistas más influyentes de la última década como genio creador de los mejores momentos de series como A dos metros bajo tierra, Dexter o Homeland que le deben mucho a su talento. No solo eso, Cuesta despuntó en 2001 con la perturbadora L.I.E, hito del cine independiente reciente en el que ya mostraba una enorme capacidad para penetrar en las alcobas y los secretos de la clase media y suburbial estadounidense, un universo que nos recuerda al de escritores como John Cheever y en el que seguiría indagando en sus trabajos televisivos así como en películas como la fantástica El fin de la inocencia (2005).

Como queda claro en Homeland, a Cuesta siempre le ha interesado relatar peripecias intimas y conectarlas con el contexto político. Sus personajes siempre libran batallas personales con resonancias más amplias que nos ofrecen claves sobre la época en que vivimos. En este sentido, Matar al mensajero es una película cien por cien coherente con su filmografía al contarnos la caída en el abismo de un reportero de provincias, Gary Webb (interpretado por Jeremy Renner), testarudo y ambicioso, que ganó en los años 90 el premio Pulitzer por sus investigaciones en torno a los oscuros lazos entre la CIA y el narcotrafico. Con el objeto de financiar a sus aliados neoliberales en Nicaragua, la agencia de inteligencia introdujo en los barrios pobres de Los Ángeles dosis masivas de crack, obteniendo ingentes beneficios que iban a parar a la Contra.

Matar al mensajero se mueve en dos dimensiones. Por una parte, Cuesta nos plantea una clásica parábola política sobre los riesgos de enfrentarse al sistema. Webb es como un personaje de Capra en una película de Oliver Stone, un honrado americano dispuesto a luchar por sus ideales enfrentado a un conglomerado conspiranoico que depara a los rebeldes el mas aciago destino. Por la otra, es el retrato psicológico de un periodista torturado y la crónica del naufragio de su matrimonio. Todo esto Cuesta lo cuenta bien con las trazas de experto cineasta que ya es; así, seguimos con indudable interés la brutalidad de los trascendentes hechos que narra. Pero es una película sin grandeza, nunca sientes demasiada simpatía por ese periodista desquiciado y el cineasta subraya y vuelve a subrayar el "mensaje" de su película. Cuesta quiere mantener la distancia sobre lo que cuenta, seguro de que la atrocidad de los hechos hablará por sí misma, y lo que le queda es una película fría.